JAVIER MILEI Economista Ver más notas del autor
JAVIER MILEI*
La economía de Argentina está en crisis. La estrategia gradualista pergeñada por Mauricio Macri y Jaime Durán Barba (repitiendo el mismo error cometido en Ecuador) e instrumentada por Marcos Peña y Alfonso Prat-Gay (hoy con Nicolás Dujovne) fracasó.
Tanto la evidencia empírica del país como la teoría económica señalaba que la estrategia fracasaría. En el plano empírico, Juan Carlos de Pablo, en su libro "La economía argentina en la segunda mitad del Siglo XX" (Ed. La Ley) muestra que todos los planes de shock (salvo el de 1959) han sido exitosos (expansión económica y baja de inflación), mientras que todos los planes gradualistas terminaron mal. La explicación teórica es muy simple. Cuando el aumento del ahorro asociado al ajuste no tiene contrapartida una mayor inversión, el nivel de actividad cae y con ello se deteriora el nivel de empleo y el salario real, lo cual lleva a los políticos a redoblar la puesta en políticas irracionales que repotencian la futura crisis.
En este sentido, si se considera que las últimas grandes crisis han tenido un origen fiscal, debería ser evidente que las chances de que haya mayor inversión genuina hasta que no se pongan en orden las cuentas públicas son nulas ya que implicaría esperar que los empresarios compren caro para vender barato. Una locura sólo posible en la mente de políticos ignorantes y/o ladrones.
Mirá también las dos caras del dólar y los caminos para llegar a un desarrollo equilibrado A su vez, si a ello le sumamos una presión fiscal agobiante que no permite ganar dinero y que, si por un acto fortuito se diera un contexto de ganancias, ahí aparecerían los parásitos de la corporación política para robarse los "resultados extraordinarios" en nombre de la justicia social invertir sería una utopía.
Esto es, no había forma de que saliera bien. Y efectivamente fue así. Mientras que en el mundo había liquidez fue posible financiar un gradualismo a velocidad de tortuga con muletas, donde lo que se ahorraba en materia de gasto primario (sólo vía recorte de transferencias al sector privado sin tocar las apetitosas partidas de la política) era más que compensado por la suba de interés.
Es así que hoy tenemos un déficit consolidado de 10% del PIB, donde 6% corresponde al déficit financiero de la Nación, 1% a las Provincias y 3% a la posición de LEBAC del BCRA (recordemos que el Central compraba dólares del financiamiento que luego esterilizaba por lo que ello debería ser parte del cómputo de intereses).
Al mismo tiempo, la intención de no ajustar de modo serio hizo subir la relación deuda-producto al 67%, por lo que si asumimos que por milagro el país pudiera crecer hasta el fin de los tiempos al 3% (algo imposible dada la presión fiscal) y que la tasa de interés se ubicara en el 8%, el superávit primario consistente con la condición de solvencia intertemporal es del 3,25% del PIB, esto es, si éste año se cumple la meta pautada por el Gobierno, el ajuste remanente para poder pagar la deuda sería de 6% del PIB.
De más está decir que irresponsablemente en los cómputos del Gobierno (pero sí en los del FMI) no se considera la deuda con el sistema previsional y el Banco Central. Por ende, uno debería preguntarse si están pensando en defaultear a los jubilados y/o al BCRA (esto lo llevaría a la quiebra, lo cual siempre se ajusta vía una mayor inflacióndefault al tenedor de pesos). Al mismo tiempo, la economía muestra un desequilibrio de cuenta corriente de algo más de 5% del PIB. La literatura sobre indicadores tempranos de crisis muestra que cuando el rojo externo supera el 4% del PIB la economía está en riesgo.
Si a eso se le suma el rojo fiscal las chances de crisis suben sustancialmente. Si uno toma los números de Argentina, en un mundo de mayores tasas y paulatina eliminación del relajamiento monetario de los EE.UU., si esto no termina en una crisis colosal sería un verdadero cisne negro. Sin embargo, el origen del mal viene del mismo lado. En un trabajo que hicimos recientemente junto a Diego Giacomini encontramos que el déficit de cuenta corriente está explicado en un 94% por el desequilibrio fiscal. Esto es, la pasión por el despilfarro por parte de los políticos delirantes (pero con el dinero ajeno) se traduce en un aumento del nivel de absorción doméstica que se plasma en un déficit de cuenta corriente (ahorro doméstico menor a la inversión doméstica).
Así, en un contexto de caída en el nivel de actividad y con un año electoral por delante, los políticos saldrán a contratar a economistas keynesianos que les digan que hay que gastar más (sesgo de confirmación), por lo que el remedio terminará siendo peor que la enfermedad. Finalmente, si a esta orgía de desequilibrios macro le faltaba algo se sumó a la fiesta la caída en la demanda de dinero.
Una forma indirecta de ver el punto es analizando la relación entre tasa de interés y tipo de cambio. Así, cuando el Banco Central sube la tasa, los individuos usan sus dólares para comprar pesos y posicionarse en tasa. Por ende, a más tasa menos tipo de cambio. Sin embargo, cuando la demanda de activos domésticos cae, ello implica que para sostener el mismo tipo de cambio hace falta más tasa o si se mantiene la tasa el tipo de cambio sube.
Los datos muestran de Argentina muestran que dicha relación trabajó razonablemente hasta el 28D. Desde ahí, la tasa pasó del 27% al 61%, mientras que el tipo de cambio pasó de $ 17,5 a $ 28,5 pese a venderse de u$s 12.000 millones (en una aproximación lineal y sin efectos derrame el mundo de Mickey Mouse- el tipo de cambio sería de $ 34,7), esto es, la demanda de dinero se desplomó.
Así, cuando la demanda de dinero cae, el poder adquisitivo del mismo cae, lo cual implica que los precios en unidades monetarias suben. Por lo tanto, en este marco, la tasa de inflación minorista (mayorista) que venía viajando al 18% (12%), para los últimos doce meses pasó al 29,5% (44%), para el semestre anualizado al 35% (69%), mientras que para el dato punta lo hace al 55% (125%). La historia económica de Argentina registra dos episodios de fuerte caída en la demanda de dinero.
El primero fue en 1959 haciendo pasar la tasa de inflación del 20% al 120%. El otro caso fue durante el ´Rodrigazo de 1975, donde la inflación pasó del 30% al 180% para llegar al 400% un año después en1976. En este sentido, acorde a la estimación de la demanda de dinero que hicimos junto a Diego Giacomini (que consta en el libro de 2014 "Política Económica Contrarreloj"), M1 debería estar en torno al 5% del PIB cuando hoy ese número es el doble. Por lo tanto, corregir de modo abrupto dicho desequilibrio implicaría duplicar los precios que, al venir viajando a un ritmo del 50%, los triplicaría. Esto es, la inflación subyacente en caso de pánico sería del 200%. Sin embargo, si ello ocurriera, difícilmente podrían renovarse las LEBAC en manos del sector no bancario, por lo que la cantidad de dinero aumentaría en un 50% (por lo que los precios pasarían de un índice a de 3 a 4,5), llevando a la tasa de inflación a niveles del 350%.
De más está decir que dicha situación haría desplomar el nivel de actividad y empleo, al tiempo que la caída de los salarios reales fruto de la aceleración inflacionaria llevaría transitoriamente a la pobreza y a la indigencia a niveles estratosféricos. Por lo tanto, los indicadores de Argentina son indigeribles aún para una película de terror, al tiempo que el papel del desalmado asesino es brillantemente interpretado por la corporación política, la cual está dispuesta a someter a la población a cuanta plaga exista en el universo antes que tocar sus privilegios de casta.
* Economista
(Publicado en El Cronista)