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ANÁLISIS
Escribe Fidanza: La trampa siniestra de Bolsonaro
05/11/2018
ENERNEWS/ La Nación

EDUARDO FIDANZA

Miradas en perspectiva, las reacciones por el ascenso de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil no son distintas a otras ocurridas en el pasado. Cada vez que sucede el éxito resonante e inesperado de un dirigente sui generis, las esferas política, mediática e intelectual asimilan el impacto, que se refleja en dos dimensiones.

 Una es la moda, espoleada por la curiosidad y una reacción imitativa con afán de emulación; la otra es el análisis social, que persigue descifrar la intrincada trama que explica la llegada de los outsiders al poder.

En principio, no es una cuestión de ideología: sucedió con Trump, pero también con Obama, Macri, Evo Morales, Pepe Mujica y muchos otros en los últimos años. Los gurúes de campaña, que venden recetas infalibles para ganar elecciones, y los medios masivos y las redes, cuya obsesión son el rating y la viralización, multiplican la figura del ganador, convocando a la copia o el escarnio, da igual.

El resultado es que todos hablan y escriben sobre él durante el tiempo efímero que dura su consagración. La influencia de estos éxitos no se agota en los medios y el marketing electoral; tiene consecuencias directas en la clase dirigente, que la cercanía geográfica amplifica.

De pronto en la Argentina un coro de políticos, desde la cima del oficialismo hasta la oposición, descargó cuestionamientos y sospechas sobre uno de los colectivos que concita las fobias de Bolsonaro: los inmigrantes.

 Resultó una reacción instantánea con aroma a oportunismo. Las propuestas de políticas públicas sobre este tema duermen en los cajones, pero conviene agitarlo ahora: fue una de las bases del triunfo arrollador del vecino.

Algo similar ocurre con la represión de la delincuencia. La moda Bolsonaro parece reafirmar las convicciones del Gobierno, que esta semana volvió a poner al policía Chocobar como ejemplo, cuando la Justicia lo procesó bajo la sospecha de haber matado a un pibe chorro por la espalda.

Lamentable similitud con una escalofriante afirmación del presidente electo de Brasil, que sostuvo: "Si alguien considera que quiero dar carta blanca para que la policía mate yo contesto: sí, es lo que quiero. Un agente que no dispara a nadie y al que disparan todo el rato no es policía. Tenemos la obligación de ofrecer una seguridad jurídica a esos valientes".

Otro registro, más complejo, es la búsqueda de las razones de estos fenómenos políticos. Como escribió Alejandro Katz en esta página, sintetizando la perplejidad y el rechazo unánime de los intelectuales, más allá de la grieta: "La derrota de los partidos tradicionales no alcanza para comprender el triunfo de alguien que ha dicho lo indecible, aquello que no podía ser dicho".

La trasgresión del tabú planteada por Katz encuentra en Fernando Henrique Cardoso una explicación de fondo que supera el trillado recurso al fascismo. La historia no se repite, se trata de otra cosa: la actual etapa del capitalismo, tecnológico-financiera, "está fragmentando las viejas clases y disolviendo sus cementos de cohesión, volviendo vacías las ideologías que les correspondían". En ese contexto, la antigua institucionalidad basada en los partidos, los sindicatos y las creencias políticas sucumbe ante internet, la comunicación directa y las noticias falsas.

Según Fernando Henrique, "Bolsonaro es una hoja seca impulsada por el vendaval de todas estas transformaciones. Simboliza el ansia del orden ante el miedo a lo desconocido". Lo desconocido, interpretamos, es la incertidumbre existencial sobre el futuro, y lo desconocido es también la marginalidad, el infierno adonde van a parar los que el capitalismo financiero y tecnológico desecha.

Angustia de ser pobre y quedar afuera, transformada en rechazo al pobre y temor al marginado. Una reciente publicidad, que puede verse estos días en los medios, refleja ese inconsciente colectivo: tres jóvenes dentro de un coche son amenazados por zombis, en una escena callejera compatible con la protesta o la exclusión social. Muertos vivos que nos cercan, intimidantes. Sucios, feos, malos, violentos, malolientes.

Se trata de volverlos invisibles con la novísima tecnología que nos provee el vehículo. O con la seguridad que emana del autoritarismo de personajes como Bolsonaro y su maestro Trump. En realidad, la trampa siniestra de estos liderazgos consiste en lo contrario: hacer invisible la explotación económica y el embrutecimiento cultural, que son fenómenos sistémicos e históricos, reemplazándolos por desviaciones de la naturaleza humana.

 Por eso predican con su brazo religioso el cambio interior en lugar de la transformación social. Por eso debilitan las garantías democráticas y practican la xenofobia. Por eso son liberales con los capitales, pero represores con las costumbres. Así es más sencilla la dominación: mejor reprimir que ofrecer oportunidades, despreciar que incluir, humillar que respetar, pervertir que educar. Esperemos que nuestra clase dirigente no caiga en esas bajezas. La Argentina todavía puede ser el ejemplo de algo mejor.


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