SOMINI SENGUPTA
El carbón, el combustible que impulsó la era industrial, ha llevado al planeta al borde del catastrófico cambio climático.
Un informe en octubre del panel científico de las Naciones Unidas sobre el calentamiento global encontró que evitar la peor devastación requeriría una transformación radical de la economía mundial en sólo unos cuantos años.
Una mina a cielo abierto en la India. Un funcionario de energía dijo sobre el suministro de carbón del país: "Para los próximos 100 años, lo tenemos”. Foto: Rebecca Conway para The New York Times.
Central para esa transformación: abandonar el carbón, y rápido.
Y, sin embargo, tres años después del Acuerdo de París sobre el Clima, cuando los líderes del mundo prometieron acciones, el carbón no muestra señales de desaparecer. Si bien parece seguro que el uso del carbón disminuirá a la larga en todo el mundo, de acuerdo con la Agencia Internacional de Energía, esto no ocurrirá con la suficiente rapidez para evitar los peores efectos del cambio climático. El año pasado, la producción y el consumo globales aumentaron después de dos años de disminución.
Barato, abundante y el más contaminante de los combustibles fósiles, el carbón sigue siendo la fuente más grande de energía para generar electricidad en todo el mundo. Esto, aun cuando energías renovables como la solar y la eólica rápidamente se vuelven más económicas. Pronto, el carbón podría no tener sentido financiero para sus promotores.
Entonces, ¿por qué es tan difícil renunciar al carbón?
Porque el carbón es una poderosa fuente actual de energía. Hay millones de toneladas en el subsuelo. Poderosas compañías, respaldadas por gobiernos poderosos, a menudo en la forma de subsidios, tienen apuro por acrecentar sus mercados antes de que sea demasiado tarde. Los bancos aún lucran con él. Las grandes redes de electricidad fueron diseñadas para él. Las plantas de carbón pueden ser una manera infalible para que los políticos proporcionen electricidad barata —y retengan el poder. En algunos países, ha sido una fuente de sobornos.
Y aún cuando los recursos renovables se extienden rápidamente, aún tienen límites: la energía eólica y la solar fluyen cuando la brisa sopla y el sol brilla, y eso requiere que las redes tradicionales de electricidad sean modernizadas.
La batalla por el futuro del carbono se está librando en Asia.
Hogar de la mitad de la población del mundo, Asia representa tres cuartas partes del consumo global de carbón en la actualidad. Más importante, representa más de tres cuartas partes de las plantas de carbón que están en construcción o en las etapas de planeación —1.200, de acuerdo con Urgewald, un grupo activista alemán que monitorea el desarrollo del carbón.
Indonesia está extrayendo más carbón. Vietnam está despejando terreno para nuevas plantas eléctricas que operan con ese combustible fósil. Japón, recuperándose de un desastre en una planta nuclear en 2011, ha resucitado al carbón.
El gigante mundial, sin embargo, es China. El país consume la mitad del carbón del mundo. Más de 4,3 millones de chinos están empleados en las minas de carbón de la Nación. China ha agregado 40 por ciento de la capacidad mundial de carbón desde 2002, un enorme incremento para sólo 16 años.
Motivada por una protesta pública por la contaminación del aire, China es ahora también el líder mundial en la instalación de energías solar y eólica, y su gobierno central ha intentado disminuir la construcción de plantas de carbón. Pero un análisis realizado por Coal Swarm, un equipo de investigadores estadounidenses que promueve alternativas al carbón, concluyó que se siguen construyendo nuevas plantas, y otras simplemente han sido retrasadas. El consumo chino de carbón creció en 2017, aunque menos que antes, y volverá a crecer en 2018.
La industria china del carbón busca nuevos mercados, desde Kenia hasta Pakistán. Compañías chinas están construyendo plantas de carbón en 17 países, reporta Urgewald.
Nguy Thi Khanh, nacida en Vietnam en 1976, recuerda haber hecho la tarea escolar a la luz de una lámpara de querosen.
En su pueblo del norte, la electricidad fallaba varias horas al día. Cuando llovía, no había luz. Cuando regresaba, provenía de una planta de carbón no muy lejana. Cuando su madre tendía la ropa para que secara, se le pegaba ceniza a las prendas.
Hoy, prácticamente todos los hogares de Vietnam, de 95 millones de habitantes, cuentan con electricidad. Hanoi, la capital, donde ahora vive Nguy, vive un furor de nuevas construcciones, con una enorme demanda de cemento y acero —ambos devoradores de energía. La economía está galopante. Y por toda la costa de 1600 kilómetros de largo, compañías extranjeras, principalmente de Japón y China, construyen plantas de carbón.
Uno de esos proyectos está en Nghi Son, alguna vez un pueblo pesquero al sur de Hanoi y hoy sede de una enorme zona industrial. La primera planta eléctrica abrió aquí en 2013. La organización de ayuda extranjera de Japón, la Japan International Cooperation Agency, pagó por ella. La empresa comercial japonesa Marubeni la desarrolló. Una segunda planta de energía operada con carbón, mucho más grande, está en construcción al lado.
A la sombra de la chimenea, Nguyen Thi Thu Thu Thien secaba camarones a un lado de la carretera y se quejaba amargamente. Se había mudado de su casa luego de que la central eléctrica construyera un estanque de cenizas justo enfrente. “El polvo de carbón ha ennegrecido mi casa”, dijo. “Hasta los árboles están muriendo. No podemos vivir allí”. Ella y las demás que secaban camarones en la ruta estaban doblemente enojadas de que la nueva planta necesitaría un nuevo puerto, y eso desplazaría a sus esposos pescadores.
El carbón representa el 36 por ciento de la capacidad de generación eléctrica del país actualmente; se proyecta que crezca al 42 por ciento para 2030, de acuerdo con el gobierno. Para alimentar esas plantas, Vietnam necesitará importar 90 millones de toneladas de carbón para 2030.
Pero los proyectos de carbón también están provocando una oposición comunitaria poco común en un país que reprime la disensión. Los aldeanos bloquearon una carretera en 2015 para protestar contra un proyecto chino en el sudeste. Las autoridades provinciales rechazaron otra planta propuesta en el Delta del Mekong.
Vietnam reporta estar en vías de cumplir con sus metas de reducciones de emisiones en el marco del Acuerdo de París. Lo mismo dicen también China e India, que tienen huellas de carbono mucho más grandes. Pero esas metas fueron establecidas por los países mismos, y no serán suficientes para evitar que las temperaturas globales se eleven a niveles calamitosos.
Esos aleccionadores hechos se vislumbran sobre la siguiente ronda de negociaciones internacionales del clima, a partir del 3 de diciembre en el corazón de la región carbonífera de Polonia.
En la imaginación del público, el minero de carbón durante mucho tiempo ha sido un símbolo de virilidad industrial, un símbolo de una época en la que el trabajo duro propiciaba el crecimiento.
Esa idea ha sido central para la política. Mineros alemanes de carbón han elevado las fortunas del partido de extrema derecha de ese país. El gobierno de ala derechista de Polonia ha prometido abrir nuevas minas de carbón. Scott Morrison, el Primer Ministro de Australia, ascendió al poder como paladín de ese recurso no renovable.
En EE.UU., el presidente Donald J. Trump prometió revivir los empleos de la minería de carbón. La economía y el cálculo político son muy diferentes en la democracia más grande del mundo: India, con una población de 1,3 mil millones de personas.
Ajay Mishra, el burócrata de carrera encargado de la energía en el Estado central indio de Telangana, lo sabe de primera mano.
Dijo que hace cinco años, los cortes diarios de electricidad eran una maldición para su Estado. Los ventiladores de techo dejaban de funcionar en las sofocantes tardes de verano. Las fábricas trabajaban con generadores que tragaban diesel. El pueblo de Telangana estaba furioso.
Las autoridades estatales tenían que hacer algo para arreglar el problema de electricidad. Aprovecharon el sol, convirtiendo brevemente a Telangana en un importante productor de energía solar en India. También recurrieron a lo que funcionarios del gobierno han recurrido durante más de un siglo: la enorme veta de carbón que yace en el subsuelo.
Telangana ahora cuenta con electricidad las 24 horas. Sus agricultores la obtienen gratis para extraer agua. “Tenemos carbón”, dijo Mishra. “Estamos produciendo más cada año. Tenemos para los próximos 100 años”.
India ha invertido tanto en el carbón que muchas minas son propiedad del Estado, al igual que la mayoría de las plantas eléctricas. El carbón subsidia la enorme red ferroviaria del país.
Ajay Bhalla, Secretario de Energía de India, informó que estaban en construcción unos 50 gigawatts de capacidad adicional de carbón. Muchas de esas plantas reemplazarán a las más antiguas y contaminantes. Pero el uso del carbón no terminará, dijo, hasta que haya una manera barata y eficiente de almacenar energía de fuentes solares y eólicas.