Aquí "la vida no vale nada", se lamenta la prensa en Madre de Dios, en la región amazónica de Perú a donde el papa Francisco llega el viernes y donde el oro dicta su ley, comiéndose la jungla y envenenando a sus habitantes.
En¨Puerto Maldonado, al sureste del país, capital de la región donde viven alrededor de 100.000 habitantes, el pontífice será recibido por 3.500 indígenas -víctimas de la fiebre del oro artesanal, a menudo ilegal- con quienes evocará su encíclica Laudato Si (2015), en defensa del medio ambiente.
"La minería aurífera es el driver más crítico en el sur del Perú", asegura Matt Finer, director del proyecto Maap (control de los Andes amazónicos), formado por dos asociaciones ecologistas, una local y otra estadounidense
Gracias a los satélites y a los drones, Maap ha publicado en internet en tiempo casi real (http://maaproject.org) la destrucción de la Amazonía, que se aceleró en 2017 con un récord de 20.000 hectáreas devastadas.
¿El objetivo? "Poder alertar sobre nuevos focos de deforestacion por la mineria ilegal", indica Daniela Pogliani, directora de la asociación Conservación Amazónica, quien asegura que la herramienta ha ayudado a las autoridades a intervenir en varias ocasiones.
"Definitivamente, la visita del papa es un acto muy importante para el Perú y Madre de Dios", explica Pogliani, porque es "la región con mas biodiversidad del Perú", poblada por jaguares, loros y monos, pero dañada por una actividad minera "muy destructiva".
Perú es el quinto productor mundial de oro. Según un informe de 2016 de la Iniciativa Global contra la Delincuencia Organizada, 90% del preciado material se extrae de minas ilegales o artesanales.
En primera línea, los pueblos indígenas sufren todos los días saqueos de tierras para buscar oro, plagando la jungla de cráteres de lodo, aunque algunos participan de la actividad arrastrados por las ganancias. Cerca de 30 comunidades viven alrededor de Puerto Maldonado.
En 2015, esta actividad destruyó parte del hábitat de los Mashco Piro, una tribu aislada que tuvo que romper este aislamiento para buscar comida, enfrentándose con sus arcos y flechas a otros poblados.
En una carta conjunta al papa, varios líderes indígenas le pidieron esta semana su ayuda para promover "una alternativa frente a las tentaciones del infierno minero".
Para extraer oro, los mineros artesanales usan mercurio, un componente extremadamente contaminante que se filtra a la tierra y al agua de Puerto Maldonado, envenenando a los peces.
Un estudio realizado por el Carnegie Scientific Institute reveló que 15 de las especies de peces más consumidas en la zona presentaban niveles de mercurio superior al que marca la ley, y 78% de la población tiene tasas alarmantes en sus cuerpos.
"El efecto más común está en el sistema neurológico", cuyo desarrollo se ve afectado, especialmente entre "mujeres embarazadas y niños", dice Susan Egan Keane, de la ONG con sede en Estados Unidos Natural Resources Defense Council (NRDC), un proyecto de 45 millones de dólares que pretende educir el uso de mercurio en las minas de oro de ocho países, incluido Perú.
Asentados en las orillas de los ríos, los campamentos de decenas de miles de mineros ilegales, a menudo ciudadanos pobres venidos de otras regiones en busca de un futuro mejor, se han convertido en auténticas ciudades, zonas violentas sin ley donde los extranjeros y los periodistas no son bienvenidos.
Algunos trabajadores, especialmente los niños, son esclavizados por los traficantes. A las mujeres jóvenes, atraídas con promesas de empleo, les confiscan sus papeles y las obligan a prostituirse, según un informe de la Inciativa Global contra el Crimen Organizado.
En el campamento más grande, La Pampa, "están matando la gente todos los días", dice Gabriel Arriarán, antropólogo y periodista especializado en la región. "Es como en México hoy: fosas comunes, desaparecidos, guerras entre bandas..."
Manuel Calloquispe sabe algo al respecto. Corresponsal del periódico El Comercio y presentador de un programa de la televisión local, ha sido amenazado e incluso golpeado en su casa por atreverse a contar la realidad de Madre de Dios.
"Los mineros les pagan a los periodistas" para comprar su silencio, por lo que "cuando alguien informa de forma diferente, no les gusta", se lamenta.