La parte positiva de la caída del uso de combustibles fósiles ha sido la reducción de los niveles de contaminación del aire.
FERNANDO GUALDONI
Tras la pandemia por la covid-19 el mundo no va a ser igual. Esto se da por hecho. Lo que no se sabe con certeza es cuán diferente será. ¿Cambiará mucho la forma en que nos relacionamos, movemos, educamos y trabajamos? ¿Volverá a ser todo como antes una vez que haya un tratamiento efectivo o una vacuna, o viviremos atentos a la aparición de un nuevo coronavirus? Después de todo, la covid-19 es el séptimo virus de su tipo y uno de los tres potencialmente mortales aparecidos desde 2002.
¿Qué puede hacer el mundo para evitar que aparezcan más enemigos como este? Aunque aún hay muchas más preguntas que respuestas, una certeza es que el maltrato al medio ambiente, en todas sus formas (desde la contaminación del aire, pasando por la deforestación, hasta la caza furtiva), favorece la aparición de nuevos y letales patógenos. Muchos sectores económicos pueden contribuir a frenar el deterioro ecológico para evitar futuras pandemias y, de entre todos, el de la energía es crucial.
La covid-19 ya ha impactado sobre esta industria: el efecto más evidente es que la escasez de consumo de carburantes por el confinamiento ha desplomado el precio del petróleo a niveles de hace 20 años. Históricamente, una caída tan significativa de la cotización del barril automáticamente solía echar por tierra las inversiones en proyectos de energías renovables. Sin embargo, esta vez el mundo —y, más aún, los países desarrollados— tienen la oportunidad de romper esa maldición. Y si hay una certeza en el sector de la energía, es que para aprovechar este momento y dar un salto cuantitativo hacia un planeta más limpio hace falta la voluntad y el entendimiento de las empresas y de los Gobiernos.
De momento, las grandes compañías europeas han mantenido su compromiso de reforzar la transición de su cartera de negocios hacia energías más limpias. En diferentes comunicados, los presidentes o consejeros delegados de grandes grupos como la británica BP, la anglo-holandesa Royal Dutch Shell, la francesa Total o la italiana Eni han reafirmado sus planes de inversión en renovables. Shell, por ejemplo, tiene previsto destinar al menos 1.000 millones de dólares en ampliar su cartera de renovables este año y alcanzar un máximo de 3.000 millones para finales de 2021. La española Repsol, por su parte, inició en pleno estado de alarma la construcción del primero de sus tres parques fotovoltaicos presupuestados con una inversión de unos 600 millones de euros.
Para las grandes compañías petroleras, la crisis tiene un doble filo. Por un lado, tienen que hacer frente a la caída del precio del barril de crudo, que en solo tres meses ha pasado de 67 a 20 dólares. Por otro, el negocio de refino y venta de carburantes se ha frenado por el parón de la actividad económica e industrial en los principales mercados del planeta. En la última Gran Recesión, en 2008, por ejemplo, el consumo de carburantes descendió notablemente, pero el barril nunca llegó a bajar de los 40 dólares. En esta crisis sanitaria, el doble frente para el sector petrolero amenaza con dejar su cuenta de resultados en el peor nivel de los últimos dos decenios.
La parte positiva de la caída del uso de combustibles fósiles ha sido la reducción de los niveles de contaminación del aire. Sin embargo, el desafío es desacoplar la actividad económica de las emisiones, no que ambas caigan al mismo tiempo. Por esto, la estrategia de los Gobiernos, con una clara apuesta por estas energías facilitando su expansión con medidas administrativas, fiscales y crediticias, será decisiva para la transición hacia la generación verde.
Desde Bruselas, el vicepresidente primero de la Comisión y encargado del Pacto Verde, Frans Timmermans, declaró que Europa tiene que asegurarse de que los fondos para la recuperación estén encaminados hacia un modelo económico más sostenible. "Si no, estaremos dando dinero a la vieja economía, que será restaurada más o menos, pero no tendrá los medios para transformarse y estaremos perdiendo dos veces. Esto es inaceptable y tenemos que evitarlo a toda costa", declaró Timmermans ante la comisión de Medio Ambiente del Parlamento Europeo. El vicepresidente de la Comisión ha reiterado que mantendrá "al máximo" la agenda climática puesta en marcha por Bruselas y ha insistido en que sigue con sus planes de presentar en septiembre el proyecto para el horizonte 2030 que amplía el recorte de emisiones europeas hasta un 50% con respecto a niveles de 1990.
"Los Gobiernos desempeñarán un papel importante en la reconfiguración del sector energético tras la crisis de la covid-19", recalca el reciente informe Global Energy Review 2020 de la Agencia Internacional de la Energía (AIE). "En particular", dice el organismo, "en el diseño de medidas de estímulo que vinculen los esfuerzos de recuperación económica con la energía limpia". Gonzalo Escribano, analista del Real Instituto Elcano, cree que "las regulaciones ambientales ya en vigor y otras en curso, además de la presión de los ciudadanos por una economía más sostenible, no van a desaparecer, especialmente en Europa y otros países avanzados. Puede ser que a corto plazo haya retrasos en nuevas subastas de renovables y en la reforma de políticas energéticas, pero a medio y largo plazo las renovables seguirán o incluso acelerarán su despliegue".
Una de las razones clave para mantener el compromiso con la transición hacia fuentes más limpias es que la demanda de energía ya es mucha y solo va a más. Cuando uno ve las fotos de las calles vacías y los cielos despejados de las grandes urbes del mundo, tiene la sensación de que apenas se consume energía; y, sin embargo, la demanda mundial de combustibles fósiles se reducirá menos de un 10% y la de electricidad un 5% este año, según la AIE. Solo en el primer trimestre, con China a medio gas y Europa ya tocada casi de lleno por la crisis sanitaria, el consumo global se redujo casi un 4%. Es decir, que a pesar del confinamiento, la paralización de las industrias y del transporte (que consume más del 80% de los combustibles), las necesidades energéticas siguen siendo enormes.
Por esto, salir de esta crisis con un mayor porcentaje de fuentes renovables será determinante para conseguir que la economía tenga la energía que necesita y los gases de efecto invernadero se mantengan a la baja. "Aunque la demanda de electricidad ha bajado, las renovables han seguido generando energía a ritmos normales, y esta inédita situación provocada por la pandemia nos brinda una oportunidad única para analizar y comprender el impacto de los sistemas renovables en la economía. Según los datos que ya tenemos, podemos decir que el futuro será muy crítico para las centrales nucleares y de carbón a medida que la generación renovable aumente. Todo esto nos orientará para planificar los futuros mercados y sistemas e incluso nos brindará herramientas para acelerar la transición energética", explica Matti Rautkivi, director de estrategia y desarrollo de la empresa energética de origen finlandés Wärtsilä.
Aparte de contar con más apoyo social y político, las energías limpias son hoy 10 veces más competitivas en costes tecnológicos y de generación que durante la Gran Recesión de 2008-2009. Este es un factor clave a la hora de competir con las fuentes fósiles en un momento en que las bajas cotizaciones invitan a echar mano del petróleo o el carbón para alimentar las centrales eléctricas.
Aquí representarán un papel clave el gas natural y los gases licuados. Si bien contamina, existe cierto consenso sobre que el gas es una fuente crucial para satisfacer la demanda mientras se avanza en la transición energética. Per Magnus Nysveen, jefe de analistas de la consultora noruega Rystad Energy, una de las primeras en publicar un estudio sobre los efectos de la covid-19 en el sector, cree que "los bajos precios del gas frente a los del carbón aumentarán el uso de esta energía menos contaminante. A corto plazo esto reducirá las emisiones y a más largo acelerará la transición hacia los sistemas limpios".
Si bien el precio del petróleo ha sido el más golpeado por la crisis sanitaria, el gas natural licuado (GNL) es el siguiente en la fila. Mientras que se prevé que el suministro global de GNL alcanzará los 380 millones de toneladas (Mt) en 2020, 17 millones más que en 2019, la demanda estará por lo menos 20 millones de toneladas por debajo. El continente europeo tiene sus reservas de GNL casi al máximo de su capacidad de almacenamiento, por lo que la región tiene margen para seguir comprando GNL y destinar parte de esos excedentes a la producción de electricidad o la industria. "La combinación del gas barato con el debilitamiento de la demanda han llevado a que los precios de la energía eléctrica disminuyan entre un 30% y un 50% en algunos grandes mercados liberalizados. Los precios de la electricidad se han desplomado en Estados Unidos y en varios países de Europa, incluyendo Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Suecia y Suiza.
"Cuando la demanda de electricidad se recupere tras el impacto del coronavirus, las energías limpias volverán a ser una prioridad, pero seguirán acarreando las mismas incertidumbres. En ese escenario, los bajos precios del gas natural facilitarán que la transición energética pueda darse con las garantías necesarias para los consumidores y a unos precios competitivos que permitan la recuperación económica y no obliguen al resto de sectores económicos a lastrarse con los costes de la transición", explica Antonio Merino, jefe de estudios de Repsol.
No obstante, el mercado del gas también representa un doble filo para la industria, ya que, de no producirse un equilibrio mayor entre la demanda y los precios, muchas actividades dentro del sector estarán abocadas al cierre. Una disminución caótica de la oferta de gas natural y de petróleo, que no deja de ser vital para cualquier economía, se volverá en contra de la recuperación económica tras la pandemia. Tanto la industria de la energía como organizaciones internacionales y analistas alertan de la necesidad de que los Gobiernos estén preparados para las futuras amenazas en el suministro de combustibles fósiles que aún sean necesarios para los consumidores particulares, las industrias y la generación de electricidad.
El sector energético va a sufrir enormes cambios a raíz de la crisis derivada de la covid-19. Muchas empresas no sobrevivirán y es más que probable que se avecine otra oleada de fusiones y adquisiciones de dimensiones como la de 2015, cuando por entonces la Royal Dutch Shell compró British Gas por casi 65.000 millones de euros. Es verdad que líneas de negocio como las renovables, menos expuestas a los vaivenes del mercado, tienen muchas papeletas para salir mejor paradas cuando se repartan las futuras inversiones. Sin embargo, a la hora de pisar el acelerador hacia un sector energético más moderno, limpio y resiliente será fundamental que los Gobiernos y las empresas hallen la velocidad adecuada para hacer esa transición sin afectar el suministro.
La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) cumplirá 60 años en septiembre y, con sus más y sus menos, ha sido a lo largo de su historia el cartel más exitoso a la hora de fijar los precios para su producto. Hay bastante disparidad entre los expertos que creen que esta crisis del coronavirus acabará o dejará herida de muerte a la organización y los que piensan que saldrá reforzada.
Entre los que no descartan esto último está Antonio Merino, jefe de estudios de Repsol: "La OPEP puede salir reforzada porque EE UU, primer productor del mundo, puede tener interés en que funcione como mecanismo estabilizador, o puede ocurrir que los americanos se aíslen energéticamente. Quizá no se recuerde, pero EE UU tuvo un sistema de cuotas de importación de petróleo y productos desde 1959 a 1973. La única línea donde parece haber consenso es que, después de unos años de baja inversión, la recuperación de la demanda traerá subidas de precios, pero nadie se atreve a decir a qué niveles. En mi opinión, la clave es si China finalmente apostará por reducir la utilización del carbón".
Quienes comparten cierto optimismo acerca de la supervivencia de la OPEP ven en el reciente acuerdo del cartel con Rusia y otros momentáneos aliados para reducir la oferta en casi 10 millones de barriles diarios como una señal de que los 13 países de la organización son capaces de pactar con su rival comercial más encarnizado con tal de reflotar los precios.
Este pacto incluso le viene bien a EE UU como gran productor y exportador, por eso Washington, que antaño solía renegar de los pactos de la OPEP porque era más dependiente de las importaciones, en este caso calla y otorga. Su producción local (sobre todo el fracking) requiere una cotización mucho más alta del crudo para permanecer viable.
La duda sobre el éxito de la OPEP viene por otras dos razones: porque grandes productores, entre ellos México, no están dispuestos a cerrar mucho la espita, y porque hay temor de que el recorte no sea suficiente y deba alargarse por mucho tiempo para impulsar los precios. En este caso puede que las cuentas públicas y los sectores energéticos de muchos países productores no aguanten el envite y sucumban al sálvese quien pueda. Entonces puede romperse la OPEP.
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