Un llamado a nuestra redacción alertó sobre el error en la publicación de Mining Press: no son tres sino 33, más 500 adherentes, los firmantes del documento lapidario contra la "megaminería".
No es la intención de éste diario volver a polemizar, como en los últimos 15 años con un colectivo que ha crecido y se mantiene firme en sus paradigmas. Aunque cuando quieran sus mentores, volvemos a impulsar debates públicos que serán estériles a priori, en tiempos de una Humanidad aferrada a sus cerradas creencias.
Tampoco vale aquí el eufemismo periodístico "llama la atención" frente a esta proclama que recoge los tips más refractarios de los que no toleran la mínima expresión minera, como si vivieran en un mundo cuya logística son maderas y taparrabos.
Marche un GPS para los habitantes de la comunidad científica que muestran estas inclinaciones, para ubicarlos en qué geografía nacieron y habitan, y cómo y en qué tiempo quieren llegar al "mundo feliz " que anhelan.
No a las minas, salvo las artesanales, en abierta afrenta intelectual a lo que se sabe del mercurio y la selenización de ámbitos naturales inmensos en América Latina. Del crimen organizado, en algunos casos protegidos por gobiernos. El más flagrante, pero no el único es el ecocidio criminal de Venezuela.
No al fracking y bienvenida la dialéctica de los "hidrocarburos buenos y malos".
No a los agrotóxicos y la maldita sojaque sostiene la exportaciones.
Un corpus completo de críticas al PBI productivo de la Argentina.
Como Romina Picolotti, la ahijada ambiental de Cristina Kirchner, que llegó pateando puertas diciendo que "la minería genera probreza", esta inteligencia argentina que según el Presupuesto Nacional entre becas y cátedras cobra un promedio bastante por encima del salario básico, propone una Nación y una economía cool, a tono con el mentado New Green Deal que recorre los despachos oficiales.
No es que este diario adhiera a los talibanes extractivistas que se niegan a debatir sobre crisis hídricas, sismos, contaminación de napas, u otros efectos denunciados. De lo que se trata es de observar la necedad de quienes proponen un país tecno despreciando sus recursos naturales.
Ha crecido en la región latinoamericana, al compás de los trastornos sociales que en algunos países se transformaron en estallidos, un rechazo terminante a la minería, incluso en el espacio andino de Sudámerica que siempre fue minero y mineral. Frente a la masificación de la protesta que gana las calles, recitales de rock, aulas y manuales de enseñanza, hay gobiernos que terminan diciendo "se hará lo que la gente quiera", sin resistencia alguna a los dislates. En la primera década del siglo le costó en la Argentina siete provincias vedadas.
Este es un menensaje urgente para el presidente Alberto Fernádez, en vísperas de la apertura del Congreso Nacional del 1º de marzo. Ayer nomás, en campaña, prometía una minería motor del desarrollo que llegaría a duplicar las exportaciones argentinas. Y también para los funcionarios de menor rango de Nación y provincias que viajan por el mundo prometiendo cosas parecidas.
Ya están avisados que académicos de la Argentina dijeron lo suyo: Aquí no habrá más minería. El modelo es Mendoza con o sin coronavirus
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