Infobae presentó un ciclo de charlas de figuras relevantes que revelan cómo fue su camino hasta convertirse en quienes soñaban ser
JOAQUÍN SÁNCHEZ MARIÑO
“Mi vida comenzó en Paraná, Entre Ríos. Soy hijo de Miguel y de Elena. Mi padre fue un emprendedor nato que comenzó como comerciante, y mi mamá era profesora de inglés, idioma que aprendí mucho más tarde, y que ella no logró enseñarme”, así comienza su presentación en la Usina del Arte y frente a estudiantes universitarios para el ciclo “Cómo llegué hasta aquí”, de Infobae, donde distintas figuras contarán cómo fue su camino hasta convertirse en quienes son hoy.
Poco después, cuando enumere sus trabajos, Miguel Galuccio se definirá como “ciudadano del mundo”. Dirá también que siempre deseó eso, pero no sabe por qué. Dirá que de chico trabajó de verdulero, de carnicero, de comerciante, y que aprendió a defenderse en la calle, yendo a hacer compras al Mercado del Abasto, valiéndose por sí mismo. Después dirá que así también le llegó el inglés: en la marcha.
La presencia del idioma no es menor para alguien que lidera empresas con nombre en inglés: es Presidente y CEO de Vista Oil & Gas, cofundador de GridX, una especie de fábrica de startups de base científica, y es miembro del Board de Schlumberger (donde Galuccio hizo gran parte de su carrera).
De Paraná se fue a los 16 años, rumbo a Buenos Aires para estudiar algo que luego fue Ingeniería en Petróleo pero que no lo sabía de antemano. Lo hizo en el ITBA, que le dio formación y vocación. Ahí descubrió que lo que buscaba podía estar en la industria del petróleo, que comulgaba su capacidad técnica con trabajo de territorio, al aire libre, o afuera de una oficina cuanto menos.
“Comencé en Argentina, sí, pero siempre tuve bien claro que quería de alguna manera jugar en un escenario mundial. Pensaba que para probarse realmente había que probarse en el mundo, y mi carrera me dio esa posibilidad”, dice.
Su primer trabajo luego de recibirse fue en Denver, Colorado, Estados Unidos. Trabajaba para un yacimiento petrolífero pero desde una computadora. Su labor: simulación numérica. “Pero pronto me di cuenta de que para crecer tenía que trabajar en el campo, trabajar donde las cosas se hacen de verdad”.
Ese deseo coincidió con la llegada de su primer hijo, Matías. Junto a su esposa Verónica se mudaron a la Argentina nuevamente con la idea de que el niño naciera ahí, como un verdadero entrerriano. Así fue, pero Miguel -instalado la mayor parte del tiempo en un pueblo petrolero lejos de su familia- se perdió el parto. “Cuando me avisaron ya era muy tarde, tenía que recorrer 300 kilómetros en camioneta, luego tomar un avión, así que llegué a ver a Matías ya cuando había nacido”.
Eran los tiempos en que YPF estaba siendo privatizada, los años noventa. Miguel era parte de una camada de jóvenes que entraban a la empresa con muy poca experiencia y bajo la promesa de que crearían una compañía completamente nueva.
A Miguel lo enviaron al sur del país, donde muy pronto le asignaron responsabilidades. “Aparte de tener claro que quería desarrollarme en un plano global, también tenía claro que quería liderar. Y que no quería hacer una carrera técnica, quería hacer una carrera de línea. Eso: quería estar en la primera línea de guerra y liderar desde ahí”, cuenta.
Después, se fue a Dallas, siempre como empleado de Maxus, la empresa que había comprado YPF. Ya tenía experiencia en campo y era momento de volver al mundo. Al tiempo lo destinaron a Venezuela, que en ese entonces era una potencia petrolífera. Luego le llegó el primer desafío verdaderamente exótico: liderar una operación en Indonesia.
“Ese fue probablemente mi primer cambio cultural importante. En Indonesia aprendí que para ser buen líder no es suficiente con tener conocimientos técnicos y ser un buen profesional, la parte humana juega un rol fundamental”, dice.
No le tocó un tiempo tranquilo. Pronto el movimiento separatista para la Liberación de Aceh (el GAM), comenzó a realizar ataques y el país se sumió en un enfrentamiento. “Me tocó evacuar a los empleados internacionales. Me tocó evacuar a las familias. Decidí quedarme durante los meses de guerra ya que teníamos una operación muy grande y no me veía regresando al país como expatriado habiendo dejado a los locales viviendo así. Así que la experiencia de trabajar en una zona de guerra fue también muy interesante, el mundo se da vuelta y uno tiene que tomar medidas que no son naturales. Pasar de vivir en un país tan pacífico a estar en uno con tanta tensión, tantas muertes, tanta sangre... fue realmente un aprendizaje muy fuerte”.
Años después, esa experiencia le sirvió cuando debió entrar a lugares postguerra. Luego de Maxus pasó a la empresa Schlumberger y le tocó instalarse en Irak tras la invasión americana, cuando todavía operaba Al-Qaeda. Entonces sí comenzó a considerarse a sí mismo un ciudadano del mundo. Tenía con qué hacerlo: Schlumberger opera en 235 lugares del mundo y Galuccio llegó a ser presidente de una de las divisiones más importantes de la compañía (Gestión de la Producción con base en Londres).