FABIÁN RUOCCO (*)
Tiene un rol clave para diversificar nuestra matriz energética. La cancelación de dos proyectos afecta a la PIAP e Invap, polos de desarrollo industrial, tecnológico y científico para la región.
El sector nuclear en Argentina es uno de los que más se destaca mundialmente por la producción de hitos científico-tecnológicos como referencia en la gestión del conocimiento junto a la innovación tecnológica de los últimos setenta años.
Desde el CEDyAT divisamos que no se ha debatido adecuadamente sobre el rol de la energía nuclear en la matriz energética en la Argentina, ha dependido históricamente de los hidrocarburos tanto para la producción de combustibles y gases destinada al consumo como para la generación de energía eléctrica. Diversificar la matriz eléctrica, descentralizando la generación y asegurando un mix tecnológico que garantice el abastecimiento en calidad y costo, es el gran desafío actual.
El desarrollo nuclear es un estratégico polo de desenvolvimiento industrial, científico y tecnológico de invalorable impacto y efecto multiplicador en la actividad económica y el empleo; a nivel de sistema energético es seguro, moderno, accesible y asequible. Argentina tiene la mayor tradición en América Latina en energía nuclear.
En julio de 2016 el exministro de Energía y Minería, Juan José Aranguren, firmó en China un acuerdo para la construcción de Atucha III y la Quinta Central, dos nuevas centrales nucleares fallidas que estaban proyectadas por equipos profesionales argentinos con alto reconocimiento internacional.
La PIAP es una firma estatal que opera la planta de agua pesada más grande del mundo, 27.000 toneladas de equipamiento y alta tecnología pagadas con nuestros impuestos. Hoy está paralizada.
Luego, el presidente Mauricio Macri acordó con el líder de China National Nuclear Corporation (CNNC), Wang Shoujun, la pronta construcción de la central nuclear Atucha III; mientras el subsecretario de Energía Nuclear, Julián Gadano, anunció un crédito para la realización de las obras por un plazo de “20 años, con un período de gracia de ocho”.
Nada de esto sucedió. La Argentina, que preside el G20 este año, busca auxilio del FMI para estabilizar su economía, 17 años después de la mayor crisis de su historia. En este contexto, el gobierno nacional canceló el acuerdo con China para construir Atucha III en Zárate, que iba a dar trabajo a 5.000 personas, afectando a las empresas del sector de la región patagónica, particularmente en la PIAP y el Invap.
Tomar decisiones desacertadas sobre proyectos que llevaron años desarrollar desde la ciencia y la tecnología, sustentados con los impuestos ciudadanos, provoca daños colaterales más penosos que los percibidos por esos mismos ciudadanos.
De acuerdo a un informe de la compañía norteamericana CG/LA Infrastructure, la construcción de Atucha III representaba el 3º proyecto de ingeniería más importante para el país, sólo superado por el plan Belgrano y la expansión de la infraestructura hídrica en Buenos Aires.
PIAP
Atucha III iba a funcionar con tecnología “Candu”, mientras que la segunda emplearía uranio enriquecido y agua liviana con tecnología China. El frustrado proyecto de Atucha III requeriría como recurso la Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP), de Arroyito, dependiente de la Empresa Neuquina de Servicios de Ingeniería (ENSI). Conformada por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y la provincia de Neuquén, la empresa estatal opera la planta de agua pesada más grande del mundo. Se trata, además, de una de las pocas proveedoras del recurso a escala global. A través de sus dos líneas de producción de 100 toneladas cada una, la PIAP tiene una capacidad de obtención total de 200 T anuales de agua pesada, un elemento indispensable para moderar y refrigerar el funcionamiento de los reactores nucleares. Es capaz de elaborar “agua pesada grado reactor” con el más alto nivel de pureza. Su equipamiento electromecánico y de estructuras pesa más de 27.000 toneladas. Incluye 300 bombas, 250 intercambiadores de calor, 240 recipientes de presión, 90 compresores de gases, 13 reactores, 30 columnas de destilación, ocho hornos y más de 500 motores eléctricos. Toda esta tecnología comprada y sostenida con los impuestos de los argentinos . Hoy paralizados.
La PIAP venía transitando una crisis profunda desde hace años, pero la posibilidad –hoy fallida– de la construcción de una nueva planta nuclear con agua pesada le había dado otra oportunidad. Tenía un largo camino productivo para abastecer una planta durante 30 ó 40 años. Hoy nada garantiza la continuidad laboral de sus 450 trabajadores y los cientos de empleos indirectos que genera. Incluyendo el negativo efecto en las industrias pymes locales y regionales de base tecnológica, que comienza a verse.
El gobierno de Neuquén hace años que busca una salida de emergencia para no perder las fuentes de trabajo. Se analiza dejar de producir agua pesada para pasar a hacer urea y amoníaco como alternativa. Que produzca fertilizantes para el campo. No obstante, esa reconversión requiere de un presupuesto estimado en 525 millones de euros.
El otro caso emblemático en la región es la reconfiguración de Invap Sociedad del Estado, en Bariloche. Emplea a más de 1.300 personas, entre ellas profesionales altamente experimentados en el desarrollo de sistemas tecnológicos y proyectos de alta complejidad.
Enfocada en el sector nuclear, debe incursionar en diferentes sectores para generar nuevas fuentes de financiamiento. Si bien en enero pasado logró un contrato con Fundación Pallas de Holanda para el diseño y construcción de un reactor de investigación y producción de radioisótopos para usos medicinales, su situación sigue complicada.
La relevancia de Invap hoy no pasa por el impacto económico de su facturación –muy importante a nivel local como generador de fuentes de trabajo, pero de volumen económico discreto en comparación con instituciones del Estado Nacional referentes del área de Ciencia y Tecnología–, ni tampoco por los servicios que la empresa puede brindar socialmente, canalizadas a través de la novel Fundación Invap. Su trascendencia radica en que representa un “paradigma” tecnológico y es una “vidriera” del ecosistema de Ciencia y Tecnología argentino en el mundo.
Invap se ha nutrido históricamente –cumpliendo así con su estatuto– de Ingenieros Nucleares y Físicos formados en el Instituto Balseiro. Hace poco se sumaron ingenieros mecánicos y en telecomunicaciones. A la vez, integran sus planteles profesionales graduados de universidades e instituciones terciarias provenientes de todos los rincones del país. Eso le permite, ante los diferentes escenarios, poder repensar continuamente su menú de servicios.
En el área de la tecnología espacial, Invap es la única empresa argentina calificada por la NASA para realizar proyectos espaciales y ha demostrado su capacidad para el diseño, construcción, ensayo y operación de satélites, en los proyectos de Conae Saocom-1A, Saocom-1B, SARE, Tronador-II y Sabia-Mar, aunque los últimos tres sufrieron importantes restricciones presupuestarias. Al discontinuarse el proyecto “Arsat plan 2015-2035”, aprobado por la ley 27.208 (una medida incompresible para el mundo científico, ya que Argentina integra un selecto grupo mundial de sólo 8 países en el desarrollo satelital en la carrera espacial) Invap quedó sujeto al fallido modelo nuclear. Esto produce el retiro y también la emigración de muchos de sus equipos profesionales más calificados.
La empresa también participa de proyectos diversos, como la asistencia técnica al sistema de radares para asegurar la vigilancia aeroespacial durante la próxima Cumbre de Líderes del G20 en Buenos Aires .
Ciertamente, Invap es un articulador que vincula recursos humanos y laboratorios tecnológicos. Pero también una “vidriera internacional” que expone las capacidades profesionales y tecnológicas de la Argentina, que son canalizadas en proyectos tecnológicos de alto valor agregado. La cartera internacional de Invap abarca desde el diseño y construcción del reactor de investigación OPAL en Australia hasta una planta de producción de radioisótopos en El Cairo, Egipto, así como proyectos de investigación y desarrollo para Westinghouse Nuclear en los EE. UU. Es un ejemplo de la posibilidad real de generar núcleos de conocimiento estratégico con capacidad para encarar desarrollos tecnológicos autónomos y convergentes en términos productivos. Una línea de desarrollo que permite atender de manera colaborativa y equilibrada tanto las oportunidades comerciales en mercados tecnológicos específicos a nivel internacional como las necesidades tecnológicas del Estado Nacional en áreas de alta complejidad, como los radares de vigilancia para el G20.
En la práctica cotidiana, en ambos casos –la PIAP y el Invap– son empresas capaces de consolidar los logros alcanzados. Sin embargo, pareciera que muchos de los éxitos obtenidos resultan esfuerzos fugaces, islas momentáneas que sucumben en las aguas de un mar político siempre acechante y espinoso.
Esta realidad ambigua muestra avances y retrocesos. Logros increíbles para un país como el nuestro y a la vez una ola reversa de confrontación con el desarrollo nacional. Pareciera como si se hubiera abandonado la idea de crear una sociedad normal en la cual ahora “la norma es la anormalidad”.
Un sutil juego de esperanza y desolación aflora en un escenario que comprende a todos los involucrados en el sector y a sus principales protagonistas.
De esta manera Argentina no está bien preparada para el desafío del futuro en un mundo centrifugado por la incertidumbre que reportan las ambivalencias políticas. Resignificar una política de Estado sería una propuesta superadora a la coyuntura actual en el sector energético nuclear.
*Especialista en energía y director ejecutivo del Centro de Desarrollo y Asistencia Tecnológica (CEDyAT)