Sergio Berensztein
¿Podemos estar ante un motor de desarrollo para la Argentina? Sin lugar a dudas. Pero cuidado: si repetimos errores del pasado o caemos en las trampas en las que cayeron otros países podemos desperdiciar esta ocasión única.
La experiencia histórica sugiere que el hecho de que un país cuente en su territorio con importantes fuentes de recursos naturales (petróleo, gas, minería, tierra fértil, pesca, agua potable, viento y radiación solar), de ninguna manera equivale necesariamente a tener garantizada su prosperidad. Si lo sabremos los argentinos, que en efecto tenemos mucho de todos esos recursos y sin embargo no podemos salir de un estancamiento que ya lleva demasiadas décadas, durante las cuales no solamente fracasamos en progresar, sino que empeoramos muchísimo nuestras condiciones de vida.
Pero otras naciones tuvieron problemas similares, y es por eso imprescindible analizar comparativamente estas experiencias para no cometer los mismos errores y de este modo tratar de sacar provecho del enorme potencial que tiene Vaca Muerta. ¿Puede convertirse en un motor de desarrollo, prosperidad e integración social para la Argentina? Sin lugar a dudas. Pero cuidado: si repetimos los mismos errores del pasado y/o caemos en las mismas trampas que otros países con una parecida riqueza en términos potenciales, podemos desperdiciar esta extraordinaria oportunidad.
Todo depende de lo que hagamos, sobre todo (pero no únicamente) en términos políticos e institucionales: los países con una adecuada infraestructura institucional aprovechan al máximo sus ventajas comparativas y competitivas para brindarle igualdad de oportunidades a todos sus ciudadanos y mecanismos efectivos de movilidad social ascendente, incluyendo esquemas solidarios para asegurar una renta mínima para la vejez y para sectores vulnerables.
Pero lo contrario también aplica: los países caracterizados por una infraestructura institucional disfuncional e inadecuada desperdician todo su potencial, destruyen valor, entran en círculos viciosos de incremento de la pobreza y la desigualdad que son muy difíciles de romper y hasta pueden convertirse en casos paradigmáticos de violencia, caos y masivas violaciones a los derechos humanos. Los dos casos de mayor contraste son los de Noruega y Venezuela. ¿A cuál nos queremos parecer?
En efecto, si nos detenemos a analizar la experiencia de los países con riqueza petrolera, el resultado es significativamente dispar: a pesar del enorme potencial, muchos países en desarrollo no lograron aprovecharla para conformar sociedades modernas, con una equitativa distribución del ingreso, igualdad de oportunidades para todos sus ciudadanos y esquemas institucionales que promuevan un desarrollo integral y sustentable, basados en un efectivo andamiaje institucional y jurídico que defina los incentivos correctos para que tanto el sector público como el privado articulen estrategias complementarias y con metas de mediano y largo plazo. En contraste, algunos países como Australia, Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña y Noruega han impulsado o profundizado su prosperidad gracias a un aprovechamiento integral e inteligente de sus cuantiosos recursos naturales. Debemos entonces aprender de los errores de los primeros y de los aciertos de los segundos para convertir Vaca Muerta en un motor de desarrollo equitativo y sustentable para la Argentina.
Al margen del patético y extremo caso de Venezuela, hay otros países africanos como Nigeria y Angola, así como también el caso mexicano en América Latina de los que hay mucho para aprender. Lo mismo ocurre con países como Indonesia en Asia, las potencias petroleras de Medio Oriente y por supuesto el caso de Rusia y otros países otrora integrantes de la ex Unión Soviética, como Azerbaijan o Uzbekistán. Mirando estos ejemplos en perspectiva, presentan un común denominador: lejos de fomentar sociedades igualitarias y democráticas, provocan en general todo lo contrario: pequeñas minorías concentran una cuota extraordinaria de poder, generalmente elites o burocracias que controlan directamente o influyen en las decisiones públicas. Es decir, los países que carecen de mecanismos institucionales competitivos para acceder y distribuir el poder terminan concentrando y/o depredando sus recursos naturales. Vale decir, estos países fracasaron en desarrollar mecanismos institucionales que contribuyan a distribuir la riqueza de una manera inteligente y sustentable.
Lejos de esto, muy a menudo la adopción de políticas de corte populista (maximizar el gasto presente al margen de las consecuencias de mediano y largo plazo) contribuyó a la generación de crisis macroeconómicas sistemáticas, conspirando contra el propio desarrollo nacional, el valor de la moneda local y la protección del poder adquisitivo y el acceso a los servicios básicos para amplios sectores de la sociedad. Impulsados por una concepción equivocada de los beneficios futuros que generarían los recursos naturales, muchos de estos países entraron en una dinámica perversa de incremento del gasto público financiado con una combinación de endeudamiento y emisión monetaria.
Cambios en los precios relativos (caída en el valor de los bienes primarios vs los de mayor valor agregado) y en las condiciones del mercado financiero disparaban severas crisis externas con muy negativos efectos internos. Es decir que el manejo irresponsable y cortoplacista de la riqueza potencial de los recursos naturales puede llevar a generar más pobreza y desigualdad. En particular, el fenómeno inflacionario fue durante mucho tiempo, sobre todo entre las décadas de 1960 y 1990, una de las peores consecuencias de dichas políticas. Si bien es cierto que algunos pocos países, como Argentina, Venezuela y Zimbabwe, la siguen curiosamente padeciendo, la mayoría de los gobiernos aprendieron a evitar este flagelo. La estabilidad macroeconómica le permitió por ejemplo a Botswana, Chile, Colombia y Perú mejorar muchísimo (los dos primeros casos, particularmente por su potencial minero).
No hay ninguna duda de que, para la Argentina, Vaca Muerta es una excelente oportunidad,representa la posibilidad de sumar una fuente de recursos para contribuir al desarrollo nacional,como lo es el sector agroindustrial y podría serlo también la minería, la pesca, el turismo, la exportación de servicios profesionales, sobre todo tecnología y alto valor agregado, entre otros. Pero para que Vaca Muerta tenga ese impacto tenemos que mejorar muchísimo nuestra calidad institucional.
Primero, hay que generar las condiciones esenciales para que Vaca Muerta prospere, con todo lo que ello implica: seguridad jurídica, un clima de inversión y negocios apropiado (incluyendo el mercado de trabajo), un fuerte impulso a la infraestructura física y un entorno previsible en términos políticos tanto a nivel nacional como provincial y local. En este sentido, resulta fundamental una estrategia coordinada y cooperativa con las comunidades locales para asegurar un desarrollo equilibrado que beneficie a los habitantes del lugar, incluyendo los pueblos originarios.
Segundo, y más importante, debemos entender que más allá de su extensión y envergadura, maximizar el provecho de estos recursos naturales requiere sumarles valor agregado: no exportar los commodities simplemente, sino agregarles valor. En algunos casos es inevitable: el petróleo se puede exportar crudo, pero en el caso del gas, para poder exportarlo es necesario generar una planta que lo convierta en estado líquido, lo que requiere de una inversión de gran magnitud (aproximadamente unos 5 billones de dólares es el costo estimado de la planta que YPF está proyectando para ese fin). Asimismo, el gas puede, por ejemplo, potenciar el polo petroquímico de Bahía Blanca, cuyo tamaño podría duplicarse en relativamente pocos años, con un importante potencial efecto multiplicador. De todas formas, es imprescindible tener en cuenta los criterios de sustentabilidad: el impacto ambiental no es neutro y es preciso limitar sus efectos negativos, tanto en la extracción como en la industrialización del recurso.
Vaca Muerta se presenta para el país y para el mundo como el motor del desarrollo energético.Neuquén ya tiene índices elevados de desarrollo, empleo y crecimiento económico si se compara con el resto de las provincias. Mendoza podría tener otro boom en poco tiempo (la formación geológica se desplaza desde el centro-norte de Neuquén hasta el sur de Mendoza). En el oeste de Río Negro y La Pampa también se sentirían beneficios directos. Pero sobre todo habría dos externalidades muy positivas: la reducción de los costos de la energía, que puede fomentar (a la luz de la experiencia de los EEUU) un reverdecer de algunos sectores industriales; y la diversificación de las fuentes de divisas y de recursos fiscales, que debería contribuir por ejemplo a eliminar gradualmente las retenciones agroindustriales.
Hay también otros desafíos, como evitar el atraso cambiarlo y la dependencia total y exclusiva de esta actividad económica, en detrimento del resto –lo que en teoría económica se conoce como el “mal holandés”- y por ende atender varios frentes al mismo tiempo y tener a mano distintos “antídotos” frente a alguna distorsión puntual que pueda aparecer. En definitiva, se trata de generar un marco propicio para lograr que Vaca Muerta no se reduzca a una política extractivista, que no se limite solo a generar recursos, sino que promueva el desarrollo local, provincial y nacional. Dentro de una estrategia de desarrollo consensuada entre los principales actores económicos, políticos y sociales que promueva reglas claras y estables.
Tenemos la oportunidad histórica de revertir la tendencia actual y promover un modelo de desarrollo equitativo y sustentable. De fortalecer nuestra infraestructura institucional, nuestra capacidad de planificación y ejecución, nuestra calidad democrática. En la próxima década, quedarán definidos los elementos primarios del esquema a partir del cual explotaremos esta increíble fuente de riqueza potencial. Ojalá esta vez, estemos a la altura de las circunstancias.