VIVIANA PASTOR
Sobre la llegada de los españoles a San Juan hay una versión diferente, conocida hace años y dejada de lado, que asegura que vinieron buscando las minas de los nativos locales. Esta es la historia que contaron los investigadores de la época Odín Gómez Lucero, María Merlo de Bustos y Pedro Pascual Ramírez.
No es la historia contada en los actuales manuales escolares, pero sí en los antiguos: “La fundación de San Juan se debe al deseo de descubrir las ricas minas de oro que los huarpes dijeron a los españoles de la conquista, existían en estas regiones”. Así comienza la lectura del manual de San Juan de 1930, publicado por el especialista en Educación Odín Gómez Lucero. Es que antes de que Juan Jufré fundara San Juan, habían pasado por estas tierras otros españoles como Francisco de Villagra, quien venía del Perú.
Con esa frase comienza el artículo “La industria minera en la provincia”, escrito por Pedro Pascual Ramírez, quien aseguraba que en 1562 salió de Mendoza una expedición al mando de don Juan Jufré, en busca del “escondido vellocino”, en alusión a la figura de la mitología griega del vellocino de oro.
“El resultado de la expedición fue otro: la fundación de un nuevo pueblo. ¿Será esto augur de que en el futuro San Juan será eminentemente minero?”, se preguntaba Ramírez hace más de 80 años.
No es ningún secreto que el conquistador español buscaba “el oro de las indias” y la riqueza como una de sus metas. No debería extrañar que buscaran lo mismo en estas tierras. Ya lo dijo Lope de Vega: "So color de la religión, van a buscar plata y oro, del encubierto tesoro". El artículo Realidad del oro americano, señalaba que de 1503 a 1520 entraron en la Casa de Contratación de Sevilla 14.103 kilos de oro; y en el periodo 1600 -1630 se registraron 2.100.000 kilos.
El profesor emérito de la UNSJ, Guillermo Preisz, escribió que “San Juan fue, desde tiempos anteriores a la conquista, una región minera de permanente actividad, como lo prueba la toponimia de sus yacimientos aún hoy en actividad: ‘gua’ o ‘hua’ en huarpe significa ‘oro’, y de allí surgieron Hualilán, Hualcamayo, Huachi, etcétera”.
En el mencionado manual publicado en 1930, María Merlo de Bustos escribía: “la leyenda cuenta que los colonizadores fueron atraídos por las noticias de que los indios juntaron un rico tesoro de oro molido para transportarlo a Perú y contribuir al rescate del Inca Atahualpa, pero al encontrarse los indios con los correos del Perú que pregonaban a todos los vientos: ‘Ha muerto ya el Hijo del Sol’. Enterraron el tesoro sin haber podido dar los españoles con este ‘tapado’”.
Ramírez documentó que hay vestigios de que los españoles trabajaron en los lugares de El Rayado (Iglesia), Hualilán (Ullum), Huachi (Jáchal), Carachas (Iglesia), Río Calingasta (Calingasta). Y que las minas La Colorada (Calingasta), El Lavadero y Nuestra Señora del Rosario (ambas sin ubicar) fueron descubiertas en 1780.
Incluso señaló que en río Calingasta, enel Valle de Los Patos, se trabajaron minas cuyos nombres no se conservaron.
Hualilán fue descubierto en 1750 y se decía que sus minas producían cantidades asombrosas de oro; mientras que en Huachi se trabajaron en tiempo de los españoles 15 minas.
“Hay indicios seguros de que los huarpes trabajaron las minas en Colangüil, en Iglesia, situado en el Valle de Pismanta al Norte y en las primeras nacientes de la cordillera andina, un poco antes de los cordones de nieve perpetua”, señaló Ramírez.
El mismo manual, escrito para los alumnos primarios de la provincia, publicó que desde la fundación de la ciudad hasta el año 1840 se trabajaron en San Juan 57 minas y desde ese año hasta 1859 inclusive, la minería decayó y las nuevas minas que se descubrieronestaban casi siempre al costado de los caminos: Colangüil, camino al norte de Chile; la mina explotada en el Valle de los Patos, camino a Valparaíso y Santiago; la mina de Pie de Palo, camino a Córdoba; y Huerta y Marayes, rumbo a La Rioja, en total eran unas 35 minas.
En decaimiento de la explotación de metales en esta época fue explicada por Ramírez bajo el argumento de que ésa fue la época de mayor riqueza de las minas de Copiapó; y el sanjuanino de entonces sólo se ocupaba del engorde de hacienda para llevar a Chile y venderlas allí.
“Todo abandona y únicamente le preocupa el cuidado de alfalfares donde poder encerrar los bueyes y novillos destinados al consumo en Chile. Las grandes viñas son arrancadas y convertidas en potreros; los salitrales de Angaco son lavados, cultivados y puestos bajo cerco; los campos del otro lado del río se dividen en manzanas de diez cuadras por lado y se forma Caucete”, contaba el ingeniero Ramírez, muy dedicado a la historia local.
Su relato aseguraba que en esa época “San Juan se convirtió en la despensa de Chile y con ellos, algunas fortunas se levantan. ¡Para qué mortificarse en sacar plata u oro de las entrañas de los cerros, cuando en Copiapó corre la abundancia!”.
Los viajeros relataban con detalles el lujo y la riqueza del minero chileno, por lo cual San Juan poco a poco sedespuebla. “Todo el que puede marcha a engrosar las filas de aquellos felices mortales. Nadie habla de las minas de San Juan”.
A fines de 1859 se veía pasar por las calles de la ciudad las barras de plata extraídas de la mina de Santo Domingo, en La Huerta (Valle Fértil), que trabajaban los señores Precilla y Risuárez. “Y como todos los sanjuaninos tenían exaltada la imaginación por los pintorescos relatos de los viajeros que poseen todo el carácter de la antigua leyenda, se entusiasmaron creyendo encontrar en La Huerta algún oculto Potosí. Coincidió con este hecho el descubrimiento en Calingasta de las minas de El Tontal,que se las hace aparecer riquísimas. De aquí que en el año 1860 se descubren y denuncian 502 minas en la provincia”, relató Ramírez.
Después de este entusiasmo “tan grande”, comenzó una especie de paralización en la minería a consecuencia de las guerras civiles y de las montoneras de 1862 y 1863 que todo lo asolaban. Ramírez intentó explicar que el arriero conductor de los minerales no tenía seguridad por las desoladas rutas, ya que hasta sus animales le podían quitar para que sirvan de cabalgadura a los rebeldes, “quienes se creen con derecho a todo”.
“El trabajador de las minas piensa ganar más engrosando las filas de los sublevados y aquellas quedan solas. El andar por los caminos es un atrevimiento que muchas veces se paga con la vida. Y al fin se termina por no desear tener más, sino conservar lo que se tiene y todas las minas se despueblan”, aseguró el historiador.
Juan Jufré utilizó un plano que consistía en un rectángulo de cinco manzanas o cuadras por lado y 25 en total, para repartir las tierras. Cada manzana se hallaba dividida por dos ejes perpendiculares en cuatro solares iguales. Al centro se situaba la manzana destinada a Plaza Mayor o de Armas (espacio central), con solares reservados en sus lados para el Cabildo, la Iglesia matriz y la Hermandad de Santa Ana, y parcelas adjudicadas a las familias del conquistador y otras de importancia. Las restantes manzanas se distribuían entre los demás pobladores.
En los cuatro extremos del rectángulo de manzanas quedaron los lugares previstos para iglesias y conventos de Santo Domingo, San Francisco y La Merced y para hospitales, separados españoles de naturales (nativos). El trazado de San Juan de la Frontera respondió al molde de las poblaciones españolas en las Indias, fijado en 1523 por la Real Cédula de Fundaciones.
El mismo año de la fundación, a pocos meses, Juan Jufré y algunos de los primeros pobladores, regresaron a Chile. Jufré nunca volvió a San Juan.
Desde 1562 hasta 1594 San Juan tuvo su asiento en el lo que hoy es Concepción, distrito del actual departamento Capital. A pesar de haber transcurrido 32 años desde su fundación, sólo se había levantado la iglesia y la casa dominicana. Las viviendas eran, según crónicas de la época “un rancherío que no se diferenciaba mucho del caserío huarpe”.
A fines de 1593, el Río San Juan arrasó con la ciudad, así es que Luis Jufré la traslada 25 cuadras al sur de su primera ubicación.