FERNANDO DEL CORRO
El 9 de abril de 1952, 68 años atrás, se inició en Bolivia un trascendental proceso de transformaciones políticas, económicas y sociales de particular significación encabezado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) que implicó cambios substanciales en la propiedad de la tierra como en la presencia popular en la toma de decisiones y el fundamental control del estado sobre los recursos naturales.
Hoy, varias décadas más tarde, el país altiplánico, el viejo Alto Perú de las minas de plata que fueron decisivas para el intento globalizador del imperio español diseñado por el piamontés Mercurino Arvorio di Gattinara, canciller de Carlos I, y que sirvieron para afrontar buena parte de las deudas de éste con el banquero Jakob Függer, recorría hasta hace muy poco una nueva instancia superadora bajo el gobierno de Juan Evo Morales, el de recuperar el camino del “buen vivir” de las viejas culturas aborígenes.
A lo largo de décadas la economía de Bolivia (nombre dado en homenaje a Simón Bolívar aun cuando éste propusiera el de Juana Azurduy) se basó en la extracción del estaño, metal del cual aún sigue siendo el cuarto productor mundial. Pero su explotación sólo servía para el negocio de un grupo de familias: Aramayo, Hoschild y Patiño, mientras el “Metal del Diablo”, como lo denominara Augusto Céspedes, hacía que la edad promedio de los mineros fuese de 30 años.
El país, en tanto, a pesar de la acumulación de riqueza concentrada en unos pocos, llevaba casi tres décadas de serios problemas tras su derrota militar en la Guerra del Chaco Boliviano-Paraguayo en la cual detrás de cada uno de los contendientes hubo intereses de diferentes países regionales y extra regionales. Conflicto que agravó los problemas que ya había generado la crisis económica mundial desatada en octubre de 1929 que debilitó el negocio del estaño.
Para los mineros, los que deambulaban por las profundidades de los socavones, los dramas venían de antiguo: morían de silicosis, por los estallidos de dinamita y por los balazos de sus gendarmes. El escritor Adolfo Cáceres y más tarde el periodista Ted Córdova Claure retomaron la visión endemoniada del estaño que ya estaba presente en las viejas tradiciones populares, como “La diablada”, en la que finalmente, el bien vence al mal, como un anticipo de los cambios de nuestros tiempos.
Tras la derrota en la Guerra del Chaco (1935) se comenzaron a desarrollar cambios en Bolivia. Un gobierno militar, de corte socialista, encabezado por David Toro y Germán Busch, inició una serie de cambios, pero la oligarquía minera recuperó la conducción del país en 1940 hasta 1943 cuando un golpe nacionalista llevó a la presidencia a Gualberto Villarroel, quién levantando la Tercera Posición y con una posterior buena relación con Juan Domingo Perón dijo: “No soy enemigo de los ricos, pero soy más amigo de los pobres”.
A pesar de ser luego elegido constitucionalmente, nunca fue reconocido por el gobierno de los Estados Unidos de América para lo cual había razones. Reconoció la agremiación sindical, abolió el mitaje y el pongueaje (sistemas de servidumbre a los que se sometía a los aborígenes, a cuya primera asamblea convocó) y dio los primeros pasos previsionales. Su partido se denominó “Razón de Patria”. Asesinado en 1946 las cosas volvieron a las andadas.
Un lustro después hubo elecciones y se impuso el MNR pero una junta militar impidió la llegada al gobierno de Víctor Paz Estenssoro quién se asiló en la Argentina. El 9 de abril posterior se desató un proceso revolucionario que dejó 490 muertos en tres días de lucha pero en la cual los militares fueron derrotados en las calles de La Paz y Oruro por la insurrección popular y así se constituyó un gobierno encabezado por Hernán Siles Zuazo con Juan Lechín como vicepresidente. Este era el líder de los explotados mineros de Catavi, Llallagua, Siglo XX y Uncía.
Vuelto Paz Estenssoro asumió la presidencia y se inició un proceso profundo de reformas de las cuales la creación de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) fue clave ya que tomó el control de las minas en manos de los Patiño y compañía; también la del Ministerio de Asuntos Campesinos que sancionó la reforma agraria. También se estableció el voto universal incluyendo a mujeres y analfabetos, se disolvió transitoriamente el Ejército y se lo reemplazó por milicias populares y se incluyó en el gabinete nacional a representantes de la Central Obrera Boliviana (COB).
Durante 12 años la Revolución Boliviana introdujo una serie transformaciones hasta que en 1964 se produjo el golpe de René Barrientos prohijado desde los Estados Unidos de América. Desde entonces el pueblo boliviano vivió varias décadas de penurias, aunque tuvieron un breve intervalo con el gobierno del general Juan José Torres, asesinado luego en la Argentina. Los gobiernos constitucionales posteriores a los golpistas instalaron en Bolivia el flagelo del mal llamado “neoliberalismo” que azotó el conjunto de la región.
Cuando la Revolución Boliviana llevaba siete años generando cambios nació un aborigen cuyos padres admiraban el gobierno argentino y lo llamaron Juan Evo. Con el correr de los años se convirtió en el primer presidente surgido de las etnias originarias. Con él, elegido presidente en 2005, se retomó y profundizó aquella senda, con conquistas que habían dado una verdadera democracia participativa para los sectores populares a pesar de las enormes resistencias implementadas por el poder económico, como las de los nazis cruceños, estimuladas desde el exterior y las trabas económicas como las implementadas por el gobierno estadounidense a la importación de productos bolivianos. Un poder económico que logró el pasado 10 de noviembre de 2019 cuando un golpe militar destituyó a Evo Morales e impuso un régimen de derechas encabezado por la títere Jeanine Áñez.