DANIEL MONTAMAT
Se consolidan las tendencias en producción, reservas y condiciones de servicio que pueden transformar el sector en una turbina de desarrollo económico y social para el país
Todavía arrastramos un déficit energético heredado del populismo, que depredó las reservas y la calidad del servicio, y todavía la energía es parte del problema económico. Pero ya empiezan a consolidarse las tendencias en producción, reservas y condiciones de servicio que revertirán el déficit y que pueden transformar la industria energética en una de las turbinas del desarrollo económico y social que los argentinos nos debemos.
Los subsidios energéticos indiscriminados, que favorecieron más a los ricos que a los pobres y que pagamos todos, ascendieron a 20.815 millones de dólares en 2014; en 2015 fueron de 18.371 millones y se redujeron a 8803 millones en 2017.
La previsión presupuestaria para este año era reducirlos a 4000 millones de dólares, pero, tras la crisis cambiaria y la recomposición atenuada del tarifario eléctrico, rondarán los 6000 millones de dólares.
El presupuesto aprobado prevé subsidios de unos 5500 millones de dólares para 2019 (alrededor del 15% para gas y del 85% para solventar los costos de la electricidad mayorista). Sí, todavía hay recomposiciones pendientes para seguir bajando los subsidios indiscriminados y concentrarlos en una tarifa social focalizada en los usuarios vulnerables por sus condiciones socioeconómicas. La contracara de la reducción de los subsidios indiscriminados ha sido el paulatino reacomodamiento de las señales de precios energéticos a sus costos económicos.
El petróleo y los combustibles ya siguen referencias internacionales de precios; los precios mayoristas de gas se transan libremente en segmentos industriales, y el resto de los compradores y oferentes canalizarán sus operaciones en un mercado con contratos y negocios de oportunidad (spot) que se está organizando.
El precio mayorista eléctrico, todavía el más divorciado de sus costos para la mayor parte de la demanda, se beneficiará en los reacomodos pendientes por la mayor oferta de gas doméstico. Las tarifas de transporte y distribución ya tuvieron sus procesos de revisión. Todo esto, más las señales de reinstitucionalización del sector energético (conformación profesional de los organismos regulatorios, fin de la vigencia de la ley de emergencia económica, readecuación de los marcos regulatorios) y la creciente operatividad de los mercados (asumiendo la transición que atravesamos), ha empezado a consolidar resultados productivos.
La producción petrolera nacional este año va a crecer alrededor del 3%, estableciendo un punto de inflexión a una caída que se prolongaba desde 1998. La producción de gas natural va a crecer alrededor de un 6%, luego de la pausa que se tomó el año pasado.
Por supuesto, hay analistas escépticos que subrayan que gran parte de los resultados productivos se deben al crecimiento casi exponencial de la producción de recursos no convencionales, con Vaca Muerta a la cabeza, mientras los campos convencionales, que todavía aportan el mayor caudal productivo, no cesan de declinar. Es cierto que también hay mucho que se puede hacer para aumentar la tasa de recuperación de los yacimientos convencionales y así reducir su tasa de declinación.
Pero el nuevo horizonte de reglas y señales de precios también empieza a sumar atractivo a proyectos concretos de recuperación secundaria y terciaria. Por su parte, el gobierno nacional ha vuelto a ofrecer áreas exploratorias en la zona del talud del mar continental argentino, con una convocatoria amplia a inversores internacionales.
Hay que reconocer, sin embargo, que el salto productivo (y la posibilidad de sumar reservas probadas) ahora depende de los recursos no convencionales ( shale oil, shale gas); y hay que aceptar que esos recursos dejaron de ser potenciales y ahora forman parte de nuestra nueva realidad productiva.
Luego de Estados Unidos, donde las perforaciones para explotarshale (gas y petróleo) se cuentan de a miles y donde la producción no convencional ya representa el 66% de la producción total, sigue la industria petrolera argentina, con perforaciones que se cuentan de a cientos.
Ya transitamos parte de la curva de aprendizaje, seguimos el estado de las artes con muchos actores del mercado mundial involucrados, y empezamos a competir en costos beneficiados por la excelente productividad de nuestra formación.
Además, como ya existe historial productivo, las compañías petroleras con bases de explotación y compromisos de inversión pueden certificar reservas probadas. En las próximas revisiones todo esto empezará a mejorar el escuálido stock de reservas heredadas. También es cierto que la explotación no convencional se asemeja a una "minería petrolera".
Cada año hay que comprometer ingentes inversiones para sostener la producción con nuevas perforaciones. En dos años se extrae entre el 60 y el 70% de la producción recuperable de un pozo. Si no hay nuevos pozos que los reemplacen, la producción se desploma. La mayor dependencia de la producción no convencional, por un lado, concentra inversiones y centrifuga recursos en otras alternativas (a menos que sean muy atractivas) y, por otro lado, nos expone a variabilidades productivas significativas cuando cambian las condiciones del negocio.
Pero la inversión constante y consecutiva que requieren estos recursos es también un disuasivo al oportunismo político y a las intervenciones discrecionales. El repunte productivo nos ha permitido reiniciar las exportaciones de gas a la región (a Chile y a Brasil), usando infraestructura ociosa. En este verano vamos a exportar más de lo que importamos de Bolivia.
¿No será el tiempo del replanteo estratégico de la conformación de mercados regionales de energía (gas, electricidad) para relanzar la integración? El desarrollo intensivo de Vaca Muerta, deseable y conveniente porque puede consolidar precios del gas muy competitivos para el mercado doméstico, nos obliga a interactuar en el mercado mundial de GNL.
Fuimos vanguardia en 2008 cuando importamos gas por barco a las apuradas, sin instalaciones físicas de regasificación, contratando un barco regasificador que ancló en Bahía Blanca y se quedó hasta este año. Ahora somos pioneros en la exportación de gas licuado por barco a través del contrato celebrado por YPF con la empresa belga Exmar. ¡GNL argentino para el mundo! Los nuevos horizontes productivos y el cierre de contratos de exportación auguran un cambio de signo de la balanza comercial energética con fuerte impacto en las cuentas externas. Venimos de un déficit que alcanzó los 7743 millones de dólares en 2013 y que se ha reducido a unos 3000 millones en 2018.
En dos años podemos alcanzar el equilibrio y, en el próximo lustro, volver a tener superávits significativos. La agenda energética para apuntalar la expansión depende de inversiones multimillonarias en desarrollo, logística e infraestructura, y parte de una precondición: la necesaria estabilidad macroeconómica.
Recuperada la estabilidad macro, la política debe proveer al sector horizontes previsibles de largo plazo y consensuar mecanismos anticíclicos para el destino de la renta que apropiará el Estado nacional y provincial. Vaca Muerta no es la lotería que nos va a salvar.
Es un instrumento de desarrollo de una Argentina que debe terminar con su decadencia secular.