Jonathan Tepperman es, desde finales de los años 90, uno de los analistas más influyentes del panorama internacional. Además de dirigir la revista Foreign Affairs, su firma aparece con regularidad en las páginas de opinión de diarios como The Wall Street Journal, The New York Times o The Washington Post. Además, colabora frecuentemente con canales de televisión como CNN, MSNBC, BBC o FOX News.
Su último libro, The Fix, estudia diez políticas exitosas desarrolladas en otros tantos países. Uno de los capítulos del ensayo está dedicado al boom del fracking, que ha cambiado por completo el panorama energético en Estados Unidos y el resto del mundo. Pese a las críticas que ha recibido esta revolución tecnológica por parte de determinadas esferas progresistas, Tepperman considera que estamos ante "una gran historia de éxito que, curiosamente, no ha sido replicada por otros países".
"El boom del fracking se caracteriza por haber sido muy rápido y muy inesperado. Hace apenas una década, en Estados Unidos se hablaba mucho del agotamiento de los recursos naturales, del inevitable encarecimiento de la energía… Las cifras de producción de petróleo y gas natural acumulaban años a la baja. La fuerte inversión comprometida en energías renovables no avanzaba a la velocidad esperada. El Departamento de Energía del gobierno de Estados Unidos anticipaba un cambio a peor en el panorama energético que resultaría, además, en un gran vuelco económico", señala el autor.
Según relatan las páginas de The Fix, "sí hemos visto un gran vuelco económico, pero de naturaleza muy distinta a la esperada. Desde que las empresas energéticas han encontrado la forma de liberar el petróleo y el gas enquistado bajo la superficie, la producción se ha disparado de forma espectacular. En el escenario mundial de la energía, Estados Unidos ha pasado de ser un actor venido a menos a convertirse en el gran protagonista de una nueva revolución".
En los cinco años que van de 2010 a 2015, la producción petrolera ha aumentado un 60%, hasta llegar al mayor nivel en veinticinco años. Al ritmo actual, se espera que el país del Tío Sam se convierta en el primer productor de crudo a nivel mundial, rebasando a Arabia Saudí y Rusia. Incluso si estas proyecciones no llegan a realizarse, ya parece razonable pensar que Estados Unidos dejará de importar petróleo (de hecho, lo exporta de nuevo desde 2016, a pesar de distintas restricciones legislativas).
Pero ¿qué ha supuesto esta revolución energética para la economía en su conjunto? Paul MacAvoy, de la Universidad de Yale, estima que, durante la última década, se ha logrado un estímulo de 100.000 millones de dólares anuales. Entre las cuatro grandes aerolíneas, el ahorro en la compra de combustible supone 11.000 millones de dólares por ejercicio. En el caso de los hogares, las familias se quitarán de encima 30.000 millones de gasto anual en facturas eléctricas. Y a esto hay que sumarle la creación de empleo que permite esta nueva tecnología energética, lo que a su vez redunda en más ingresos fiscales y ayuda a que se planteen rebajas impositivas como la que vienen de aprobar la Cámara y el Senado de EEUU.
Tepperman reconoce que el fracking tiene muy mala reputación en algunos de los territorios del país americano, como ocurre en el Estado de Nueva York, donde la producción por fractura hidráulica está prohibida. Fuera del país del Tío Sam también prevalece esa mirada dubitativa. Se dice incluso que el fracking genera terremotos, contamina las fuentes de agua… De modo que no solo han calado las dudas razonables, sino también los miedos infundados.
Pero el autor de The Fix señala que cada vez hay más estudios que muestran que el boom del petróleo y el gas de esquisto está reduciendo las emisiones contaminantes, ya que la eficiencia de los nuevos pozos y explotaciones permite reducir el consumo de combustibles más sucios, como el carbón. De hecho, el Secretario de Energía de la Administración Obama, Ernest Moniz, reconoció al dejar su cargo que los retos que plantea el fracking son "manejables". Líderes de la comunidad ecologista como Fred Krupp reconocen, además, que la industria está tomando cada vez más precauciones, de modo que los riesgos de la nueva técnica no paran de reducirse.
Otro aspecto que llama la atención del autor del libro es la capacidad de ajuste de la industria. La OPEP decidió luchar contra el fracking a partir de 2015, pero la industria estadounidense se adaptó cerrando los pozos y los campos menos eficientes, concentrando su actividad en aquellas explotaciones que permiten una extracción a menor coste.
Lo curioso es que esta técnica no es nueva, sino que viene de muy lejos. En los años 40 se empezaron a hacer algunas investigaciones, pero el experimento no fue a más. Luego apareció la figura de George Mitchell, un empresario petrolero de Texas que luchó durante años por aumentar la eficiencia y la sostenibilidad de la industria, al tiempo que financió investigaciones en el campo de la fractura hidráulica.
Durante más de quince años, Mitchell fracasó en su intento de pasar de la teoría a la práctica. A comienzos de los 90, sus socios estaban hartos de oír hablar de una técnica que no terminaba de arrojar resultados. En 1998, su situación personal era muy complicada: tenía casi 80 años, sufría un cáncer de próstata, lidiaba con el Alzheimer de su mujer y enfrentaba dificultades para retener el control de su empresa, Mitchell Energy.
En ese momento llamó a sus puertas un ingeniero llamado Nick Steinseberger, que propuso a Mitchell una versión low cost de su concepto de fracking. La idea era infiltrar las rocas con un compuesto mucho más natural, hecho en un 99% de agua. El viejo empresario de Texas dio luz verde al experimento y, en apenas dos años, su producción de gas se había multiplicado un 250%. Poco a poco, productores de Oklahoma, Louisiana y otros territorios se fueron sumando. Mitchell murió en 2013, a los 94 años de edad. Por suerte, vivió lo suficiente para ver su sueño hecho realidad.
Lamentablemente, como explica Tepperman, el experimento no ha sido exportado a otros rincones del mundo, de modo que Estados Unidos es el único país que ha abrazado esta nueva técnica con bastante convicción y sin complejos. Cierto es que las autoridades se mostraron reticentes en un primer momento, pero el paso del tiempo ha puesto de manifiesto la importancia del sistema de derechos de propiedad del país norteamericano, donde el propietario de cada terreno decide si autoriza o no un proyecto energético, recibiendo a cambio parte de los beneficios.
The Fix subraya que el cambio de paradigma que supone este nuevo procedimiento puede beneficiar también a otros países. Canadá ya está siguiendo los pasos de su país vecino. Rusia, China y Poloniapueden ser los siguientes. Y, mientras tanto, España sigue de brazos cruzados, cerrando las puertas a un desarrollo que podría cubrir hasta 40 años de demanda.