Víctor Bronstein y Héctor Helman*
Frente a la crítica situación actual, la riqueza potencial de nuestros yacimientos petrolíferos abre el horizonte de un futuro bienestar y grandeza nacional. Es, pues, hacia allí donde debemos canalizar nuestros mayores recursos y energías, puesto que es el camino más corto para alcanzar la meta anhelada. Por eso, atento a la importancia vital que para el porvenir del país tiene la explotación de nuestro petróleo, he decidido, señores legisladores, asumir personalmente la responsabilidad de dirigir Yacimientos Petrolíferos Fiscales" –Arturo Frondizi, discurso ante la asamblea legislativa, 1ro de mayo de 1958.-
Unos meses después, el 24 de julio de ese año, Frondizi anuncia lo que llamó "la batalla del petróleo" como única alternativa para lograr el desarrollo económico del país. Esta postura contradecía lo que había escrito unos años antes en su libro Política y Petróleo, pero como reconoció años más tarde, la opción era salvar su prestigio intelectual o salvar el país. Y Frondizi eligió está última opción, asumiendo el liderazgo energético que debe tener todo presidente.
Perón había iniciado este camino cuando en 1955 intenta firmar el contrato con la Standard Oil de California para superar el déficit de producción de petróleo, cuya importación superaba el 20% del total de las importaciones argentinas. Tanto Perón como Frondizi debieron ir contra el dogmatismo ideológico de los "nacionalistas de opereta", como los calificaba Perón, haciendo prevalecer una cuota de pragmatismo para lograr la independencia energética y terminar con las importaciones que limitaban nuestro desarrollo económico.
Hoy, la problemática energética es mucho más compleja y la estructura del sector del petróleo y el gas ha cambiado. Sin embargo, el presidente que asuma el 10 de diciembre se encontrará en una encrucijada similar, falta de dólares y abundantes recursos hidrocarburíferos que es necesario desarrollar.
Gracias a Vaca Muerta, Argentina tiene la oportunidad histórica de superar nuestro sempiterno déficit de cuenta corriente y ubicarnos en un camino de desarrollo sustentable. Para esto, el futuro presidente deberá asumirse como líder energético e implementar las políticas necesarias para que Vaca Muerta se convierta en uno de los motores de nuestro despegue.
Esta tarea requiere que el presidente entienda la problemática energética en toda su complejidad, la cual trasciende los saberes estancos de economistas, ingenieros y reguladores. La energía es un campo del conocimiento interdisciplinario donde confluyen las ciencias sociales y las naturales que definen cinco dimensiones de análisis:
-Económica
-Política
-Social
-Ambiental
-Científico/Técnico
Estas dimensiones deben ser utilizadas en la evaluación de distintos proyectos energéticos y en la implementación de una política energética. Es un error tomar sólo la dimensión económica como criterio para la elaboración de una política energética. Los países centrales entienden este criterio y actúan en consecuencia. Por ejemplo, ponen a la seguridad energética como el objetivo fundamental de esta política.
El cuantioso nivel de las inversiones requerido para convertir Vaca Muerta en el eje de una economía dinámica exportadora de hidrocarburos (unos USD 10 mil millones/año) requerirán no sólo atraer las inversiones de largo plazo, sino también determinar un equilibrio en la distribución de la renta entre los partícipes de la industria, inversores-productores, Estado Nacional, provincias y consumidores.
El futuro Presidente, en su discurso inaugural debería plantear objetivos del mismo nivel estratégico que "la batalla del petróleo" bajo el lema, por ejemplo, "la batalla de la energía: hacia el autoabastecimiento sustentable, capacidad exportadora, competitividad de la economía y el derecho a la energía".
En este sentido, la política energética debe sustentarse en dos pilares:
Seguridad energética: la energía es el recurso maestro de la sociedad, y debe asegurarse su disponibilidad ininterrumpida a un precio asequible para productores y consumidores.
Accesibilidad: la energía en las sociedades modernas es un derecho social, el que debe asegurarse a todos los habitantes, lo cual plantea una tensión esencial entre el valor redituable al inversor y el precio accesible al consumidor.
El Estado debe mediar en esta tensión, fijando tarifas de distribución de la renta compatible con:
-La oferta sustentable de energía
-El consumo de la población
-La competitividad de las empresas
Surge entonces un primer dilema, ¿se pueden desdolarizar las tarifas? La pesificación mejora la posición de los consumidores pero desincentiva a los inversores, mientras que en el segundo caso hace atractiva la inversión pero perjudica la posición del consumidor.
Si bien sería deseable contar con tarifas que no dependan del valor del dólar, y poder fijarlas en pesos conforme al poder adquisitivo y nivel de ingreso locales, debemos reconocer que el valor del petróleo y del gas, que son la base de nuestra matriz energética, se comercializan internacionalmente en dólares, con independencia de los costos en cada país productor.
La tarifa de gas –y también las de electricidad- dependen mayoritariamente del valor del gas en boca de pozo, un precio que no tenemos manera de pesificar, o dicho de otro modo, cualquier valor fijado en pesos en un nivel inferior al equivalente internacional no atraería las inversiones que se requieren para explotar los recursos disponibles.
Este "dilema de las tarifas", es decir, la necesidad de pesificar en la punta del consumidor pero mantener dolarizada la del productor, implica implementar políticas de subsidios definidas a partir de estudios serios, evitando las improvisaciones del pasado.
Es en este punto donde Vaca Muerta muestra una vez más toda su importancia. Además de traernos dólares que nuestro país necesita como el agua, nos permitirá en unos años bajar las tarifas energéticas.
El desarrollo de Vaca Muerta implica generar excedentes exportables y, para esto, el valor del gas tiene que ubicarse alrededor de los 3 dólares/MMBTU para ser competitivo a nivel mundial. Actualmente, en nuestro país, se paga en promedio alrededor de 4,60 para yacimientos convencionales y 6,50 para el gas de Vaca Muerta, es decir, si favorecemos las inversiones el costo de nuestro gas va a bajar un 50% en unos años. Así ocurrió en EEUU. En 2012, el valor del gas en el país del Norte era de 14 dólares el millón de BTU, hoy se ubica en un valor que oscila entre los 2,30 y 2,90. El shale lo hizo posible.
Si desdolarizamos el valor del gas en boca de pozo, será difícil que las empresas inviertan en el desarrollo de Vaca Muerta y deberemos importar gas a un costo de 7 u 8 dólares el millón de BTU, que es el costo actual del GNL. Será peor el remedio que la enfermedad. Ni el Estado argentino ni YPF tienen hoy la capacidad financiera para desarrollar Vaca Muerta. Nos guste o no, necesitamos las inversiones y el compromiso de las petroleras internacionales.
Por último, para dinamizar el desarrollo de Vaca Muerta, proponemos la creación de una Agencia Vaca Muerta que concentre las decisiones y gestione su desarrollo a partir de políticas de mediano y largo plazo que trasciendan las políticas coyunturales de un gobierno. Será un instrumento fundamental para la batalla de la energía.
Toda batalla necesita un general, esperemos que el próximo presidente asuma este rol con convicción y conocimientos.
Victor Bronstein, director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad (CEEPYS), profesor titular y ex director del Instituto del Gas y del Petróleo, UBA
Héctor Helman, investigador Asociado del CEEPYS y ex director de la Comisión Nacional de Valores