DANIEL BOSQUE*
Con lógico eco, Alberto Fernández ha lanzado al ruedo mediático a Cecilia Todesca Bocco, quien en diciembre había sonado para algo importante en la cartera económica antes de que apareciera en el firmamento Martín Guzmán, el gran negociador. Cecilia no es una más, es albertista de pura cepa, cofundadora del Grupo Callao, el tanque de ideas presidencial, y hoy tiene despacho a metros del mandatario, como vicejefe de Gabinete.
Aunque no es hija de sangre, Cecilia lleva el apellido de Jorge Todesca, el titular del INDEC en el macrismo, quien falleció este verano. Jorge era compañero de militancia en la izquierda peronista de su padre, Luis Bocco, abatido por los militares en la llamada “masacre de Campana”. Tras la muerte del amigo del alma formó pareja con su viuda y Cecilia, ya de grande, elegiría como primer apellido el de su padrastro. Una de las tantas historias de los sobrevivientes de los años 70.
Volvamos a hoy: Cecilia habló por primera vez, en varios medios, y dijo cosas realistas y descarnadas, con un tono productivista y exportador, sobre el tsunami social y económico que azota a la Argentina. Menos grandilocuente que el ministro productivo Matías Kulfas y que su secretario de industria Ariel Schaler. Aunque también prudentemente alejada de cualquier pláceme al agro, el gran dador de divisas al país, pero que irrita al peronismo antes, durante y después de Vicentin.
Todesca dijo, entre otras cosas, que el gobierno dará un tercer Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), que según sus números alcanza a 2,8 millones de personas y con la Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP), que alcanza a 310.000 empresas. "Salvavidas sin el cual la pobreza argentina sería mucho peor", aseveró.
Cecilia entonó también una melodía que agrada al mundo empresario, que en estos días tuvo varias rondas con Alberto, siempre sin Cristina. Con ella todo es distancia, excepto la inquietud común por la suerte final del mega juicio “Cuadernos” que llevó, sobre todo a constructoras y contratistas del Estado, a las puertas de un infierno impensado en tiempos de Macri y Bonadío.
El gobierno, dijo la economista funcionaria, busca un modelo exportador, con Vaca Muerta, la minería, pero también con otras empresas de punta, como arietes. Sin entrar en detalle sobre la actualidad, porque no es el caso. Aunque no lo digan en fino, a unos cuantos millennials del gobierno les seducen, a los efectos de la inserción en el mundo, la idea de poder anclar aquí unicornios como Globant, la 4.0 de Martín Migoya que se expandió a 10 países y hoy es suceso en Wall Street. Del exiliado Galperín y su Mercado Libre, que hoy vale más que toda la bolsa de Buenos Aires prefieren no hablar.
Todesca hija, como dirían los bursátiles un papel a seguir con atención en la coalición gobernante, auguró tiempos duros para empresas y empleos en las post pandemia y defendió con firmeza el valor de la producción. “A la gente hay que darle trabajo y no tirarle plata desde un helicóptero”, dijo. Palabras en las antípodas del evangelio asistencialista más puro, como la socióloga Laura Garcés, aplaudida en medios y redes kás cuando promocionó la Renta o Básica Universal (UBI, por su sigla en inglés) y criticó “la cultura y la sociedad trabajocéntrica” (sic)
No está claro cuál será la sigla, pero la idea ya está madura. De eso se trata, del invento neokeynesiano que se expande como mancha de aceite en el mundo, cuyo ejemplo extremo es Alaska, territorio petrolero y despoblado que sostiene a ocho de diez personas.
El UBI, bendecido por citas a textos de sabios, santos e intelectuales desde Santo Tomás de Aquino hasta hoy, es un invento ya adoptado con los confinamientos por la pandemia global. En los países ricos la ayuda abulta, como la de Trump, con su famoso cheque personalísimo de 1.200 dólares para 70 millones de ciudadanos. En América Latina, los subsidios arrancan en US$ 60 y llegan a los US$ 140.
Bandera de la “nueva izquierda” mundial, que lo prefiere permanente a pensarlo como auxilio de emergencia, el UBI es reclamado en las encuestas por la mayoría de los jóvenes de Europa y Estados Unidos, sin horizontes de empleo por la robotización y ahora la depresión. Y aplaudido por los dueños de las empresas GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple) y La otras winners de la nueva normalidad. Uno es el fundador de Twitter, Jack Dorsey, quien ha prometido una renta básica universal para unos 7.000.000 de beneficiarios en 14 ciudades de EE.UU. Un experimento que costaría US$ 1.000 millones. Cosas vederes.
Tiene su lógica la filantropía: son holdings montados sobre el boom de la conectividad, el teletrabajo, el comercio electrónico y la inteligencia artificial, que están viviendo junto a las farmacéuticas su fiesta en la pandemia/cuarentena. Y precisan que el Estado sostenga el budget básico de millones de consumidores. Otra preocupación común es desmontar una espiral de revueltas. El caso Chile, el modelo boutique dañado por el estallido social, es la mejor lección de que la receta dura de la dictadura china para sofocar a Hong Kong no es exportable “urbi et orbi”.
En este siglo, la primera en mover el avispero con la idea de "la Universal Basic Income" fue la activista de izquierdas alemana Susan Wiest, y poco después, los holandeses Philippe van Parijs y Yannick Vanderborght volcaron esta propuesta en un ensayo que patento ese nombre. Fue en 2008, en plena crisis de hipotecas sub prime que arrasó con Wall Street, con recaída en 2012. UBI se sustenta un una trilogía: más y mayores tributos a rentas y riquezas, desconocimiento e investigación de endeudamientos con el mundo financiero, transparencia distributiva.
La historia va rápido entre crisis y lo que parecía ridículo termina siendo moda. Un ejemplo: hace 12 años el G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) y los magnates del Foro de Davos se reían de la Tobin Tax , ideada por el Nóbel James Tobin para gravar con el 0.02% a las rentas financieras, que promovían Wiest y la plataforma 'Association pour la Taxation des Transactions financière et l'Aide aux Citoyens' (ATTAC), pero luego la aplicaron y más severamente varios gobiernos fiscalmente urgidos, entre ellos el de Mauricio Macri.
Sigamos con UBI: El primer eco en Argentina fue inmediato, con el nombre de Ingreso Ciudadano Universal (ICU) fue de Claudio Lozano, entonces acérrimo crítico del kirchnerismo y hoy director del Banco Nación. Pero en el marco de la pandemia-cuarentena, hoy la idea de una UBI es de “todes”. Nadie se quiere quedar afuera de la foto. Daniel Arroyo, el hoy devaluado ministro de Desarrollo Social, ya la cifró en $ 16.875 y dijo que alcanzaría a un universo impreciso de 10/11 millones de personas. La mercadotecnia electoral rápidamente sacó cuentas de los votos que puede cautivar de cara a 2021.
De UBI, o como se llame, se está hablando y cada vez más en todo el mundo. Como ocurrió el viernes pasado, reiteradamente, en el cumpleaños de un añito de un bebé que ya camina y habla hasta por los codos. Fue en el aniversario del Grupo de Puebla, el foro de ex presidentes de izquierdas impulsado el año pasado por Marco Enriquez Ominami (MEO) al que luego se le sumaron dos elegidos, Alberto Fernández y Andrés López Obrador. En el festejo virtual, con forma de debate sobre la “Agenda progresista para superar la crisis de la pandemia COVID-19″ estuvieron Lula, Dilma Roussef, Ernesto Samper, Pepe Mujica, Rafael Correa, Evo Morales, Fernando Lugo y el infaltable español José Luis Rodríguez Zapatero.
La moderadora de este espacio fue Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). La bióloga mejicana, que gusta definirse como “comprometida con la igualdad”, es hoy la más firme impulsora de la UBI en la región.
El diagnóstico de Bárcena, y de la CEPAL que lidera hace 14 años, es crudísimo:
+ La región sufrirá este año la mayor contracción económica en un siglo, 9,1%.
+El comercio caerá en un 20%, mientras que las remesas de los emigrados, vitales para varios países, disminuirán 20%.
+El desempleo se irá de 8,1% al 13,5%: 18 millones de personas más que sumarán a 44 millones de desempleados.
+La informalidad en la región es del 54%, donde 60% son mujeres.
+América Latina tendrá 230 millones de pobres y una pobreza extrema de 96 millones.
+Se perderán 2,7 millones de empresas que representan el 19% del tejido empresarial de la región.
Bárcena, en nombre de CEPAL, propone un ingreso básico de emergencia equivalente a la línea de pobreza (US$ 147), por seis meses y a un costo de 1,9% PIB, más un bono contra el hambre equivalente a 70% de una línea de pobreza extrema (US$ 57) que costaría 0,45% del PIB. Y un subsidio a micro-empresas y expansión de créditos a las pequeñas y medianas empresas, sin intereses por dos años. Además de la entrega de contribuciones mensuales a 15 millones de trabajadores autónomos.
Bárcena, una crítica de la Escuela de Chicago, cree que hay que aplicar más impuestos en la región, y dice que América Latina y el Caribe tributa un 23% versus el 34% de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Y que la evasión fiscal muy alta que llega a 6,1% del PIB.
CEPAL, de la mano del neo keynesianismo en boga, quiere volver a brillar con sus recetas, como lo hizo desde el célebre Manifiesto de 1950 del tucumano Raúl Prebisch. O en los 70, cuando el debate entre desarrollo y dependencia se alimentaba de sus escritos y libelos. El organismo con sede en Santiago de Chile está integrado por 46 países, muchos extra hemisferio, y otros 14 adherentes, ídem. Sus fondos provienen de Naciones Unidas y su programa PNUD, de proyectos fuertes de Alemania y ocasionalmente de Japón.
La oficina de CEPAL en Argentina es dirigida por el economista Martín Abeles, peronista K, ex secretario de Programación Económica y uno de los mentores de la recordada Resolución 125. Sonó en diciembre para secretario de Finanzas y hasta como ministro de Economía de Alberto, pero quedó en la Comisión. Pero el elegido fue Guzmán, quien coescribió con Abeles textos sobre desarrollo, fiscalidad y endeudamiento externo. Otro contacto estrecho: está casado con Cecilia Todesca.
De cara a la post pandemia, CEPAL interpreta la sinfonía predilecta de Alberto Fernández y otros, cuando habla del limitado espacio fiscal de América Latina, un argumento que en la Argentina en cuarentena hace casi 120 días y que caerá en 2020 de 10 a 15 puntos, inquieta a miles de empresas en bancarrota y millones de contribuyentes en mora. CEPAL impulsa, dijo Bárcena la semana pasada, una fuerte inversión pública para volver a navegar y evitar el naufragio. Trascartón, es lo acaba de proclamar el joven premier Santiago Cafiero, para lo cual hará falta cerrar el canje de deuda externa.
En estas horas argentinas de creciente pobreza y moral por el piso, un ex consultor de CEPAL, el liberal Ricardo López Murphy, ha destacado un matiz no menor, la gran asimetría en medio del auge asistencial entre los ingresos extravagantes de la clase política y de la jerarquía judicial (un poder en receso pandémico que va para el Guiness) versus el olvido a jubilados y pensionados.
"Si viéramos el universo, tal vez lo entenderíamos", decía Borges.
* Director de Mining Press y EnerNews.