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ANÁLISIS
Lapeña: Claves del petróleo y gas en Argentina
20/05/2019

A dos décadas de la privatización

ENERNEWS/Río Negro

JORGE LAPEÑA*

El 2019 muestra un país con datos preocupantes como la caída de la producción convencional, el amesetamiento en el tight gas y la frustrada reserva de cargas del tren a Vaca Muerta.

Argentina ha tenido tiempos gloriosos en materia en energética y particularmente en las primeras 9 décadas del siglo 20, los momentos actuales no son precisamente de gloria sino de fuerte incertidumbre. El siglo 20 finalizó con una década atípica, la del 90, en las cuales se derrumbaron por decisión del gobierno central uno a uno todos los grandes pilares de nuestro sólido edificio energético.

La desaparición del conjunto de empresas nacionales: YPF; Gas del Estado; Agua y Energía e Hidronor, tuvo consecuencias devastadoras para nuestra estructura energética.

Una lista no taxativa de esos males sobrevinientes a la liquidación de ese conjunto empresario fue: a) Argentina dejó de explorar sus cuencas sedimentarias como lo hacía YPF; b) Argentina dejó de construir gasoductos como los que construía Gas del Estado; c) Argentina dejó de construir centrales hidroeléctricas como las que construían Agua y Energía e Hidronor.

Las transformaciones de los noventas contemplaron la rápida venta, pero no el reemplazo de aquellas funciones estratégicas – explorar, construir gasoductos, proyectar y construir centrales hidroeléctricas- que aquellas empresas realizaban desde siempre.

Las comparaciones resultan odiosas pero no es lo mismo el Gasoducto “Neuba II” construido en un año por Gas del Estado, que el GNEA construido por IEASA en 8 caro y paralizado sin saber porqué. Es solo un ejemplo.

El año 2019 nos muestra datos duros y preocupantes que no sería conveniente soslayar: a) La producción de gas y crudo de los yacimientos convencionales sigue cayendo en todo el país, desde 1998 en el caso de crudo, y desde 2004 en gas; b) La producción de Tecpetrol en gas no convencional con el régimen de la Resolución 46 creció un 700 % en el último año, pero el resto de la producción gasífera convencional y no convencional sigue disminuyendo; c) El crecimiento del shale apenas compensa en el último año la caída crónica de los yacimientos convencionales.

Me quiero detener en algunos puntos preocupantes de cara al futuro: 1) El hecho de que cuando se habla de Vaca Muerta se confunda el concepto de “Recursos” con “Reservas Comprobadas” (error inadmisible en expertos petroleros que se propaga a periodistas, políticos y economistas). 2) Es relevante que la producción de shale gas no haya probado todavía ser viable sin los fuertes subsidios y la Resolución 46 vence en 2021. 3) Es preocupante que con los precios actuales del gas en el mercado mundial la producción de shale gas no podrá acceder a esos mercados soportando los costos reales para acceder a dichos mercados (como transporte por ductos, licuefacción, transporte marítimo) 4) El tigh gas ralentizó su crecimiento en el último año.

Es difícil entender la política nacional del último lustro desde 2013 hasta fines de 2018 que privilegió el shale gas (substitución de importaciones con subsidio) por sobre el shale oil (exportación sin subsidios).

Existen tres factores que se conjugan contra esa errónea decisión: 1) necesidades de infraestructura de evacuación (gasoductos, plantas de licuefacción, puertos que el capital privado no puede afrontar); 2) demanda de gas en el mercado interno con fuerte estacionalidad; 3) no haber aprovechado desde el inicio la posibilidad de producción shale oil sin subsidios y de exportarlo a un mercado mundial sin la necesidad de construir infraestructura compleja como la requerida para el gas.

Además hay un conjunto de recientes decisiones oficiales que resultan inexplicables: 1) La paralización de las obras del Gasoducto GNEA que imposibilita cumplir el contrato con Bolivia; 2) La posterior renegociación a la baja del contrato de gas con Bolivia; 3) Los anuncios oficiales de 2018 con pronósticos de producción infundados; y 4) La eliminación del buque regasificador de GNL de Bahía Blanca cuya falta se sentirá fuerte en este invierno; 5) La decisión de construir un nuevo gasoducto entre Neuquén y San Nicolás sin estudios de factibilidad aprobados que no es realizable por el sector privado; 6) Es también un mal síntoma el fracaso reciente de la licitación de llamado “Tren de Vaca Muerta”.

Dejo para el final un hecho que valoro como muy positivo y alentador como es el resultado de la ronda licitatoria Costa Afuera en la Plataforma Continental realizado por el Gobierno que muestran que el camino de la inversión de riesgo en exploración no está cerrado a pesar de que en los últimos 25 años la exploración fue materia olvidada.

Las ofertas de compromiso de inversión en la Cuenca de Malvinas Oeste abren interesantes expectativas. Me parece también relevante el anuncio de Shell del compromiso de inversión de 3.000 millones de dólares para producir crudo exportable.

Creo finalmente que Argentina se merece a partir del 10 de diciembre de 2019 una estrategia energética mejor concebida, más equilibrada y con más consensos políticos que la que hoy exhibe nuestro país. Una estrategia energética que no puede ser solo petrolera sino integral y fuertemente comprometida con una economía nacional sustentable y con la mitigación global del cambio climático.

(*) presidente del Instituto Argentino de la Energía Enrique Mosconi. Fue secretario de Energía de la Nación durante el gobierno de Raúl Alfonsín.


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