Patrick Gillespie y Jorgelina do Rosario
La marcha de Alberto Fernández hasta el umbral de la presidencia argentina comenzó en la sala de arriba de un bar de Buenos Aires.
Era febrero del año pasado, a fines del verano en el hemisferio sur, cuando el profesor de derecho y antiguo jefe de gabinete presidencial convocó a miembros de su grupo de expertos recientemente formado, Grupo Callao, para sopesar las opciones políticas.
A principios de 2018 fue un momento desfavorable para incluso considerar desafiar al titular: el presidente Mauricio Macri estaba disfrutando del resplandor de una victoria electoral a medio plazo mientras se preparaba para un hechizo en el centro de atención internacional como anfitrión del Grupo de las 20 naciones. Incluso la economía, el perenne talón de Aquiles de Argentina, mostraba signos de recuperación en respuesta a las reformas favorables para el mercado de Macri.
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Sobre las "picadas", platos de queso y charcutería que los argentinos mordisquean durante horas, Fernández esbozó una estrategia para sus colegas sentados en una larga mesa en el apartado nivel superior del bar. Su plan era unir al peronismo, el movimiento político dominante de Argentina que tradicionalmente favorece a los trabajadores sobre los dueños de negocios, que se había fragmentado en los últimos años. Y eso significaría reconciliarse con su antiguo enemigo, Cristina Fernández de Kirchner, el ex presidente.
Dieciocho meses después, Fernández derrotó a Macri en una votación primaria, y casi todos en Argentina esperan que lo haga nuevamente en las elecciones presidenciales oficiales del 27 de octubre. La clave probable de ese éxito, y la fuente del mayor dilema potencial de Fernández, es la inclusión improbable de Kirchner en el boleto como su suplente, no su jefe.
Esta historia de cómo Fernández trajo a Argentina a este punto se basa en entrevistas con su personal de campaña de alto rango, amigos cercanos y ex líderes del gobierno, algunos de los cuales pidieron no ser nombrados para hablar sobre el candidato presidencial. Fernández no respondió a las solicitudes de entrevistas hechas a través de su portavoz.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner, a la izquierda, escucha a Fernández, su entonces jefe de gabinete, en Buenos Aires en 2008. Fotógrafo: Daniel García / AFP a través de Getty Images
El ascenso de Fernández es una táctica política audaz que, sin embargo, tiene inversores y acreedores de Argentina, y no menos importante el Fondo Monetario Internacional , preparándose para la agitación. Cuestionan la influencia de Kirchner: durante su mandato de ocho años, implementó controles de divisas, mantuvo el país en incumplimiento y falsificó datos económicos, aislando a Argentina de los mercados mundiales. Con esos recuerdos aún frescos, el peso cayó un 26% en agosto después de la victoria principal de Fernández y los bonos soberanos sufrieron un colapso histórico.
Para los oponentes de Macri, un gobierno de Fernández-Kirchner no puede venir lo suficientemente pronto. Sin embargo, la pregunta sigue siendo, qué camino tomará Fernández, el último político privilegiado, si llega al palacio presidencial, y el papel de Kirchner en sus decisiones.
Kirchner aún no le ha pedido a Fernández que la deje elegir un solo ministro, según un alto funcionario de la campaña, quien insistió en que Fernández controlará la política.
"Alberto estará a cargo del gobierno", dijo Jorge Argüello, ex embajador de Argentina en las Naciones Unidas y amigo de Fernández durante 40 años. "Ha aprendido a construir poder".
Una indicación de su dirección es ofrecida por el Grupo Callao, llamado así por la Avenida Callao, una arteria principal de la capital que pasa por el Congreso y la oficina personal de Fernández. Sus miembros originales están emergiendo como sus principales ayudantes en el camino hacia la presidencia.
Entre ellos se encuentra el jefe de campaña Santiago Cafiero, cuyo abuelo se desempeñó como ministro de comercio de Juan Perón y cuyo padre fue embajador en el Vaticano durante las administraciones de Cristina Kirchner. Santiago reclutó a Matias Kulfas y Cecilia Todesca, dos ex funcionarios del banco central, que ahora encabezan el equipo económico de Fernández.
Los analistas dicen que Fernández será más moderado de lo que temen los inversores. Sin embargo, su agenda económica aún presenta un desafío: dice que aumentará los salarios, bajará las tasas de interés, reducirá la inflación y buscará excedentes fiscales y comerciales, todo mientras hace crecer la economía. No incumplirá con la deuda de la nación, sino que planea renegociar con acreedores privados y por separado con el FMI sobre el rescate récord de $ 56 mil millones que solicitó Macri.
"Lo que creo que dice es que alcanzar esos objetivos no puede costar el aumento de la pobreza y el desempleo", dijo Miguel Pesce, ex vicepresidente del banco central que conoce a Fernández desde hace más de 15 años.
Nacido en la Ciudad de Buenos Aires, Fernández, de 60 años, es un pragmático que conoce la burocracia argentina de adentro hacia afuera y escucha a los formuladores de políticas en todo el espectro, sin aferrarse a la ideología. Es parte de su personaje de hombre para todas las estaciones.
Fernández toca la guitarra (llamó a su perro "Dylan" por el músico) ama el fútbol, escribe poesía e idolatra a Walt Whitman. Una vez casado y divorciado, la pareja de Fernández es una periodista y actriz de 38 años, Fabiola Yáñez. Tiene un hijo adulto, Estanislao, que se ilumina como una drag queen. La campaña de Fernández promete centrarse en los pobres y marginados, sin embargo, vive en un bloque de gran altura en el barrio más elegante de la capital.
Su introducción a la política fue como estudiante activista en la Universidad de Buenos Aires durante la dictadura militar argentina. Trabajó en el gobierno a mediados de la década de 1980 después del regreso a la democracia, luego obtuvo un puesto económico en la administración del presidente Carlos Menem. Pero en 1995, Fernández estaba harto de Menem y renunció. Era un patrón que repetiría bajo los Kirchner.
Fernández comenzó una mesa redonda con su esposo y esposa Nestor y Cristina Kirchner en 1998, cinco años antes de que Nestor ganara la presidencia. Dio un salto de fe, ya que en ese momento Néstor era un gobernador poco conocido de una provincia remota en la lejana Patagonia.
Los dos se hicieron cercanos, y Néstor designó a Fernández como primero su jefe de campaña y más tarde, jefe de personal. Fernández ganó una reputación que todavía tiene hoy por tener mal genio. Adoptó la estructura de poder centralizada del presidente, solo reuniéndose uno a uno con los ministros y nunca celebrando reuniones de gabinete.
"A Alberto le gusta mantener a todos separados", dijo Eduardo Valdés, un amigo de la universidad que lo presentó a los Kirchner en 1997. "Nadie sabe lo que le dijo al otro".
Fernández ocupó el cargo durante todo el mandato de cuatro años de Kirchner. Pero cuando Néstor se hizo a un lado por Cristina, Fernández permaneció en su posición solo seis meses antes de renunciar después de que ella intentara aumentar los aranceles de exportación, lo que provocó una crisis entre el gobierno y los agricultores.
Se fue con la reputación de un hábil negociador que operaba en gran medida fuera del alcance del público, y una grieta enconada con Cristina. Fernández apoyó a los opositores políticos de Kirchner y reprendió su liderazgo.
"Realmente me cuesta encontrar un elemento encomiable del segundo mandato de Cristina en el cargo", dijo en una entrevista televisiva en 2015.
La reconciliación que podría cambiar a Argentina se confirmó en una noche de mayo escalofriante en Buenos Aires, cuando miles se reunieron bajo la lluvia para escuchar a Cristina hablar públicamente por primera vez en meses. Kirchner, a más de tres años de su presidencia y objeto de innumerables acusaciones de corrupción, estaba presentando sus memorias, "Sinceramente".
Fernández se sentó en la primera fila.
Sus partidarios se apegaban a cada palabra de Kirchner, con la esperanza de que anunciara otro intento de convertirse en presidente. En cambio, plantó las semillas para un giro político que nadie vio venir.
Kirchner agradeció a Fernández por haberle dado la idea de escribir el libro. Al hacerlo, estaba levantando el telón de su campaña conjunta: 10 días después, fue Kirchner quien anunció que se postularía para diputada con Fernández como candidata principal.
La especulación ha girado en torno a la razón de su acercamiento. Según amigos y funcionarios de campaña, los dos comenzaron a hablar nuevamente y a sanar lentamente su división después de que Kirchner sufriera dos derrotas electorales, obligándola a repensar su estrategia.
Si el plan de juego demuestra ser ganador el domingo, Fernández aún enfrenta una tarea desalentadora para equilibrar las demandas competitivas de la base populista central de Kirchner para un mayor gasto social con las de los acreedores de Argentina. Además, debe hacerlo sin haber servido nunca como gobernador, alcalde o incluso congresista.
"El problema no es que Alberto no sea conocido en el extranjero, en Argentina no conocen a Alberto", dijo Camila Perochena, profesora de ciencias políticas en la Universidad de Torcuato Di Tella en Buenos Aires. "Es realmente difícil predecir qué hará una persona cuando nunca fue el líder, sino el político detrás de escena".
