Raymond Zhong y Paul Mozur
A pesar de contar con herramientas de alta tecnología, el gobierno combate el brote con una movilización que recuerda a las estrategias del expresidente comunista: una severa vigilancia vecinal.
El objetivo es mantener a cientos de millones de personas apartadas de toda la gente, excepto de sus familiares más cercanos.
En China se está combatiendo el brote del coronavirus con una movilización a nivel local que nos recuerda a las cruzadas masivas del expresidente comunista Mao Zedong, mismas que no se habían visto en China desde hace décadas y que, en esencia, están encargando la prevención de primera línea de la epidemia a una versión potenciada de vigilancia vecinal.
Pese al arsenal de herramientas de vigilancia de alta tecnología que posee China, el control lo aplican, principalmente, cientos de miles de trabajadores y voluntarios, quienes toman la temperatura de los residentes, registran sus movimientos, supervisan las cuarentenas y —lo más importante— mantienen alejadas a las personas que llegan de fuera y que quizás porten el virus.
Según un análisis que realizó The New York Times de los anuncios del gobierno en las provincias y las ciudades principales, en las áreas residenciales hay cuarentenas de diversos grados de rigor —desde puestos de control en la entrada de los edificios hasta restricciones severas para salir a exteriores— que contienen al menos a 760 millones de personas en China, o más de la mitad de la población del país. Muchas de estas personas viven lejos de la ciudad de Wuhan, donde se informó sobre el virus por primera vez y que el gobierno puso en cuarentena el mes pasado.
En todo el país, los vecindarios y las localidades han emitido sus propias reglas acerca de las entradas y salidas de los residentes, lo que significa que la cantidad total de personas afectadas puede ser incluso mayor. Las políticas varían mucho, lo cual deja a algunos lugares en una situación de parálisis virtual mientras que otros enfrentan pocas restricciones.
Los trabajos de prevención en China están siendo encabezados por sus innumerables comités vecinales, los cuales por lo general sirven de intermediarios entre los residentes y las autoridades locales. Están respaldados por el sistema de “gestión de redes” del gobierno, el cual divide al país en pequeñas secciones y asigna a algunas personas la vigilancia de cada sección, lo que garantiza un control estricto sobre una población extensa.
La provincia de Zhejiang, en la costa sureste de China, tiene una población de casi 60 millones de personas y ha reclutado a 330.000 “trabajadores de la red”. La provincia de Hubei, cuya capital es Wuhan, ha desplegado a 170.000. La provincia de Cantón, al sur, ha convocado a 177.000; la provincia de Sichuan, al interior del país, tiene 308.000 y la megalópolis de Chongqing tiene 118.000.
Las autoridades también están combinando un cuantioso personal con la tecnología móvil para rastrear a la gente que tal vez haya estado expuesta al virus. Los proveedores de telefonía celular controlados por el Estado facilitan que los suscriptores envíen mensajes de texto a una línea de asistencia que genera una lista de las provincias que han visitado en fechas recientes.
La semana pasada, en una estación de trenes de alta velocidad en Yiwu, una ciudad al este, trabajadores con trajes de protección les exigieron a los pasajeros que, antes de poder salir, enviaran los mensajes de texto que desplegaran la información acerca de su ubicación.
Es demasiado pronto para saber si la estrategia de China ha controlado el brote. Como hay informes acerca de muchísimas infecciones nuevas todos los días, el gobierno tiene motivos justificados para reducir al mínimo el contacto entre personas y los viajes a nivel nacional. Pero los expertos afirmaron que en las epidemias, las medidas autoritarias pueden ser contraproducentes y provocar que las personas infectadas se oculten, lo que dificultaría más controlar el brote.
“La salud pública se basa en la confianza de la población”, señaló Alexandra L. Phelan, especialista en legislación médica internacional en la Universidad de Georgetown. “Estas cuarentenas a nivel comunitario y el carácter arbitrario con el que se están imponiendo y vinculando con la policía y otros funcionarios prácticamente las está convirtiendo en medidas punitivas: una estrategia coercitiva más que de salud pública”.
En Zhejiang, una de las provincias más desarrolladas de China y sede de Alibaba y otras empresas de tecnología, la gente ha escrito en las redes sociales que le han negado la entrada a sus propios departamentos en Hangzhou, la capital de esta provincia. Afirmaban que al regresar a la ciudad, les decían que si no mostraban documentos de sus arrendadores o empleadores, se quedarían en la calle.
Las cuarentenas no son necesariamente opresoras. A muchas personas en China les ha gustado quedarse encerradas, pedir provisiones por internet y, si pueden hacerlo, trabajar desde casa. Algunos funcionarios vecinales les dan un trato humano.
Bob Huang, un estadounidense nacido en China que vive en Zhejiang, al norte del país, comentó que los voluntarios de su complejo habitacional habían ayudado a perseguir a un hombre que se quedó afuera toda la noche para beber, en desacato a las reglas relacionadas con la frecuencia con la que la gente puede salir. Sin embargo, también le entregaron comida de McDonald’s a una familia en cuarentena.
Huang, de 50 años, ha podido burlar las restricciones al usar un pase especial del administrador de la propiedad, y ha estado yendo en su auto a entregar cubrebocas a sus amigos. En algunos complejos de edificios, no le permiten entrar. En otros, le toman sus datos.
“Siempre comienzan a hacer preguntas en el dialecto local, y si puedes contestar en ese dialecto, te dejan pasar”, comentó Huang. Como él no hablaba ese dialecto, tuvo que esperar, pero los pobladores fueron amables. Le dieron una silla plegable, le ofrecieron un cigarrillo y no le pidieron su identificación.
En algunas partes de China, se han aplicado otras políticas, a menudo estrictas, para frenar la epidemia.
En Hangzhou, han prohibido que las farmacias vendan analgésicos para obligar a las personas con síntomas a acudir a los hospitales para recibir tratamiento. En la ciudad oriental de Nankín, se solicita que todas las personas que aborden un taxi muestren su identificación y dejen sus datos de contacto. En la provincia de Yunnan, quieren que todos los lugares públicos tengan códigos QR que la gente debe escanear con su teléfono celular cada vez que entra o sale.
En muchos lugares han prohibido que se reúnan grupos grandes de personas. Este mes, la policía de la provincia de Hunan destrozó una sala donde se jugaba mahjong, pues encontraron a más de 20 personas jugando en el espacio.
Puesto que, en gran medida, son los gobiernos locales los que deciden esas políticas de manera individual, China se ha convertido en un extenso entramado de feudos.
“Puede ser bastante caótico”, señaló Zhou Xun, historiadora de la China moderna en la Universidad de Essex, Inglaterra. “Un plan que en papel es perfecto, con frecuencia se convierte en soluciones improvisadas a nivel local”.
Parece que los funcionarios reconocen que algunas autoridades locales han ido demasiado lejos. Este mes, Chen Guangsheng, subsecretario general del gobierno de la provincia de Zhejiang, calificó de “inadecuado” el hecho de que en algunos lugares hayan empleado “prácticas burdas y rudimentarias”, como encerrar a las personas de sus casa para cumplir con las cuarentenas.
De todas maneras, a muchas personas en China les preocupa que se relaje el control del virus demasiado pronto.
A Zhang Shu, de 27 años, le inquieta que sus padres y vecinos se estén volviendo displicentes con respecto al virus, aun cuando trabajadores pasan en vehículos con altavoces alrededor de su aldea, cerca de Wenzhou, diciéndole a la gente que permanezca en casa.
“Las personas comunes y corrientes poco a poco están empezando a sentir que la situación ya no es tan terrible”, dijo. “Ya quieren moverse”.
Agencias
El banco central de China (PBOC, por su sigla en inglés) redujo la tasa de interés para los préstamos a un año a los establecimientos financieros, con lo que busca estimular la reactivación de la economía, paralizada por la epidemia del coronavirus.
La medida permitirá reducir el costo de financiamiento de los bancos comerciales y alentarlos a incrementar los préstamos a las empresas.
Ayer, el PBOC adjudicó 200,000 millones de yuanes (unos 28,600 millones de dólares) a un año a una tasa de 3.15%, la más baja desde el 2017, contra 3.25% anteriormente.
Se trata de “garantizar una liquidez abundante y razonable en el sistema financiero”, explicó en un comunicado del banco central.
“Es una medida más para ayudar a los bancos y a los prestatarios a enfrentar las perturbaciones económicas generadas por la epidemia”, analizó Julian Evans-Pritchard, de la consultoría Capital Economics.
El banco central bajó hace dos semanas las tasas de interés para los préstamos de corto plazo (de siete a 14 días) a los establecimientos financieros y, además, liberó al mercado 1.2 billones de yuanes (unos 173,000 millones de dólares).
La economía china está en gran parte paralizada por las medidas de cuarentena y las restricciones drásticas de movimiento tomadas para controlar la epidemia.
Muchas pequeñas empresas se quedaron sin aprovisionamiento, sin obreros y sin clientes, tienen dificultades para relanzar la producción y enfrentan problemas de tesorería.
El sábado, la Comisión Reguladora de la Banca (CBRC, por su sigla en inglés) exhortó a los bancos comerciales a aumentar los créditos a las empresas a tasas razonables. La CBRC recomendó a las empresas no endeudarse “ciegamente” y a los bancos a diferir las fechas de rembolso o reducir las tasas de interés.
Por su parte, el banco central indicó el sábado que iba a tolerar un porcentaje de “deudas dudosas” un poco más elevado.
Según un panel de analistas consultado por la agencia Bloomberg, el banco central podría reducir el jueves otra tasa importante, la loan prime rate, referencia de la tasa más baja que los bancos pueden ofrecer a las empresas y los hogares.
Por otro lado, el presidente del Eurogrupo, órgano que reúne a los 19 ministros de Finanzas de la zona euro, comunicó el lunes esperar un impacto “temporal” en el crecimiento europeo del nuevo coronavirus.
“Vigilamos la situación. Esperamos que sea un efecto temporal”, dijo el portugués Mário Centeno.
La Comisión Europea aseguró la semana pasada que el Covid-19 representa un “nuevo riesgo” para la economía de la eurozona, pero dejó sin cambios su previsión de crecimiento para el 2020 y el 2021 en 1.2 por ciento.
El ministro italiano de Finanzas, Roberto Gualtieri, defendió unas previsiones “prudentes”, a la espera de ver si el impacto de la epidemia en la economía china se limita “a algunas décimas del PIB”.
El crecimiento de la economía alemana seguirá débil en el primer trimestre del 2020, presionado por la debilidad de las exportaciones y el brote del coronavirus en China, informó el Bundesbank en un reporte económico.
La mayor economía de Europa se estancó en el cuarto trimestre y se expandió apenas 0.6% en el año pasado, su vasto sector manufacturero cayó en recesión, propagando un ambiente sombrío por gran parte de la zona euro.
“Para el primer trimestre del 2020, no hay señales de un cambio fundamental en la economía alemana”, indicó el Bundesbank. “Con la aparición del coronavirus en China al comienzo del 2020 se ha agregado una nueva capa de riesgo”.
La economía de Japón se contrajo un 6,3 por ciento interanual en el último trimestre de 2019 debido a la caída del consumo doméstico, lo que supone su mayor retroceso en seis años y llega en medio de la preocupación por el impacto del coronavirus.
El principal motivo de esta evolución negativa fue el desplome del gasto de los hogares, del 11,3 % interanual y del 2,9 % intertrimestral, y se atribuye al nuevo incremento del impuesto sobre el consumo (IVA) que entró en vigor el pasado octubre.
El consumo doméstico, que representa en torno al 60 % de la economía nacional, registró una ligera recuperación en trimestres previos y favoreció a la continuada expansión del PBI, aunque su recaída vuelve a evidenciar la fragilidad de la demanda interna en momentos de incertidumbre.
Japón aplica desde el pasado 1 de octubre una subida del IVA de dos puntos porcentuales, hasta situarlo en el 10 %, una medida prevista por el Gobierno que lidera Shinzo Abe para costear el creciente endeudamiento provocado por el envejecimiento demográfico en sus sistemas públicos de salud y de pensiones.
Las exportaciones, otro de los componentes que más habían contribuido a la buena racha de la economía nipona, experimentaron una caída del 0,4 % interanual y del 0,1 % respecto al tercer trimestre de 2019, en el contexto de tensiones comerciales entre Estados Unidos y China.
Más pronunciada fue la caída de la inversión corporativa en capital, del 14,1 % respecto al mismo período de 2018 y del 3,7 % intertrimestral.
En cambio, la inversión pública creció un 4,6 % entre octubre y diciembre respecto a un año antes y un 1,1 % en comparación con el tercer trimestre, debido a los estímulos aplicados por el Ejecutivo de Abe para mitigar el impacto negativo del impuesto del IVA.
La contracción del PBI es la más pronunciada desde la que se registró en el tercer trimestre de 2014, del 7,4 % interanual y también debida entonces a un incremento del IVA, en ese caso desde el 5 al 8 %.
Así lo recordó en un comunicado el ministro nipón de Economía, Yasutoshi Nishimura, quien también atribuyó la caída del consumo en octubre-diciembre al impacto de varios tifones de intensidad elevada y otras condiciones meteorológicas desfavorables.
El Gobierno mantiene su confianza en que la economía "continuará en una recuperación moderada", aunque también "se mantendrá vigilante por el impacto del coronavirus en la economía doméstica y en el exterior", según dijo el ministro en el texto.
Se teme que en el primer trimestre de este 2020 el PBI nipón se resienta por el efecto del brote del COVID-19 en China sobre los grandes productores industriales nipones, así como sobre el gasto de los turistas extranjeros que visitan Japón en esas fechas.
Gigantes de la talla de Toyota y Nissan, los dos mayores fabricantes de vehículos del país, se han visto obligados a detener temporalmente o a reducir las operaciones de sus plantas en China o incluso en Japón, debido a problemas en la cadena de suministro y otras dificultades logísticas derivadas del brote.
Otros sectores como el del transporte aéreo, los servicios y el comercio minorista se verán previsiblemente afectados por la caída del turismo procedente de China (el principal país de destino de los visitantes extranjeros en Japón), así como por el "efecto contagio" sobre los turistas de otros países y los propios nipones.
En vistas a esta situación, el Ejecutivo anunció la semana pasada que destinará 15.300 millones de yenes (unos 128 millones de euros) a medidas para reducir el impacto económico del COVID-19 y para contener su propagación, procedentes de un fondo de reserva para situaciones de emergencia incluido en el presupuesto estatal.