PALOMA ALMOGUERA
La recién estrenada alianza entre Asia y Pacífico confirma la pujanza de la región en la economía mundial y refuerza el papel de Pekín como adalid del multilateralismo
La carta de presentación es de por sí rotunda: 15 países del mundo, con China entre ellos y que en conjunto representan el 30% del PIB mundial, han firmado la mayor alianza comercial del planeta. Bautizada como Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), está formada por naciones de Asia y Oceanía y deja al margen a Estados Unidos, retirado de los grandes acuerdos de comercio desde la victoria electoral de Donald Trump en 2016. Con sus más y sus menos, pues los críticos advierten de las limitaciones y escasa ambición del pacto, la RCEP constata varias realidades: el auge de Asia en el panorama geopolítico y económico mundial y el creciente rol de China como autoproclamado adalid del multilateralismo en época de repliegue.
Han sido ocho años de negociaciones que han concluido en un momento clave. Su rúbrica coincide, o probablemente se hizo que coincidiera, con los estertores de la Administración Trump, el gran propulsor del “América primero” y el “desacople” económico, vistos como un intento de dar marcha atrás a décadas de globalización. Lanzado por la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático, conformada por Singapur, Malasia, Indonesia, Filipinas, Vietnam, Tailandia, Camboya, Laos, Myanmar y Brunéi) en 2011 y después impulsado por China como contrapeso al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) de marca estadounidense —hasta que Trump retiró del mismo a la primera economía mundial en 2017—, su firma es vista por muchos como un logro en sí misma. “Genera en Asia-Pacífico un sentimiento de que hay vida todavía, con o sin Estados Unidos”, resume Deborah Elms, del Centro de Comercio de Asia, en una nota.
Hay vida y también un camino de futuro cada vez más claro. La RCEP, formada por China, Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y la ASEAN, después de que India se saliera de las negociaciones el pasado año, elimina aranceles sobre más del 90% de los bienes intercambiados entre los miembros. Aunque muchos de los países ya tienen acuerdos de libre comercio mutuos, y siete de sus miembros también forman parte del CPTPP (el nuevo TPP que se firmó sin Estados Unidos en 2018, formado por Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam), hay novedades significativas.
La RCEP sí supone el primer tratado de libre comercio entre China y Japón y entre Japón y Corea del Sur, economías claves de Asia. E incorpora un elemento técnico fundamental, destacado incluso por las voces más críticas: el acuerdo implica que todos los países que lo integran solo necesitan un certificado de origen para enviar productos entre los miembros, lo que reduce costes y facilita los intercambios.
En la práctica esto se puede traducir en más comercio “en Asia para Asia”, considera Johanna Chua, analista de Citi, en un comunicado, pudiendo revertir en el futuro la situación actual. Si bien gran parte de los países de la RCEP son fuerzas exportadoras, la mayoría de bienes se ha enviado tradicionalmente fuera de la región, a Estados Unidos y Europa en particular, mientras el comercio dentro de Asia ha sido más modesto. El acuerdo también incluye reuniones periódicas entre representantes de cada país, y se espera que se convierta en una plataforma para la discusión de asuntos económicos y comerciales, favoreciendo la integración regional. “En consecuencia, India y Estados Unidos son los principales perdedores, como ocurrió con el CPTPP, ya que se quedan al margen de la regla del certificado de origen único y de los procesos de toma de decisiones”, apunta Mike Bird, analista de Dow Jones.
Pero no todo son loas. El mismo Bird subraya las “debilidades” del pacto y la “falta de ambición” del proyecto. La reducción de aranceles es inferior a la del CPTPP, por ejemplo, y la RCEP no incluye reglas de protección laboral o medioambiental, mientras el primero sí lo hace. Sus secciones sobre la resolución de disputas comerciales o las inversiones son “relativamente débiles”, alerta por su parte el Centro para los Estudios Internacionales y Estratégicos (CSIS, por sus siglas en inglés). En este aspecto, sí se espera que la RCEP tenga planes de crear una secretaría que se encargue de dirimir las fricciones entre los países miembros. Otra de las críticas más frecuentes es que tampoco incluye convenios sobre comercio digital ni reglas acerca del flujo de información transfronterizo.
Para Bird, incluso el liderazgo de China queda en entredicho. “El acuerdo se presenta como una victoria para el Gobierno chino, pero sus debilidades hacen que Pekín esté lejos de tener una posición de liderazgo en comercio regional”, incide. Aunque en la práctica puede que así sea, pues una buena parte del contenido de los acuerdos y los reglamentos está elaborado por parte de otros miembros, muchos analistas coinciden en que la RCEP supone un tanto para China, al menos desde el punto de vista diplomático.
La RCEP, que adelanta a la Unión Europea como el mayor bloque de libre comercio global, incluyendo a casi un tercio de la población y la producción económica mundial, refuerza la narrativa de una China en auge y un Estados Unidos en declive, sobre todo tras el periodo aislacionista de la primera economía mundial durante el mandato de Trump. Para algunos la RCEP es, por lo tanto, la última muestra de la creciente influencia de China, primero en Asia y después en el mundo. Una visión que se puede quedar corta, pues más que reforzar únicamente a China da un espaldarazo general a las economías asiáticas que lo integran y que pueden a través de él mejorar su competitividad y hacer frente al peso manufacturero de la segunda economía mundial.
Su puesta en práctica, que podría demorarse un año hasta que al menos seis de los 10 países de la ASEAN y otros tres de los cinco miembros restantes lo ratifiquen, coincidirá en principio con una revitalización de las 15 economías en un escenario postcovid. Ambas circunstancias pueden allanar el camino para “años de un buen ritmo de crecimiento” en Asia, apunta Deborah Elms, directora del Centro Asiático de Comercio, lo que contribuiría a desplazar cada vez más el eje geopolítico y económico hacia este continente, que supondrá el 50% del PIB mundial y hasta un 40% del consumo global en 2040, según la consultora McKinsey.