CARLOS PISSOLITO
Las fotos satelitales tomadas por la NASA son contundentes. Muestran que Ciudad del Cabo, en Sudáfrica se quedará sin agua muy pronto. Su mayor reservorio está a solo el 13% de su capacidad, por lo que las autoridades ordenaron limitar el uso de agua a 50 litros diarios por persona.
Se considera que la escasez está producida por el cambio climático y el aumento de la población que no fue acompañado por obras de infraestructura.
Hoy los ciudadanos de Ciudad del Cabo hacen largas colas para recolectar agua en bidones, lo que ya generó disturbios y detenidos.
Por su parte, la industria turística está en alerta. Los hoteles ya comenzaron a sentir las cancelaciones de algunos visitantes y, además, podrían aplicar distintas variantes para no profundizar la sequía. Entre otras, las autoridades les pidieron que consideren la posibilidad de llenar las piscinas con agua salada.
"Hemos llegado al punto de no retorno": A esta ciudad le faltan solo semanas para quedarse sin agua. También hay propuestas para los restaurantes, a los que les sugirieron evitar las servilletas de tela, que deben ser lavadas y hasta reducir la preparación de pasta, ya que su cocción demanda de mucha agua.
Con certeza que la situación de Ciudad del Cabo no es única. Su mérito consiste en ser la primera de una larga lista de ciudades en quedarse sin agua.
Ya lo habíamos advertido, nosotros, años atrás cuando escribimos sobre las consecuencias geopolíticas del cambio climático.
Concretamente, entre sus consecuencias mencionábamos:
Las dificultades para acceder a las fuentes de agua potable: Cambios en el régimen de precipitaciones, variaciones en los caudales de los cursos de agua o el derretimiento de glaciares tendrían, con certeza, consecuencias graves para todas las actividades humanas que necesitan del agua.
Los problemas en la producción y la distribución de alimentos: Ya que no sólo faltaría el agua para beber. La ocurrencia de sequías prolongadas disminuiría la cantidad del agua disponible para la agricultura. Una consecuencia inmediata sería la reducción de las áreas cultivables. Con lo se produciría, a la par de una caída de los volúmenes en la producción de alimentos, una tensión entre la necesidad de agua potable para beber de la necesaria para los cultivos.
Los problemas de salud: La Organización Mundial de la Salud estima que las consecuencias de la falta de agua serían, en su mayoría, negativas para la salud de las poblaciones. Por ejemplo, puntualiza que tendrán impacto en la expansión de las enfermedades portadoras por vectores animales, tales como el dengue y la malaria.
Sabemos, por ejemplo, que nuestra provincia, Mendoza, lleva ocho años en emergencia hídrica. Su Departamento de Irrigación pronosticó, para este año, que "los caudales variarán entre pobres y secos".
En forma paralela esa repartición propone una serie de medidas para mitigar el impacto de la emergencia hídrica. Por ejemplo, "entre las primeras, podemos mencionar tratar de tener las erogaciones de acuerdo a las demandas de las superficies cultivadas en cada cuenca...". También propone "...trabajar en capacitación y en recetas de riego intrafinca que sirvan para poder regar mejor. Creemos que podemos incrementar la eficiencia en el orden del 15%".
Como vemos solo se trata de paliativos. No de soluciones de fondo. Y cuando de eso se trata, lo que necesitamos es de una política de Estado y de una estrategia para cumplirla.
Mendoza supo tener ambas cosas, pero eso fue hace más de un siglo con pioneros como el ingeniero César Cipolleti, quien durante la gobernación de Tiburcio Benegas, circa 1985, proyectó y dirigió grandes obras hidráulicas en los cauces de los ríos Mendoza y Tunuyán.
Dicho sea de paso, son obras que aún funcionan y que siguen siendo la columna vertebral del abastecimiento de agua de la provincia.
Recientemente, se ha vuelto a escuchar de la posibilidad de construir obras postergadas, como Portezuelo del Viento y Los Blancos.
Esperemos, que hoy como ayer, hayan sido planificadas en lo que decíamos más arriba. Es decir en el marco de una política de Estado y una estrategia.
Esta vez, tenemos un escenario hostil, que los pioneros del pasado no enfrentaron, el de las consecuencias negativas del cambio climático.
Ello nos obliga a ser más previsores y mejores estrategas.