RICARDO ALONSO*
El domingo 2 de septiembre de 2018 se convirtió en un día nefasto para la historia mundial de las ciencias naturales y humanas. Uno de los museos más ricos del mundo en colecciones paleontológicas, mineralógicas, zoológicas, botánicas, antropológicas y arqueológicas, por mencionar algunas de las más importantes, quedó convertido en cenizas.
Ese día y a raíz de un pavoroso incendio se perdieron 20 millones de piezas del Museo Nacional de Río de Janeiro, administrado por la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). Las llamas devoraron 200 años de historia y el trabajo paciente de miles de científicos que hicieron crecer ese patrimonio cultural universal. Las asociaciones científicas internacionales expresaron su dolor, solidaridad y condolencias con toda la comunidad brasileña por la pérdida simbólica que significa este incendio.
Entre ellas el Conicet y la Asociación Paleontológica Argentina, lo hicieron por nuestro país. No debe olvidarse que en muchos campos de las ciencias hubo una estrecha y antigua colaboración entre científicos argentinos y brasileños que se remonta al siglo XIX. El gran sabio Burmeister, amigo de Humboldt, vino primero a Brasil antes de radicarse definitivamente en la Argentina. Los intercambios entre los paleontólogos H. von Ihering y Florentino Ameghino fueron altamente fructíferos.
Hermann von Ihering (1850-1930) fue un naturalista alemán, nacionalizado brasileño, cuyo primer trabajo en Brasil fue precisamente en el Museo Nacional de Río de Janeiro en 1880. También fue importante la colaboración entre los paleontólogos de mamíferos, entre ellos Carlos Paula Couto y Rosendo Pascual, este último del Museo de La Plata.
Lo mismo puede decirse entre los científicos que trabajaron en la comparación de los dinosaurios más viejos del mundo, del periodo Triásico, que aparecen en capas de Ischigualasto (San Juan) y de la Formación Santa María en el estado de Rio Grande do Sul. Al parecer las valiosas colecciones paleontológicas, únicas e irrepetibles, fueron devoradas por las llamas.
El Conicet recabó la opinión de algunos investigadores con estrecha relación con aquella institución. Álvaro Fernández Bravo, investigador del Conicet, licenciado en Letras por la UBA y con un posdoctorado en la Universidad Federal de Minas Gerais, expresó que: "El museo es una institución sin equivalentes en América Latina.
La pérdida de documentos coloniales, imperiales, acervos etnográficos e históricos de este incendio produce un daño incalculable". Fernández Bravo, que trabajó en el archivo del Museo en el año 2002 y en el 2004, cuando consultaba material para su libro “El museo vacío. Acumulación primitiva, patrimonio cultural e identidades colectivas, Argentina y Brasil, 1880-1945” (Eudeba, 2016), detalló que “el archivo guardaba registros de los tempranos intercambios y redes científicas que vincularon a naturalistas argentinos y brasileños en el siglo XIX”.
Y recordó: “El Museo, que depende de la Universidad Federal de Río de Janeiro, también es sede del Programa de Posgrado en Antropología Social donde se educaron numerosos antropólogos argentinos como Federico Neiburg y Axel Lazzari, este último investigador del Conicet”. El Museo Nacional de Río de Janeiro, creado por el rey Juan VI de Portugal el 6 de junio de 1818, era considerado el centro de historia natural más antiguo de América Latina y el quinto mayor museo del mundo en cuestión de acervo. El propio edificio del museo era extremadamente valioso por su belleza arquitectónica de corte imperial.
Entre otras cosas, fue escenario de la primera Asamblea Constituyente de la República, de noviembre de 1890 a febrero de 1891, hecho que marcó el fin del imperio en Brasil. María Encarnación Pérez, doctora en Ciencias Naturales que se desempeña como investigadora del Conicet en el Museo Paleontológico Egidio Feruglio comentaba: “La colección de paleontología desapareció completa, lo cual es una pérdida no sólo para Brasil sino para toda la comunidad científica. Estamos todos muy tristes e impactados porque la pérdida tanto de esos materiales fósiles, como las de otros tesoros que resguardaba el Museo, es inimaginable.
También la pérdida de tanto trabajo y esfuerzo de los investigadores y técnicos que trabajan ahí”. Julián Faivovich, investigador del Conicet en el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN), trabajaba en varios proyectos con uno de los curadores del Sector de Herpetología del Museu Nacional, el Dr. Jose P. Pombal Jr., desde hace más de 10 años, y de hecho estuvo ahí hace poco más de un mes trabajando durante una semana.
Mencionó que: “Sin dudas el incendio constituye la mayor tragedia en la historia de la ciencia latinoamericana. Se perdieron las colecciones de entomología, aracnología, malacología, paleontología, antropología, las exhibiciones públicas y los archivos históricos, todos de un valor incalculable, en algunos casos el resultado de doscientos años de esfuerzo”. Y enfatizó: “No puedo exagerar la importancia de estas colecciones para el conocimiento científico, y lo que representaban para la memoria histórica de la ciencia brasileña”.
En efecto, había más de 20 millones de valiosas piezas en las salas de este enorme museo. Entre ellas la mayor colección de momias egipcias de América del Sur, una colección de arte y artefactos grecorromanos, piezas de pueblos originarios, minerales, colecciones de paleontología que incluían dinosaurios y mamíferos, momias precolombinas, animales embalsamados, insectos, aves, utensilios indígenas, son algunas de las piezas que alojaba y fueron afectadas, según difundió el portal del Museo.
El zoólogo y entomólogo Abel Pérez González, investigador adjunto del Conicet y coordinador del equipo de opiliones de la División de Aracnología del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN-CONICET), comunicó su consternación ante la noticia.
"Todos nuestros proyectos se ven afectados, la mayoría de ellos, ya que tenemos varios alumnos, que son becarios del Conicet, que son brasileños y en estos momentos están haciendo sus tesis con nosotros, que incluye indiscutiblemente trabajos en conjunto y colaboración que dependían de materiales que fueron quemados”.
También fue consumida por las llamas una biblioteca de ciencias naturales con más de 500 mil volúmenes donde había piezas únicas y de gran valor. Otra de las atracciones del museo que se perdió irremisiblemente fue el dinosaurio titanosaurio de nombre Maxakalisaurus que estaba montado en una gran sala. Medía 13 m de largo. Era un primo hermano del dinosaurio descubierto en El Brete (Departamento La Candelaria, Salta) que lleva el nombre de Saltasaurus. Lo mismo ocurrió con los esqueletos de mamíferos de la megafauna pleistocena entre ellos un Megaterio y un tigre dientes de sable (Smilodon).
Pero tal vez lo que causó mayor dolor fue que se incineraron los restos de "Luzia", un fósil humano de más de 11.500 años que perteneció a los viejos cazadores recolectores. El cráneo prehistórico fue encontrado en una cueva del estado brasileño de Minas Gerais en 1975 por una expedición conjunta franco-brasileña dirigida por la arqueóloga Annette Laming-Emperaire.
El cráneo de Luzía permitió hacer reconstrucciones faciales de cómo fue aquella mujer, la más antigua de América. Además su hallazgo y estudio cambió las principales teorías sobre el poblamiento del continente.
Entre los objetos que permanecieron intactos se encuentra un meteorito de cinco toneladas, el Bendegó, que fuera descubierto en el siglo XVIII. El meteorito fue hallado en 1784, en Monte Santo, en Bahía. En su momento estaba considerado como uno de los meteoritos más grandes del mundo.
Todavía no se sabe que desató el incendio. Lo cierto es que la pérdida es incalculable y que aun cuando se reconstruya jamás volverá a tener el patrimonio y el esplendor de las colecciones que se fueron para siempre.
*Doctor en Ciencias Geológicas.