Después de cuatro años de avances moderados, el ritmo de transición hacia una economía baja en carbono se ha ralentizado en 2018. A pesar de las mejoras en el uso de las energías renovables, el gap entre los objetivos fijados en el Acuerdo de París y el ritmo de reducción de emisiones sigue creciendo.
El año pasado, el Producto Interior Bruto mundial creció un 3,7%, gracias el empuje de los países emergentes, con incrementos por encima del 5% en China, India e Indonesia. Y a pesar de que la economía global es cada vez más eficiente, desde el punto de vista de la energía, su consumo creció un 2,9% en 2018.
El consumo de energía renovable aumentó un 7,2%, el mayor ritmo de crecimiento desde 2010, pero todavía supone menos del 12% de la energía total. La mayor parte del crecimiento de la demanda de energía se ha cubierto con con combustibles fósiles, que han provocado un incremento las emisiones un 2%, el más alto desde 2011.
La intensidad de emisiones de carbón de la economía mundial se contrajo un 1,6% en 2018. Esto es menos de la mitad del lo que se redujo en 2015 -un 3,3%-, cuando cerca de 190 países se comprometieron con el Acuerdo de París. Si seguimos a este ritmo, no seremos capaces de cumplir ni con los objetivos nacionales y, mucho menos, con el global. Nuestras estimaciones apuntan a que el ritmo medio de descarbonización necesario para cumplir con los compromisos nacionales de los países del G20, de aquí al 2030, debería ser del 3% anual.
Si hablamos del objetivo global de reducir el calentamiento mundial en dos grados en 2030, el desafío es todavía mayor: con una tasa de descarbonización del 7,5% anual tendríamos una probabilidad de dos tercios de alcanzar la meta de los -2ºC. Para hacernos una idea de lo que supone esto, sólo un par de ejemplos. En los años 80, cuando Francia acometió su apuesta por la energía nuclear, el ritmo de descarbonización de su economía fue del 4% al año. En EE.UU., más recientemente, la revolución del shale gas supuso una descarbonización del 3% anual.
En 2019, un grupo de países ha revisado sus objetivos de reducción. El Reino Unido se ha comprometido con convertirse con una economía con cero emisiones (netas) en 2050 y la Unión Europea está empezando a dar señales de que irá por el mismo camino. Sin embargo, cada año que pasa, la posibilidad de cumplir con los Acuerdos de París se complica.
Ha habido un resurgir de las industrias que hacen un uso intensivo de la energía, como las de la construcción y el acero, debido a la rápida industrialización de algunas economías, como las de China, India e Indonesia. Según los datos de la World Steel Association, la producción mundial de acero creció un 4,5% en 2018 -China e India el 75% de esta crecimiento-.
Pero, además, el calor extremo y las olas de frío que tuvieron lugar en el mundo el año pasado han empujado la demanda de gas y de electricidad para calefacciones y aires acondicionados. Esta es una clara advertencia los efectos potenciales asociados al cambio climático. En la actualidad, hay más de 1.600 millones de aparatos de aire acondicionado en uso, que consumen en torno a los 2.000 TWh de electricidad al año. En la medida que los periodos de calor se vayan dando más frecuentemente y el calentamiento global aumente, la demanda de aire acondicionado, especialmente en China, India e Indonesia, podría provocar que este consumo se dispare hasta los 15.500 TWh en 2050.
El carbón, el gas natural y el petróleo suponen el 75% del incremento de la demanda de energía. En el caso del carbón su consumo ha crecido en los dos últimos años, aunque está por debajo de los niveles máximos alcanzados en 2013. India ha registrado el aumento más relevante de consumo de carbón, incrementando su uso en 2018 en 36,3 Mtoe, un 8,7% más.
Este crecimiento es equivalente al consumo de carbón de América Central y del Sur en su conjunto. El consumo mundial de gas natural también ha aumentado un 5,3% y está aumentando su porcentaje dentro del mix energético mundial.
La falta de ambición y de políticas más coordinadas en el ámbito del cambio climático están haciendo que la economía se convierta en el factor determinante del mix energético. En EE.UU el shale gas es la fuente de energía más barata y algo parecido sucede con el carbón en India y en Indonesia. A pesar de que las energías renovables crecieron un 7,2%, el mayor porcentajes desde 2010, este incremento ha sido incapaz de compensar el aumento del uso de combustibles fósiles, por lo que a energía renovable todavía sólo representa menos del 12% del consumo total.
En 2018, España disminuyó la intensidad de emisiones de su economía un 4,1%, lo que nos convierte en el cuarto país que más la redujo en relación con los países del G20. Por delante de nosotros, se encuentran Alemania, México y Francia, mientras que la media mundial se sitúa muy por debajo, en el 1,6%. Estas cifras, que se han visto favorecidas por las condiciones climatológicas, contrastan con las registradas a nivel mundial, que hacen cada vez más difícil cumplir con los objetivos del Acuerdo de París.
Las condiciones climáticas en España han hecho que en 2018 haya sido posible emplear un 87% más de energía de origen hidráulico y un 3% más de eólica reduciendo, así, en un 17% la energía procedente de carbón.