La facturación hidráulica o fracking es una práctica que permite obtener de forma rápida y relativamente limpia gases o petróleo del subsuelo. Consiste en inyectar agua y otras sustancias a presión en el subsuelo, rompiendo la roca y facilitando la extracción del recurso. Sin embargo, grupos ecologistas de todo el mundo han advertido sobre los riesgos de esta práctica para el entorno.
La mayoría de estudios realizados se centran en la posible contaminación de las aguas y el subsuelo. Pero, como informa ahora un equipo científico en la revista Environmental Science & Technology, las operaciones de fracking podrían tener un impacto en la cantidad de agua: están retirando estas grandes cantidades de arroyos cercanos, que albergan ecosistemas acuáticos y son utilizados por personas para beber.
En promedio, se utilizan casi 19 millones de litros de agua dulce para fracturar un pozo de gas. Eso es más que suficiente para llenar siete piscinas olímpicas. Las pequeñas corrientes son una importante fuente de agua para estas operaciones.
Algunas de estos ríos y arroyos también proporcionan agua potable a comunidades y ecosistemas para especies con poblaciones en declive. Sin embargo, se sabe poco sobre la cantidad de agua que puede extraerse de forma sostenible de estas fuentes. Sally Entrekin y sus colegas querían darle forma a esta situación para los trabajos realizados en Fayetteville Shale, un campo de gas activo en Arkansas, donde se perforaron más de 5.000 pozos de gas utilizando técnicas de fractura hidráulica entre 2004 y 2014.
Los cálculos del equipo revelaron que el uso de agua dulce para el frackingpodría afectar potencialmente a los organismos acuáticos hasta en el 51 por ciento de las cuencas hidrográficas, dependiendo del mes. Si todas las aguas residuales se reciclaran, el impacto potencial descendería, pero del 3 al 45 por ciento de las captaciones aún podrían verse afectadas. Los investigadores concluyen que es necesario mejorar el acceso a los datos de extracción de agua y flujo de agua para garantizar la protección de las corrientes como fuentes de agua potable y hábitats en el futuro.
Además, dos investigaciones vienen a arrojar más dudas sobre la sostenibilidad del fracking. Investigadores británicos y estadounidenses sugieren que los terremotos pueden ser inducidos por procesos industriales, un hecho establecido hace décadas, pero también controlables. Desde 2009, cuando comenzó a aumentar la sismicidad en el medio continente de los Estados Unidos, los terremotos inducidos por los procesos de inyección de fluidos subterráneos asociados con la extracción de petróleo y gas se han convertido en un foco de atención.
Tras analizar durante seis años los datos de 10.000 pozos activos en Oklahoma, Estados Unidos, han concluido que la profundidad a la que se inyectan los líquidos es determinante en la generación de terremotos. Las simulaciones que limitan la profundidad de la inyección a 500 metros sobre el sótano redujeron la liberación de energía sísmica por un factor de 2,8, dicen los autores. El nuevo enfoque de modelado podría ayudar a mejorar las predicciones del impacto de los cambios regulatorios propuestos sobre la sismicidad.