La partida de Glencore confirma un panorama muy sombrío para la segunda mayor industria del país
AMYLKAR D. ACOSTA
El carbón está siendo desplazado debido al Acuerdo de París o el compromiso de la comunidad internacional contra el cambio climático que fue adoptado en 2015. El principal propósito del Acuerdo de París es ‘descarbonizar’ la economía, migrando de las energías de origen fósil, que tanto contaminan el medioambiente, hacia energías limpias y fuentes no convencionales de energías renovables (FNCER).
El petróleo y el carbón están ahora en el bando equivocado de la historia. De allí la tendencia a la contracción de estos mercados y a que sus precios internacionales se desplomen.
Incluso las empresas ligadas al negocio del petróleo y el carbón han entendido que sus perspectivas están pasando vertiginosamente de castaño oscuro. El exministro de petróleos de Arabia Saudita, Ahmed Zaki Yamani, dijo premonitoriamente que “la edad de piedra no acabó por falta de piedras y la era del petróleo acabará no por falta de petróleo”. Esta frase puede extenderse al caso del carbón.
Colombia llegó a ubicarse como el quinto exportador de carbón en el mundo. Desde el año 2000 el carbón desbancó al café del segundo lugar en exportaciones, constituyéndose, junto con el petróleo, en el mayor aportante al crecimiento de la economía y el mayor productor de divisas del país y de ingresos para la Nación y las entidades territoriales.
Después del más largo ciclo de precios altos –cotizándose en 2011 a 102,35 dólares la tonelada– y la máxima producción histórica –91 millones de toneladas en 2016–, el precio y la producción han caído en picada debido a la reducción de la demanda. En el año 2020 tocaron fondo, bajando hasta los 53,7 millones de toneladas y los 34,05 dólares la tonelada.
Se calcula que en Europa y Estados Unidos la demanda de carbón ha caído aproximadamente en 39 %, con tendencia a una caída mayor por el compromiso de alcanzar la neutralidad de sus emisiones para el año 2050.
El primer revés se presentó en el mercado estadounidense, que era el segundo destino de nuestro carbón. Allí las centrales eléctricas cambiaron al carbón por el gas natural, abundante y barato debido al uso del fracking, técnica que, según el presidente Barack Obama, convirtió a Estados Unidos en “la Arabia Saudita del gas natural”.
Asia no es el salvavidas
El expresidente de El Cerrejón Guillermo Fonseca advirtió que el carbón “está en declive y la compañía está sufriendo”. Más grave aún, estamos “en el lado equivocado del Canal de Panamá”, por donde toca transitar para llegar al Asia, último nicho del mercado de carbón, donde nuestro producto no es competitivo por los elevados fletes.
Fonseca fue más lejos en sus presagios al señalar que estamos ante “una contracción estructural” y advertir que “en los próximos 5 años la demanda de carbón del mercado del Atlántico (Europa, Mediterráneo y las Américas), que es nuestro mercado natural, se va a contraer a la mitad”.
Estamos en presencia de una realidad incontrastable, una reconfiguración del mercado que no favorece al carbón colombiano. Con la decisión de China, anunciada por su presidente Xi Jinping, de reducir sus emisiones y lograr neutralizarlas para el 2060 como parte de su ‘revolución verde’, no tardarán en darle la espalda al carbón más pronto que tarde. No hay marcha atrás.
En estas circunstancias, soy muy escéptico y abrigo mis dudas sobre el anunciado proyecto de explotación de carbón en pequeña escala en el corregimiento de Cañaverales, municipio de San Juan del Cesar (LaGuajira) por la empresa Best Coal Company (BCC), filial de la multinacional turca Yildrim Holdings. Es como llegar a una fiesta cuando ya ha terminado y solo queda la resaca.
En este contexto, no sorprende la decisión de la multinacional Glencore de abandonar sus operaciones, después de haberlas suspendido temporalmente y devolverle el título minero de Calenturitas y La Jagua (Cesar), por medio de su filial Prodeco, a la Agencia Nacional Minera (ANM), al considerar que “el reinicio de las operaciones mineras no resulta económicamente viable”. Esto después de solicitar infructuosamente que le permitieran suspender sus operaciones por 4 años.
En su alegato ante la ANM, Prodeco sostuvo “durante los años 2010 a 2019 se han cerrado 39 GW de capacidad europea de generación a carbón y se proyecta cerrar 52 GW más hasta el año 2030. La reducción en la capacidad de generación ha producido una demanda decreciente de carbón importado en Europa y en el mercado más amplio del Atlántico”. Dice además que “los costos sustancialmente más altos hacia el Asia afectan la competitividad”, obligándolos a salir de dicho mercado.
Esta decisión, antecedida por el cierre de las minas de El Hatillo y La Francia, en el Paso (Cesar), por parte de la multinacional Colombian Natural Resources (CNR), no es un asunto menor. Prodeco es de la tercera empresa productora y exportadora de carbón en Colombia, participando con el 25 % (15,3 millones de toneladas) en 2019, solo superada por Drummond y El Cerrejón (de la cual 33,3 % de participación accionaria pertenece a Glencore, matriz de Prodeco).
Es, además, la segunda empresa que más empleo genera en el Cesar, después de Drummond, con 4.500 operadores, de los cuales 1.200 son por contratación directa. Tanto el departamento como los municipios de La Jagua y Becerril, que recibieron en el bienio 2019-2020 65.000 y 15.000 millones de pesos, respectivamente, verán menguados sus ingresos.
Además de lo anterior, está en curso una estampida de las principales empresas carboníferas por parte de la banca y de los fondos de inversión, que están abandonando y desinvirtiendo en esta industria. Esto no es algo aislado ni coyuntural. Es muy diciente que los tres socios del consorcio de El Cerrejón –la australiana BHP Billinton, la suiza Glencore y AngloAmerican del Reino Unido– estén partiendo cobijas con el carbón, distanciándose de este.
La primera en romper filas, presionada por sus inversionistas, fue Billinton, la empresa minera más grande del planeta. Adhiriéndose al Acuerdo de París, decidió reconocer el cambio climático y renunciará al carbón. Además, se retiró de la Asociación Mundial del Carbón por “desacuerdos en la política contra el calentamiento global”.
Varios fondos de inversión europeos le sugirieron a la minera angloaustraliana su salida de El Cerrejón. En cuanto al fondo soberano noruego, el más poderoso organismo estatal de inversiones del mundo y el destinatario de los enormes rendimientos provenientes de los yacimientos de hidrocarburos del país nórdico, este decidió vetar las inversiones en Glencore y Angloamerican por su participación en la industria del carbón.
Por su parte, Glencore decidió “dar prioridad a sus inversiones para producir materias primas esenciales para la transición energética”. La Angloamerican no se quedó atrás: a finales del año pasado resolvió apartarse de las operaciones de carbón térmico en Colombia y Sudáfrica para 2023.
Como si lo anterior fuera poco, desde el año pasado el Banco Mundial cerró todas las líneas de crédito para el financiamiento de proyectos de exploración y explotación de carbón, petróleo y gas. Estamos, pues, notificados sobre lo que se le viene a Colombia.
Desde hace años he venido diciendo que Colombia debe emprender cuanto antes un compromiso de diversificar y desprimarizar su economía. Esta es la única ruta hacia un crecimiento sostenible e incluyente. Es una empresa de largo aliento que debe comprometer la fuerza de todos, empezando por la recuperación y reactivación de la economía una vez haya sido superada la pandemia.
Colombia debe seguir el ejemplo de Perú y Chile, países que están comprometidos con ambiciosos planes de transformación productiva y reconversión energética.
En el plano regional, los departamentos de La Guajira y el Cesar, que tanto dependen de la minería del carbón (43,9 % y 36,7 % del PIB, respectivamente) deben tomar acciones urgentes, con el apoyo del Gobierno central, para contrarrestar el efecto devastador del ocaso de la industria del carbón.