EDUARDO ANTONELLI*
Los orientales sostienen que “así como es abajo es arriba”, queriendo decir que la vida en el “más allá” –“otra vida” que, como sostiene Les Luthiers, existe, aunque es carísima…- es igual a la que experimentamos cotidianamente. En la Física, por otra parte, rige un principio similar que establece que sus leyes son las mismas en todas partes, vale decir, el universo es “isotrópico” y “homogéneo”.
En Economía, “abajo”, o sea, en la microeconomía, las familias y empresas, resuelven por sí solos cuánto se produce y consume sin necesidad de que los economistas y la Economía tomen intervención, ya que los mercados son más antiguos que aquellos, del mismo modo que los pájaros vuelan sin pedirle permiso a los físicos y por la mismas razones: ellos volaban –y algunos dinosaurios también, lo mismo que los poco queridos murciélagos de hoy- mucho antes que los físicos existieran y, luego de aparecer, entendieran cómo lo hacen.
En resumen, las conductas de familias y empresas que establecen las cantidades que se producen y consumen, no requieren de los economistas, toda vez que la importancia que las familias conceden a lo que deciden adquirir y su cantidad, conforme sus disponibilidades de medios de pago, cuenta en principio sólo para ellas y la dificultad que los economistas encuentran para “medir” esa “importancia” es irrelevante para las familias, quienes tienen perfectamente en claro cuánta utilidad les reporta su consumo aunque no nos puedan proporcionar una medida de ella. De manera similar, los empresarios calculan los beneficios que esperan obtener de lo que producen una vez que lo venden, y aunque en este caso esos beneficios se pueden expresar en unidades monetarias (pesos, dólares, rupias), probablemente tampoco “puedan” los empresarios transmitirnos esas cantidades, por obvias razones (¿a quién le gusta decir cuánto gana, aunque los recaudadores no estén presentes?).
¿Y arriba? “Arriba”, en Economía, hace referencia a los temas que son motivo de preocupación, para los argentinos especialmente: el PBI, el desempleo, el déficit fiscal, la inflación. Sin embargo, se presenta aquí un problema. En tanto quien habla en nombre de “abajo” son sus protagonistas, las familias y empresas quienes lo hacen donde les toca actuar, vale decir, en el mercado de las papas –antes que “quemen”, esto es, en las verdulerías- de las licuadoras y así sucesivamente, cuando se trata de cuestiones como el PBI, por ejemplo, se necesita una medida agregada de todos los bienes y servicios producidos, lo que requiere multiplicar las cantidades producidas por sus precios y sumarlos, y entonces aparece la pregunta: ¿quién habla en nombre de la macroeconomía? ¿Quién hace este trabajo?
Claramente, se requiere entonces de un “gran hermano” –“gh”- quien tomará a su cargo estas mediciones, a la vez que propondrá las reglas de juego dentro de las cuales tales mediciones tienen lugar junto al funcionamiento de toda la economía. Por otra parte, deberá establecer los mecanismos para que las reglas de juego se cumplan y, en definitiva, deberá conformarse un gobierno que realice las tareas inherentes a este cometido: “eureka”: ¡por fin los economistas somos necesarios! En efecto, junto a los expertos en leyes para dar forma a los sistemas de justicia, los economistas explicarán cómo se mide el PBI, el déficit fiscal y las demás variables de la macroeconomía, y se harán por lo tanto necesarios.
Inevitablemente, el papel de gh (gran hermano) dio lugar a que, ante la aparición de problemas en el funcionamiento de las economías -muchos de ellos graves, como las grandes crisis que generaban elevadas tasas de desempleo- además de las tareas de medición de las variables macroeconómicas se presentó la necesidad de dar respuestas a estos problemas y, obviamente, la tentación de mantener las “medidas necesarias” –léase, agrandar indefinidamente el gasto público- se torno irrefrenable. En consecuencia, la gula de gh, unida a las conductas disfuncionales de organizaciones originadas de consuno a este apetito insaciable, transformaron a gh en el Gigante Hambriento (GH) que hoy tienen muchas economías, en particular la Argentina, con las consecuencias funestas que se aprecian: elevada inflación, estancamiento de la economía, desempleo y un largo etcétera, patologías que GH atribuye, no a su obesidad sino a un presunto tamaño insuficiente, vale decir, se necesitaría un GH todavía más voluminoso para “curar” los problemas que sus desproporciones generaron.
En línea con el progresivo agigantamiento de GH, ante la aparición de la pandemia originada por el coronavirus, la “solución” de muchos gobiernos ha sido provocar la parálisis de la sociedad, aislando sus individuos, lo que representó una paralela parálisis de la economía ante la caída vertical del consumo limitado a lo estrictamente esencial, toda vez que las actividades sociales (restaurantes, cines, teatros, turismo, etc.) colapsaron.
Estas medidas, aunque sin duda tomadas desde una posición genuina y sinceramente democrática, en la práctica equivalen al más crudo autoritarismo, que, además de lo que representa, destruyen el mecanismo virtuoso de las economías que es la relación social espontánea que proporcionan los mercados, los que siempre consiguen las mejores soluciones posibles toda vez que no son compulsivas, aun dejando a los protagonistas muchas veces no del todo satisfechos ya que inevitablemente hay quienes no consiguen empleo, o no pueden adquirir todo los que desearían, o vender cuanto les convendría.
Claramente, ante la presencia de una pandemia, las medidas de protección para los individuos son necesarias, pero también lo es la defensa del sistema económico que requiere la interconexión voluntaria de las personas en el papel que juegan en la sociedad, como consumidores y productores principalmente. Sin duda, el dilema que presenta el coronavirus no es diferente al que representa el conflicto entre la producción y el consumo versus la defensa y protección del ambiente, valores ambos que deben ser defendidos, o la necesidad de recursos para que gh (no GH) atienda sus deberes, frente al peso de la carga impositiva para la población. En todos los casos, se trata de “conflictos” que son inherentes al funcionamiento de las sociedades.
No obstante, el papel de gh (nuevamente, no GH) es encontrar soluciones de síntesis, y no “tomar partido” en forma unilateral. Las sociedades son como un extenso cierre de cremallera donde cada lado representa las posiciones “encontradas” y el papel de gh (no de GH) es sellar progresivamente la “brecha”, entendiendo que ese cierre representará la aparición de una nueva dispersión equivalente a un nuevo “conflicto” que deberá ser superado, y así indefinidamente. Por cierto, cuál es “la” solución ante el presente problema que plantea el coronavirus escapa a los propósitos de esta nota y –obviamente- a la capacidad de su autor, siendo en cambio tarea de gh (no de GH). Por cierto, es legítimo interrogarse sobre el éxito que puede lograr si se tienen en cuenta los “progresos” alcanzados frente a la inflación, el desempleo, el déficit fiscal, el estancamiento económico y otros, creados precisamente por GH.
*Economista