Por Daniel Montamat*
La pregunta es relevante en un contexto de alta inflación y consecuente volatilidad cambiaria como el que todavía padece la Argentina. Convengamos que con una macroeconomía estable, donde los ajustes cambiarios para arriba o para abajo no son traumáticos para el sistema de precios relativos, lo relevante no es la traducción del precio en dólares a moneda doméstica (el intercambio petrolero internacional está dominado por el dólar), sino la variación en sí del precio del barril de crudo en el mercado internacional.
La suba del precio del petróleo en economías importadoras produce un shock en la oferta agregada con consecuencias más o menos recesivas e inflacionarias. A su vez, los países exportadores, muy dependientes de los ingresos petroleros, experimentan marcados ciclos de expansión y contracción con las subas y bajas de la cotización.
El petróleo todavía sigue siendo el recurso primario que cierra el balance energético mundial: por ser el más transable al contar con la logística más internacionalizada, y, hasta tanto sea desplazado por otro recurso primario (¿el gas natural?), ser el más económico en términos relativos.
Por tanto, si sube el precio del petróleo tiende a subir el precio del conjunto de componentes de la canasta energética, y si baja el precio del petróleo, el paquete energético, en general, también se abarata.
Los países que producen y exportan petróleo y cuenta con grandes excedentes, pueden darse el lujo (en economía nada es gratuito) de divorciar sus precios domésticos de las referencias internacionales (subsidio al consumo).
Por lo general, esos países tienen empresas estatales que exportan a precios internacionales la mayor parte de la producción y asumen el subsidio económico en los precios internos. Los países que son importadores o tienen balanzas energéticas deficitarias, tienen un elevado costo fiscal si divorcian sus precios internos de las referencias internacionales. Pueden amortiguar la volatilidad conformando fondos contracíclicos con los impuestos que gravan la venta de los productos.
Pero, para eso, hay que recaudar más impuesto cuando el precio internacional baja, y reducir el componente impositivo cuando el precio internacional sube.
Cuando las intervenciones en el sistema de precios se vuelven discrecionales, las distorsiones se amplifican vía crecientes importaciones. Nunca hay que olvidar que, cuando a un sistema de precios que rige transacciones internacionales se le cierra la puerta, se mete por la ventana vía importaciones.
Los países que están en condiciones de autoabastecerse y exportar saldos como el caso argentino, dependen de inversiones que son muy sensibles a las señales de precios, dado los costos relativamente altos de nuestros yacimientos (por geología y por condiciones económicas).
La característica económica básica del negocio petrolero y gasífero es calcular el valor de las reservas que razonablemente se espera encontrar, y compararlo con el riesgo y con el costo de explorarlas, de desarrollarlas, de producirlas y de comercializarlas.
¿Con qué precio evalúo el proyecto? Si se trata de bienes transables internacionalmente como el petróleo, la guía son las paridades de importación o exportación según el mercado sea excedentario o no.
El gas natural no tiene todavía referencia de precios internacionales. Cuando no alcanza para abastecer la demanda, la referencia de precio la da el precio del gas importado o la del sustituto combustible que reemplaza su abastecimiento (fuel oil/gasoil).
Si hay abundancia y compiten las distintas cuencas por el abastecimiento, el precio lo va a fijar la cuenca con mayores costos que sea necesaria para satisfacer la demanda. Puede haber precios diferentes en verano y en invierno por los volúmenes adicionales que requieren algunos consumos estacionales (demanda residencial para calefacción). La generación de electrones es menos transable, salvo que existan interconexiones regionales de los sistemas eléctricos.
Pero los equipos involucrados en la generación tienen componentes que se importan en dólares y, en gran parte, usan combustibles que tienen precios de gas o derivados petroleros que, según hemos visto, también se guían por referencias internacionales. Por sus costos de capital o por sus costos operativos, los electrones también tienen precios que se traducen a dólares.
Ahora bien, si las condiciones macro abaratan el dólar, toda esta canasta energética se abarata (con indiferencia de las variaciones del precio internacional o de sus costos). Contrario sensu, si el dólar se revalúa se encarece.
El drama argentino es que la desmesura populista que vivimos abarató el dólar (con controles e inflación) y fijó precios políticos para la energía. Sumó populismo cambiario y populismo energético.
La fuerte devaluación del peso abre un proceso de reacomodamiento en la agenda de precios energéticos, pero hay que ratificar el rumbo: los precios de la energía tienen que reflejar sus costos económicos para motorizar las ingentes inversiones que requiere nuestro potencial. El desarrollo del potencial nos va a devolver a escenarios de abundancia y precios competitivos (en pesos y en dólares) porque la energía se convertirá en el capítulo del desarrollo inclusivo que nos debemos.
*Ex secretario de Energía y ex titular de YPF.