“cuando China tose, el resto del mundo se constipa”.
El virus pone al descubierto la peligrosa demografía china. Si la ralentización de la economía china ya estaba poniendo en solfa el consumo energético mundial antes de la irrupción del coronavirus, la pandemia desatada por su veloz contagio en todos los continentes deja, como poco, un año de color negro para las empresas del sector.
Al derrumbe de la demanda le sigue el de los precios y, como efecto dominó, el de los ingresos, los beneficios, la pérdida de valor en Bolsa, las inversiones y, como eslabón final y más delicado, el del empleo. Nunca más de actualidad aquel viejo dicho de “cuando China tose, el resto del mundo se constipa”.
Ciudadanos protegidos contra el coronavirus en Shanghai (China). Reuters
El virus de transmisión humana ha puesto al descubierto los peligros de la globalización y los sistemas demográficos de países cuya población vive hacinada en grandes urbes: solo en China hay dos ciudades con más de 20 millones de habitantes (Chongqing, con 32 millones, y Shanghái, con 24 millones), otra decena que supera los 10 millones y otras 20 con más de 4 millones (de ahí las llamativas y extremas precauciones del gigante asiático ante la proliferación de epidemias). La relación entre la densidad de población y las enfermedades víricas se ha hecho patente en la actual crisis del Covid-19. En España se ha visto con claridad: la comunidad con mayor propagación ha sido la que cuenta con más habitantes por kilómetro cuadrado: Madrid.
En el mundo energético, la globalidad se llama hidrocarburos. En el caso del gas natural, el nuevo papel de Estados Unidos como productor y exportador gracias a las técnicas de fracking y la caída del consumo en Asia ya venía dibujando un panorama de barcos metaneros que, cual fantasmas, van surcando los mares a la espera de una subida de precios del GNL (gas natural licuado). Contratos de take or pay a largo plazo son suspendidos por clientes a los que les es más rentable pagar la penalización por incumplimiento y comprar más barato en el mercado spot. Tal fue el reciente caso de dos barcos de Naturgy para Repsol y Endesa, respectivamente, cuyos cargamentos fueron cancelados por estas.
En cuanto al crudo, que en menos de dos semanas ha visto derrumbar su cotización desde la barrera de los 50 dólares a los 35 dólares el barril de Brent, los expertos prevén para este año, por el momento, un exceso de oferta de un millón de barriles/día y un descenso de la demanda mundial del 0,4%. Datos estos sometidos a la evolución de la grave crisis sanitaria y económica en Europa y América y a las tensiones entre Arabia Saudí (partidaria de rebajar la oferta en 1,5 millones de barriles diarios) y Rusia, que se resiste.
La última guerra de precios entre los gigantes del petróleo se produjo entre 2014 y 2016 cuando Arabia decidió aumentar su producción para intentar hundir con precios bajos a los nuevos productores de shale oil de Estados Unidos, que resistieron con un importante recorte de los costes de producción para el que ya hay poco margen. La solución de aquella crisis fue el cierre de pozos por parte de las petroleras, que reiteran que por debajo de 50 dólares no es rentable la producción.
Una habitual consecuencia positiva de la bajada de precios del crudo es el crecimiento económico derivado de los ahorros del coste de esta energía (por cada 10 dólares de rebaja, el PIB mundial aumenta hasta 30 puntos básicos). Pero la excepcional situación provocada por el coronavirus y la crisis de demanda, equivalente a un apagón económico en toda regla, puede dar al traste con dicha relación.
Guerra de precios y crisis sobrevenida se añaden al incierto futuro de los hidrocarburos, el pato feo de la transición energética, cuyo objetivo es, si no la descarbonización, la neutralidad de emisiones de CO2 en 2050. Y en ello se centran las compañías del sector, que están apostando por la generación con renovables y la recarga de los vehículos eléctricos.
Tal es el caso de Repsol, a la que el coronavirus y sus consecuencias ha pillado en plena elaboración de un nuevo plan estratégico, que la compañía tiene previsto presentar en mayo, o el de Cepsa, que estrenó nuevo accionista (Carlyle, al que Mubadala, único inversor hasta entonces, vendió un 38,5%) y prevé abordar una nueva etapa de crecimiento basada en las renovables a partir de este año.
Una lección que, según fuentes empresariales, hay que extraer de esta crisis vírica es el peligro de la gran dependencia que Europa tiene de China y el del exceso de globalización. “Es quizás el momento –opina un ejecutivo– del equilibrio y de centrarse más en el negocio local”.
En el mercado nacional, a la espera de ver cómo y en cuánto tiempo se supera la pandemia, entre las empresas eléctricas y gasísticas (estas sí pegadas al terreno), se preparan para una fuerte caída de la demanda, especialmente la empresarial. También, como señalaba la semana pasada Red Eléctrica de España, operador del sistema y transportista, para un cambio en los hábitos de consumo: el cierre sine die de centros docentes y el de todos los establecimientos públicos en varias comunidades autónomas, excepto supermercados y farmacias, modificarán sin duda la curva de la demanda.
El encierro recomendado por las autoridades a los ciudadanos se podría traducir, por el contrario, en un incremento del consumo doméstico. En lo que va de año, la demanda energética ha caído, si bien, por las templadas temperaturas del invierno, que se han traducido en un menor consumo de gas (un 4%) y de electricidad (el 3,7% de la electricidad).
En el plano corporativo, las energéticas tardarán en recuperarse de las caídas históricas de la Bolsa que sufrieron la última semana e intentan mostrar su cara más amable con medidas de apoyo a los clientes “con dificultades”. Primero fue Naturgy, ofreciendo el aplazamiento del pago de las facturas del gas y la luz a pymes y autónomos al segundo semestre, y le siguió Iberdrola, planteando el fraccionamiento del pago también a pequeños clientes.
Dada la situación de alarma, inédita hasta ahora (que permite la intervención de instalaciones), empresas con suculentos beneficios como las energéticas deberían ir más allá de gestos benéficos y plantear la condonación de deudas a los pequeños empresarios más necesitados. Utópica propuesta cuando han acudido varias veces a los tribunales contra la obligación legal de asumir el bono social de la tarifa.