El dinero nunca fue tan barato. Los gobiernos y los bancos centrales actuaron con rapidez para apoyar de manera abundante y accesible a las empresas durante la desaceleración económica provocada por la pandemia. Sin embargo, la cura tiene un final amargo. A medida que las autoridades políticas empiezan a desarmar los programas de preservación de empleo y otras medidas de ayuda, preocupa que la recuperación económica se vea frenada por la proliferación de empresas altamente endeudadas que apenas se arrastran en la dimensión desconocida del mundo corporativo: toda una generación de "empresas zombie".
Éste no es un fenómeno nuevo. Incluso antes de la crisis de Covid-19, las tasas de interés bajas cumplían una década, lo que contribuyó a elevar el número de "muertos vivos": empresas que no llegan a cubrir los costos de su deuda con sus ganancias. El apalancamiento del sector corporativo aumentó considerablemente desde 2008. Deutsche Bank Securities estima que la proporción de zombis en el mundo corporativo estadounidense se triplicó a más de 18% desde la crisis financiera.
La pandemia creó otras nuevas. También hay preocupación por la proliferación de los "empleos zombies" inviables, que existen gracias a los programas de preservación de puestos de trabajo. Esta situación plantea grandes desafíos para los gobiernos mientras estudian cómo estimular la actividad económica después de las cuarentenas.
Permitir que las "empresas zombie" avancen con dificultad, incapaces de invertir o pagar sus deudas, tiene un costo para la economía en general. Las investigaciones muestran que estas empresas son un lastre para el crecimiento de la productividad. También pueden entorpecer la reubicación de mano de obra y conocimientos en otras compañías más productivas. No se puede salvar a todas las empresas o trabajos zombis. Pero éstos no son tiempos normales. Las autoridades políticas deben encontrar formas de lidiar con la montaña de deuda, fomentar la inversión en nuevas empresas productivas y aplicar incentivos para crear puestos de trabajo.
En el Reino Unido, el gobierno estudia un recorte temporal del IVA para que regrese la confianza. Si bien eso podría elevar el consumo en el corto plazo, no hay garantía de que los británicos, temerosos de perder el trabajo, estén con ánimo para gastar. Se deberían considerar otras herramientas primero. Bajar las cargas laborales haría una mayor diferencia y más empresas se animarían a contratar. Permitir a las empresas deducir de ganancias sus inversiones también ayudaría.
No hay razón para temerle a todos los zombies. Si una empresa apenas es capaz de cubrir sus costos variables y no necesita invertir en este momento, su existencia puede ser beneficiosa porque ayuda a mantener el empleo. A medida que suban los salarios es probable que esas firmas quiebren, pero en la actual crisis de desempleo no conviene forzarlas a cerrar sus puertas.
Mantener vivas algunas de estas empresas, aunque sea con respirador, también permitiría que los cruciales programas de capacitación funcionen con mayor eficacia.
La pandemia ya ha provocado daños extraordinarios. Los encargados de definir políticas deben desplegar una serie de estrategias que garanticen que la actual crisis de liquidez que atraviesan las empresas no se convierta en una crisis de insolvencia que termine hundiendo a la economía en general.