Bill Gates se jacta de haber leído todas sus obras. "Espero cada libro nuevo como alguna gente espera cada estreno de Star Wars", dijo el fundador de Microsoft. Con unos 40 publicados, además de centenares de artículos, el checo canadiense Vaclav Smil es uno de los investigadores más escuchados sobre energía, cambio climático y poblacional, producción de alimentos e innovación técnica.

En especial, sus conceptos acerca de uno de los grandes temas que lo obsesionan, el de la ansiada transición energética. Smil es crudo en su diagnóstico: el proceso de adopción de las fuentes renovables será bastante lento, quizás mucho más de lo que se necesita para cumplir con las metas de rebaja de emisiones contaminantes del Acuerdo de París.

Smil basa su pesimismo en una ecuación histórica. Hacia 1800 el hombre se valía de la madera y otros combustibles de biomasa con una "densidad de potencia" relativamente baja, es decir que hay que recolectar mucha cantidad para generar calor. Para mediados del siglo pasado aproximadamente tuvo lugar la transición hacia el carbón y el petróleo, con mayores densidades de potencia ya que producen más energía por gramo y se extraen de depósitos relativamente compactos. Pero, más de dos siglos después, el mundo no ha terminado de completar ese giro. La madera, y especialmente el carbón, se siguen usando pese a la disponibilidad de hidrocarburos y gas natural, y aún suministran una parte de la energía primaria del mundo. Solo una muestra de la resistencia que opondrán los combustibles fósiles ante las energías "verdes".

El investigador describe otros obstáculos. En principio, la regresión en la densidad de potencia, ya que fuentes renovables como la energía solar y eólica precisan grandes áreas de tierra para instalar paneles y turbinas que produzcan la energía. Por otro lado, la necesidad energética de países con grandes poblaciones de bajos ingresos, como China o India, haría que los fósiles mantengan la intensidad pese a los planes por suplantarlos en otras partes del mundo, por ejemplo en la Unión Europea.

Además, señala el experto, todavía no está disponible un sistema de almacenamiento de renovables a gran escala que sea 100% confiable y que permita funcionar a las energías intermitentes sin un suministro de respaldo. Mientras, la producción de autos eléctricos y de hidrógeno aún está en una etapa temprana como para poder reemplazar en el corto plazo el voluminoso mercado de los motores de combustión. Su pronóstico es que la transición llevará décadas.

Aunque, claro, la solución podría venir de la mano de las nuevas tecnologías. Todo avance, en baterías de mayor capacidad de almacenamiento, paneles solares más eficientes o el aprovechamiento de nuevas fuentes no contaminantes, por ejemplo, cambiaría el escenario y podría acortar la espera de manera significativa.