JAY WEAVER, NICHOLAS NEHAMAS Y KYRA GURNEY
Cuando Juan Granda llegó en el 2014 a la selva amazónica peruana para ordenar otro cargamento de oro ilícito, alardeó a dos colegas en un mensaje de texto que se sentía como el capo colombiano de las drogas Pablo Escobar.
“Soy como Pablo que viene... a buscar la cocaína”, dijo.
Granda, de 36 años y graduado de la Universidad Estatal de la Florida y que antes vendía préstamos de alto riesgo, no era ningún narcotraficante. Pero su comparación con la cocaína era la correcta. El oro se ha convertido en el ingrediente secreto de la alquimia legal de narcotraficantes latinoamericanos que ganan miles de millones de dólares convirtiendo cocaína en dinero limpio exportando el metal a Miami.
El año anterior, el empleador de Granda, NTR Metals, una compañía de metales preciosos del sur de la Florida, había comprado casi $1,000 millones en oro peruano, casi todo enviado por narcotraficantes, y ahora Granda necesitaba más.
Estados Unidos depende del oro latinoamericano para alimentar la fuerte demanda de sus industrias de joyas, lingotes de oro para inversionistas y equipos electrónicos. La cantidad de oro que pasa todos los años por Miami equivale a casi el 2 por ciento del valor de mercado de las reservas federales del metal en las bóvedas de Fort Knox.
Pero buena parte de ese oro viene de minas ilegales en lo profundo de las selvas, donde sustancias químicas peligrosas están envenenando tanto las selvas frágiles como los pobres peones que excavan en busca del metal, según organizaciones de derechos humanos e incluso ejecutivos de la industria. La minería ilegal de oro en América Latina provoca grandes daños ambientales y miseria humana, que según expertos están en la misma escala de los “diamantes de sangre” en África.
“Gran parte del oro que se comercializa en el mundo viene manchado de sangre y de violación a los derechos humanos”, dijo Julián Bernardo González, vicepresidente de Sostenibilidad de Continental Gold, una minera canadiense con operaciones en Colombia que tiene sus documentos en orden y paga impuestos, a diferencia de muchas operaciones de minería más pequeñas.
El papa Francisco planea visitar la Amazonia peruana esta semana y llamar la atención del mundo sobre la extracción ilegal de oro.
Los delincuentes consideran la minería y la comercialización de metales preciosos un mercado lucrativo, cuidadosamente oculto de los consumidores estadounidenses, a quienes les gusta lucir joyas pero no saben de dónde viene el oro, ni quién sale afectado. Los narcos saben que ese mercado es fuerte: la adicción de Estados Unidos al oro es tan insaciable como la de la cocaína.
NTR, por ejemplo, es una filial de Elemetal, un importante suministrador estadounidense de oro a grandes compañías, como Apple y 67 compañías de la lista Fortune 500, para no mencionar a Tiffany & Co., según un análisis de reportes corporativos por parte del Miami Herald.
Ahora esos fiscales están investigando toda la industria del oro en el sur de la Florida con pesquisas a otros distribuidores de metales preciosos que se sospecha compran oro extraído ilegalmente a narcotraficantes, dicen fuentes judiciales. El objetivo es no solamente sacar del juego a compañías que manejan oro ilegal, como NTR. También quieren golpear a los carteles de las drogas.
Esta es la razón: Durante las últimas dos décadas, en momentos que la guerra de Estados Unidos contra las drogas ha afectado el flujo de efectivo de los traficantes, los narcos se han diversificado y han entrado al sector del oro en América Latina. Al usar las ganancias de las drogas para extraer y vender oro a compañías tanto multinacionales como estadounidenses, las organizaciones delincuenciales pueden lavar “enormes cantidades de dinero”, dijo John Cassara, agente especial retirado del Departamento del Tesoro. El resultado: el oro que tienen las joyas, monedas y teléfonos de los estadounidenses ayuda a los narcotraficantes a financiar envíos de drogas a Estados Unidos, así como a la extracción ilegal de oro en América Latina, afirman autoridades judiciales.
Las regiones mineras en las selvas se han convertido en epicentros de tráfico de personas, enfermedades y destrucción ambiental, según funcionarios de gobierno e investigadores de derechos humanos. A los mineros los obligan a trabajar en condiciones de esclavitud. La extracción ilegal de metales y el uso indiscriminado de mercurio para sacar el oro convierten algunas de las regiones con mayor biodiversidad del mundo en paisajes de pesadilla.
La policía colombiana batalla contra los mineros ilegales de oro
En el 2016, Perú declaró un estado de emergencia ante la gran cantidad de personas envenenadas con mercurio en Madre de Dios, una provincia boscosa con gran cantidad de minas ilegales. Casi cuatro de cada cinco adultos tenían niveles peligrosos de mercurio en el cuerpo, según el Carnegie Institution for Science, en Washington DC. Por otra parte, las prostitutas establecieron campamentos cerca de los mineros, lo que impulsó la propagación de enfermedades de trasmisión sexual. Un grupo de derechos humanos identificó que 2,000 prostitutas, 60 por ciento de ellas menores de edad, eran empleadas en una sola zona minera en Perú.
Hasta organizaciones delincuenciales de Rusia y China han entrado en negocio de la minería legal, dicen observadores, y abandonan maquinarias pesadas en la selva una vez terminadas sus operaciones. El aumento de los precios durante las últimas dos décadas ha impulsado la fiebre del oro de hoy. En enero, el oro se comercializaba en aproximadamente $1,300 la onza en el mercado abierto, en comparación con menos de $300 en el 2001.
Los abusos a los derechos humanos y la deforestación provocada por la extracción ilegal de oro son “una úlcera sangrante que afecta a millones de personas y el futuro de sus empleos”, dijo Douglas Farah, asesor de asuntos de seguridad nacional y experto en la Universidad para la Defensa Nacional, en Washington DC, financiada por el Pentágono.
“Se ha convertido en una industria que provoca enormes daños y a la que muy pocos le prestan la atención debida”, agregó Farah. “Al igual que con los ‘diamantes de sangre’, el caso del oro ... reúne lavado de dinero, prostitución forzada, narcotráfico, tráfico de personas y esclavitud de menores”.
Hasta ahora, el lado oscuro del mercado internacional del oro ha atraído poca atención en Estados Unidos.
La comercialización del oro ilegal se ha vuelto algo más rentable que vender cocaína, según cálculos de gobiernos en América Latina.
“Los grupos delincuenciales ganan mucho más dinero con el oro que con la coca, y es mucho más fácil”, dijo Iván Díaz Corzo, ex miembro de la Unidad Nacional de Intervención contra la Minería Criminal (Unimic) de Colombia.
Y al igual que sucedió con la cocaína, ha surgido un mercado para el oro ilegal en el sur de la Florida, por donde entra casi una tercera parte del oro que se importa desde Estados Unidos.
Durante los últimos 10 años, Miami, desde hace mucho tiempo un punto de entrada de contrabando de todo tipo en Estados Unidos, ha importado $35,000 millones en oro, principalmente por vía aérea, según registros de la Aduana federal analizados por World City, una firma de Coral Gables especializada en información económica. Eso es más que cualquier otra ciudad de Estados Unidos.
Parte del oro enviado a Miami se refina localmente. Otra parte se envía a otras zonas del país para convertirlo en joyas y lingotes para vender a los inversionistas. Los bancos centrales de todo el mundo compran una gran cantidad de oro, además de la Casa de la Moneda de Estados Unidos. Y los fabricantes de equipos electrónicos usan pequeñas cantidades de oro en muchos productos porque es un conductor eficiente de electricidad y no se corroe.
De una forma u otra, casi todos tienen aunque sea una parte del oro que entra por Miami en sus bolsillos, en sus carteras de inversión e incluso en los dientes.
Pero la aritmética muestra que todo ese oro no puede ser limpio.
Un ejemplo es Colombia, país con una industria minera sustancial que exportó 64 toneladas de oro en el 2016, en su mayoría a Estados Unidos, según estadísticas del gobierno colombiano. Ese mismo año, las grandes minas autorizadas en Colombia produjeron solamente 8 toneladas, según la Asociación Colombiana de Minería. Algunos mineros en pequeña escala operan legalmente. Pero una parte significativa de la diferencia entre el oro que se extrae legalmente en Colombia y lo que se exporta es oro ilegal, algunas veces extraído en violación de leyes ambientales y del trabajo en operaciones controladas por narcotraficantes y otros delincuentes.
En Colombia, “las [grandes] minas que explotan oro [legalmente] son contadas con los dedos de la mano”, dijo Jaime Pinilla, ingeniero y propietario legal de minas de oro en ese país. “Hay una diferencia muy grande en la cantidad que explotan y la que se exporta”.
Y la diferencia no es solamente en Colombia: estadísticas de otros países latinoamericanos productores de oro muestran proporciones similares entre la extracción legal e ilegal de oro.
Es imposible saber de dónde viene todo ese oro ilegal, pero está claro donde termina. América Latina genera casi tres cuartas partes del oro que se importa en Estados Unidos, unas 200 toneladas en el 2015, según Datamyne, firma miamense de análisis estadísticos de comercio, y del Servicio Geológico de Estados Unidos. Esa cifra no está muy lejos del la cantidad total de oro que se extrae anualmente en Estados Unidos.
Los paralelos entre el oro y la cocaína son asombrosos.
Los dos los venden carteles latinoamericanos de las drogas a un enorme costo para los trabajadores y el ambiente. Y organizaciones terroristas, como Al Qaeda, los usan para financiar sus operaciones. Las autoridades dicen que son una gran amenaza a la ley y el orden.
“La minería criminal se ha vuelto el combustible de buena parte de la violencia en este país”, ha dicho el presidente colombiano Juan Manuel Santos.
Una gran diferencia entre la cocaína y el oro es que la cocaína es ilegal. En el caso del oro, es difícil porque se pueden falsificar documentos y el metal se puede fundir una y otra vez hasta que sea imposible identificar su origen.
Otra diferencia son las ganancias.
En el 2014, un kilogramo de oro valía entre $30,000 y $40,000 en Colombia, según cifras de la inteligencia de ese país obtenidas por el Miami Herald. En comparación, un kilogramo de cocaína se vendía en aproximadamente $2,500. Aunque el tráfico de las drogas en Colombia generó menos de $1,000 millones en ingresos en el 2014, según esos mismos cálculos, la minería ilegal produjo aproximadamente $2,400 millones. (Otros estimados sugieren que los grupos delincuenciales colombianos ganan más de $1,000 millones anuales con el tráfico de drogas, pero eso sigue siendo menos que lo que ganan con la minería ilegal).
El oro, que ha ejercido una influencia enorme sobre la humanidad durante milenios, hoy resulta muy atractivo para los sectores más oscuros del sistema financiero. Es una inversión segura. Es algo poco común y difícil de rastrear. Y lo mejor de todo: encanta a las personas.
Esos factores, junto con la minería industrial y la mayor demanda de los inversionistas y compañías de productos tecnológicos, han convertido el negocio de metales preciosos en “el Rolls-Royce del lavado de dinero”, dijo Robert Mazur, ex agente federal que se infiltró en carteles de las drogas en los años 1980.
Los grupos delincuenciales siempre están buscando formas de ocultar cómo se ganan el dinero.
Pero los bancos no aceptan depósitos grandes de efectivo, y mucho menos bolsas llenas de billetes, sin verificar de dónde salió el dinero. Para los delincuentes, una solución es invertir el dinero en negocios supuestamente legítimos.
Así es como el oro entra el negocio: Aliados de los carteles de las drogas que se hacen pasar por corredores de metales preciosos extraen y compran oro en América Latina. Las ganancias de la cocaína es la que financia esas operaciones. Entonces venden el oro, a través de compañías pantalla, a refinerías en Estados Unidos y otras naciones como Suiza y los Emiratos Árabes Unidos.
Una vez que el trato se cierra, los narcotraficantes han convertido su oro sucio en dinero limpio. Para el resto del mundo, ya no son narcotraficantes, son corredores de oro. Eso es lavado de dinero.
El gobierno de Estados Unidos —que se centra en el lavado de dinero tradicional y en el financiamiento de grupos terroristas a través de los bancos— no ha sometido al sector del oro al mismo nivel de observación.
Pero esto está comenzando a cambiar, y ocurre precisamente en la capital del oro en Estados Unidos: Miami.
El caso penal contra Granda (el que decía creerse Escobar) y sus colegas en NTR Metals se destaca. Eso se debe a que las autoridades federales estadounidenses por lo general tratan de no involucrarse en desenredar los tentáculos del contrabando de oro, que puede resultar difícil de rastrear internacionalmente.
“El alcance de la confabulación es enorme”, dijo el fiscal federal Francisco Maderal a un juez durante una audiencia en Miami el año pasado.
Hasta el momento, el escándalo no solamente ha llevado al cierre de NTR y le ha costado a Elemetal, su compañía matriz en Dallas, la autorización para comercializar oro en los mercados de lingotes; también dejó sin empleo a cientos de empleados de la refinería de Elemetal en una zona rural de Ohio. Elemetal y sus ejecutivos no han sido acusados, pero siguen bajo pesquisa federal, según fuentes familiarizadas con la pesquisa. La compañía y su abogado, Trey Gum, no respondieron a repetidas solicitudes de comentario.
La caída de una de las grandes empresas de oro de Estados Unidos ha estremecido todo el sector, incluso a los banqueros cuyas líneas de crédito apoyan a los distribuidores y refinerías que hacen negocios por muchos millones de dólares.
“El caso contra [los corredores de NTR] es algo importante”, dijo Jason Rubin, presidente ejecutivo de Republic Metals, con sede en Opa-locka, al norte de Miami, e importante rival de Elemetal.
“Las instituciones financieras... han aumentado, correctamente y con todo su derecho, el escrutinio de compañías a raíz de estas alegaciones”, dijo Rubin.
“Todo el mundo es culpable por asociación”, dijo Esponda, vicepresidente de Universal Precious Metals, con sede en Doral.
Aunque el mercado del oro en América Latina es conocido por la corrupción y el peligro, la cantidad de metal es abundante y la mano de obra es barata.
En comparación, en el sector del oro en Estados Unidos, que se extrae fundamentalmente en Nevada y Alaska, hay una fuerte competencia y está sometido a normas estrictas. Grandes compañías controlan las grandes minas. Las compañías más pequeñas que tratan de comercializar oro en Estados Unidos están restringidas a comprar oro reciclado a casas de empeño y joyerías. Para conseguir una ventaja competitiva, muchos corredores de oro en Estados Unidos miran hacia el sur.
Pero como el mercado de oro latinoamericano está tan fragmentado —el metal a veces cambia de manos entre muchas compañías pequeñas antes de exportarse— es difícil garantizar que las exportaciones a Estados Unidos son legales, afirman expertos.
Y como el precio del oro se fija a nivel mundial y la gran mayoría de las transacciones se hacen a crédito, los envíos tienen que moverse rápidamente entre América Latina y Estados Unidos. Si un importador puede pagar a un suministrador más rápido que a un rival, se impone. Y los márgenes de ganancias son sorprendentemente pequeños, lo que hace del oro un negocio de grandes volúmenes.
La necesidad de transacciones rápidas y en grandes cantidades hace que obedecer las leyes contra el lavado de dinero sean una costosa exigencia para el sector.
Los tres principales corredores de oro de NTR parecía pasar los días pensando en maneras de evitar esas restricciones.
Juan Granda conoció a Samer Barrage, de 40 años, y a Renato Rodríguez, de 43, cuando vendían préstamos de alto riesgo en HSBC, según documentos de tribunales federales. Barrage y Granda se fueron a trabajar más tarde a Kaplan University, una escuela con fines de lucro. Los tres declinaron hablar para esta reportaje a través de sus abogados.
Barrage, ciudadano estadounidense nacido en Londres quien viajaba entre la oficina de NTR en Colombia y Miami, donde vivían sus hijos, reclutó a Granda y a Rodríguez para que trabajaran con él comprando oro.
En el 2012, la compañía no hacía muchos negocios en América Latina.
Pero al año siguiente, NTR se convirtió en el mayor importador estadounidense de oro peruano con transacciones por valor de $980 millones, según los fiscales federales.
¿Cómo lo hicieron?
Con la ayuda del empresario peruano Pedro Pérez Miranda, conocido también como Peter Ferrari, quien ha sido acusado en Perú de lavar dinero de las drogas. (La semana pasada Pérez fue encausado en Miami bajo un cargo similar, junto con otros tres peruanos).
Compañías pantalla vinculadas con Ferrari se convirtieron rápidamente en los principales suministradores de NTR. Ninguna de sus empresas tenía historial de vender oro. Eso provocó sospechas en la sede de la compañía matriz de NTR, Elemetal, en Dallas.
El ejecutivo de Elemetal encargado de hacer cumplir las normativas advirtió repetidas veces a Barrage y a por lo menos cuatro ejecutivos de Elemetal de que la extracción ilegal y el contrabando de oro eran problemas serios en Perú, y que Ferrari parecía estar involucrado.
“Tenemos que tener mucho cuidado”, indicó a Barrage y a sus jefes en Elemetal el departamento de Cumplimiento de la empresa, dirigido por Steve Crogan, agente retirado de la Aduana de Estados Unidos, según un correo electrónico de agosto del 2012 citado por los fiscales federales.
Ferrari incluso visitó la enorme refinería de Elemetal en Jackson, Ohio, según un empleado que lo vio en la planta.
“Vestía blue jeans y una camisa”, dijo el trabajador, quien pidió no ser identificado. “No estaba vestido como un empresario. Su apariencia no iba con la cantidad de dinero que supuestamente representaba”.
Pero nadie hizo caso a las advertencias.
Para los tres corredores de NTR —quienes declinaron comentar para este reportaje a través de sus abogados— infringir la ley significaba mucho dinero: Elemetal “incentivó a Barrage, a Rodríguez y a Granda a comprar tanto oro como fuera posible con comisiones sobre la base del volumen”, indicaron los fiscales.
En el 2013, NTR compró $400 millones en oro a Ferrari —a cuya fiesta de cumpleaños en Lima a principios de ese año asistieron Granda —un fanático de Narcos, la serie de Netflix— y los otros dos corredores. Todos llegaron en avión desde Miami para la celebración.
Benji Espinoza Ramos, el abogado de Ferrari en Perú, dijo que su cliente, quien está detenido preventivamente en su país, no participó en el lavado de dinero. Espinoza Ramos dijo que las operaciones de oro eran legítimas.
“Nosotros consideramos que no hay ninguna prueba de existencia de oro ilegal”, dijo Espinoza Ramos.
Los corredores de oro ocultaron las compras al departamento de Cumplimiento de Elemetal mediante el uso de compañías pantalla y declaraciones falsas de Aduanas, y sobornando a funcionarios aduanales de Perú, según documentos del tribunal.
Pero la estratagema no duró mucho: la operación de NTR en Perú colapsó a finales del 2013 cuando las autoridades peruanas registraron un almacén en las fueras de Lima que tenía oro que era de Ferrari y otros vinculados con operaciones de oro. Los agentes incautaron $18.8 millones en oro que iban a enviarse no solamente a NTR Metals, sino a otros tres importadores de oro de Miami, así como refinerías en Suiza e Italia, según reportes de los medios peruanos.
El año siguiente, las exportaciones a NTR desde Perú se desplomaron 92 por ciento.
Pero la fiesta no se había acabado, sencillamente se trasladó a otro lugar.
Granda y sus colegas comenzaron a confabularse en 2014 para contrabandear oro a Ecuador y Bolivia para ocultar su origen, según mensajes de texto e informantes confidenciales entrevistados por fiscales federales. Muy pronto, las compras de NTR en Ecuador y Bolivia se dispararon a $485 millones. Algunas transacciones se disfrazaron mediante el uso de compañías como una que tenía su sede en una tienda de muebles caros en Miracle Mile, en Coral Gables, alegan los fiscales.
En febrero del 2015, Barrage describió el plan en un mensaje de texto obtenido por el gobierno: “Necesitamos más oro peruano desde Bolivia y Ecuador”, le escribió a Granda. “¿Lo puedes conseguir?”
Granda no pudo. Los gobiernos de esos países habían comenzado a apretar la tuerca.
Entonces las operaciones volvieron a trasladarse, esta vez a Colombia. En el 2015, las importaciones de NTR desde Colombia aumentaron en más del doble en comparación con el año anterior, a $722 millones, lo que representaba más de la mitad de todas las exportaciones de oro colombianas a Estados Unidos. Barrage, quien tiene casas en Nicaragua y España, dirigía las cosas en Colombia, donde ganó $2 millones supervisando las operaciones de NTR, dijeron los fiscales.
La compañía ocultaba sus operaciones ilegales exportando oro de las zonas de libre comercio de Colombia, zonas de fomento económico libres de impuestos y aranceles donde las normas aduanales son menos estrictas.
Pero la operación de contrabando llegó a su fin en el 2016, después de que dos corredores de oro que colaboraron con NTR se convirtieron en informantes confidenciales del gobierno federal de Estados Unidos. Uno trabajaba como corredor aduanero privado en Perú y trataba directamente con Granda, ayudándolo a sacar ilegalmente oro del país. El otro era un “mensajero” que vivía en Chile y llevaba cargamentos ilícitos de oro en vuelos desde Sudamérica a Miami. A medida que NTR creció y necesitaba más oro, dijo el mensajero a los investigadores, fue enviado a África, una región en la que las compañías estadounidenses de oro por lo general no operan, para comprar más metal.
Así las cosas, las autoridades presentaron comparendos, la compañía matriz Elemetal lanzó una investigación interna y Granda, Barrage y Rodríguez fueron arrestados la primavera pasada.
Los tres se declararon culpables de confabularse para lavar dinero y enfrentan un máximo de 10 años de prisión. Todos están cooperando con fiscales federales y ofreciendo información sobre suministradores de oro extranjeros vinculados con el narco, así como Elemetal. La audiencia de sentencia está programada para este mes.
¿Será posible que ese caso sirva de escarmiento y aleje a otros operadores inescrupulosos en la industria del oro?
Eso es poco probable, dicen expertos, mientras que los consumidores y las empresas estadounidenses sigan comprando tanto oro.
“Los carteles son muy poderosos”, dijo Mazur, el ex agente federal. “Lo compran bancos, refinerías. La cantidad de dinero que tienen es ridícula”.
Y el atractivo de las ganancias es muy fuerte.