Para eliminar este combustible fósil de la economía se pueden tardar 45 años
PIERGIOGIO SANDRI
Por mucho que los niños se esfuercen en pedir este año a los Reyes que no les traigan carbón, la realidad es que todavía queda mucho por el planeta para quemar. Tal vez demasiado. Justo cuando se cumplen cinco años de los acuerdos de París, este combustible, responsable del 44% las emisiones de CO2en la atmósfera de la Tierra todavía se resiste a morir como fuente energética.
Un reciente estudio de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) confirma que el consumo de carbón en el mundo es un 60% más alto hoy respecto al que se alcanzaba hace veinte años. Sigue siendo en la actualidad la segunda mayor fuente de energía primaria, después del petróleo y todavía la mayor parte de la energía eléctrica producida en el mundo se basa en este mineral.
Los datos reflejan al auge económico de Asia y en particular de China de los últimos veinte años. Esta región del planeta consume cerca del 70% del carbón mundial y Pekín casi la mitad. De hecho, el siglo XXI se puede decir que ha sido, a escala global, el siglo del carbón: porque nunca a lo largo de la historia su demanda se había incrementado tanto, sostiene la AIE.
De acuerdo con los datos, la organización End Coal, en la actualidad todavía hay casi un millar de centrales de carbón en construcción, aprobadas o planificadas por el planeta que esperan ver la luz en un tiempo breve. Por ejemplo, China, Ucrania, India y EE.UU. han anunciado proyectos con carbón en plena pandemia.
Si se mantuvieran los actuales ritmos de cierres de las centrales térmicas, deberían transcurrir unos 43 años, según alertaba en un estudio de la pasada semana el Fondo Monetario Internacional (FMI), para que el carbón como fuente energética desaparezca del planeta. ¿Puede el planeta esperar todo este tiempo?
Hay varios motivos que explican la supervivencia de las centrales de carbón. En muchos países las minas son de propiedad esta-tal, con lo que los intentos de conversión, vía incentivos o impuestos, no suelen ser siempre muy efectivos.
Otro aspecto a considerar es que la vida útil de las centrales puede llegar a 40 años, con lo que su desmantelamiento prematuro, después de la inversión, suele tener un coste. El deseo de conseguir una mayor autosuficiencia energética y de reducir la dependencia del exterior también ha impulsado, según el FMI, la resiliencia de la industria del carbón local en países con reservas.
“Dudo que estos países en pleno crecimiento económico abandonen el carbón tan rápidamente. Nosotros, en Occidente, consumimos muchos recursos durante décadas y ahora es complicado forzarles a que renuncien a su desarrollo”, reconoce José Enrique Vázquez, presidente del grupo de gestores energéticos de Catalu-nya. “Hay que añadir que el cierre de las centrales supone una ruina para la economía local, con pueblos que acaban siendo abandonados y trabajadores que habrá que formar y reconvertir. La transición energética nos obliga también a repensar el modelo de sociedad”, reflexiona.
Hasta ahora, el carbón podía contar con un factor a su favor: el precio. No obstante, la energía solar y eólica son ahora mismo las fuentes de energías más baratas, por lo menos para dos tercios de la población mundial, según Bloomberg. Esto hará que en el futuro muchas de las centrales de carbón acaben siendo poco rentables. “Las decisiones políticas pueden ser un catalizador. Pero al final es el mercado y los motivos económicos los que acabarán forzando la transición energética. Las empresas siempre van más rápidas que los políticos”, afirma Jaume Morrón, socio-director de DialEc-Comunicació per la Sostenibilitat, asesor y experto en energías renovables.
Pese a la persistencia del carbón, hay motivos para la esperanza. Puede que estemos tal vez ante el canto del cisne de este combustible. Porque si es verdad que el consumo se ha incrementado cada año en este siglo pese a la emergencia de una nueva conciencia medioambiental, su peso en la cesta energética ha disminuido. Ahora solo representa poco más del 26%. Su contribución en la energía eléctrica ha bajado a un 36%. Hace años estos porcentajes eran mucho más altos.
China también parece haberse dado cuenta de que hay que tomarse una pausa. Desde el 2013 su consumo se ha parado, a diferencia de India o Bangladesh. Y en cuanto a Europa, el tijeretazo ha sido notable. El plan anunciado el viernes de reducir un 55% las emisiones para el 2030 ya viene de lejos. Hace tan solo diez años, un tercio de la energía europea procedía del carbón, ahora ha bajado al 15% a favor del gas. Ahora sus importaciones de mineral para las centrales están en mínimos de 30 años. “La tendencia en la última década demuestra que la demanda de carbón alcanzó su punto álgido en el 2013, con un pequeño rebote en el 2017-2018. Según nuestros análisis, el consumo global no volverá nunca más a los niveles del 2018”, asegura la AIE.
“El Covid-19 recortará tanto las emisiones de este año que la industria del carbón nunca se recuperará, incluso con una expansión continua en India y otros lugares. La caída de los precios del gas natural, la energía solar y eólica a un precio récord y las preocupaciones sobre el clima y la salud han socavado a la industria de forma permanente”, declaraba Rob Jackson, directivo de la organización Global Carbon Project.
Mientras incluso China se interroga si no se encuentra en la actualidad con un exceso de capacidad de centrales de carbón, en muchos países el viento ha cambiado. Un caso particularmente significativo es el de Alemania.
En ese país en noviembre se llevó a cabo la primera subasta para el desmantelamiento de plantas de carbón, que empezaron a funcionar tan solo en el 2015. En total, los operadores de plantas recibirán unos 317 millones de euros por retirar sus plantas del mercado eléctrico. ¿Y si como regalo de Navidad los niños recibieran aire más limpio?