JULIO VILLALONGA*
Citaremos una vez más el "teorema de Baglini": "Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven".
Los diputados kirchneristas, massistas y trotskistas que este jueves festejaron la caída de la sesión de la Cámara baja cuando el oficialismo se aprestaba a aprobar la reforma previsional no conocen la vergüenza. Pero el aparente acto de fuerza que consumaron no lo es, sino más bien todo lo contrario.
La diputada "cristinista" Mayra Mendoza recibió gas pimienta en la cara de parte de un gendarme cuando intentaba abrir una brecha en las vallas que rodeaban el Congreso para que los activistas de Quebracho, Barrios de Pie, el PTS y el Partido Obrero, entre otros, entraran al Palacio Legislativo e impidieran que se celebrara la sesión. Dentro del recinto, el diputado Leopoldo Moreau (radical K) provocó al presidente del cuerpo, Emilio Monzó, hasta conseguir su objetivo de hacer caer la sesión. Un verdadero profesional, Moreau, en esto de romper asambleas, como en su juventud en la Franja.
Lo que ocurrió ayer afuera y adentro del Parlamento muestra al kirchnerismo radicalizado por su falta de perspectivas electorales. Y asociado a la ultraizquierda, que explícitamente usa las libertades democráticas para boicotear al sistema desde adentro. "Cuanto peor mejor", decía León Trotsky. Esto es lo que busca esta alianza de marginales políticos. Profundizar las contradicciones, no importa cuál sea el resultado. "Ahora tenemos que estar todos juntos en contra del modelo, después volveremos a trompearnos entre nosotros", sería el lema.
El acuerdo táctico entre cristinistas y trotskistas sirve para citar, en este caso, a Jorge Luis Borges cuando decía: "No los une el amor sino el espanto". No obstante, no hay manera de que el kirchnerismo no pague un precio por su radicalización. La sociedad rechaza la violencia en todas sus formas, y la opción de las huestes de Cristina Kirchner no es hacia la ampliación de su base electoral sino a reducción, en directa proporción a su opción por la violencia, que ya no es solo verbal, como se vio este jueves en la Plaza de los Dos Congresos.
La derrota electoral de Cristina en la provincia de Buenos Aires solo podría revertirse con un escenario apocalíptico. Y a eso apuesta el kirchnerismo parlamentario y callejero: como ya ocurriera en el pasado con otros peronistas, la ex presidenta arroja nafta al fuego con la mano izquierda y muestra en la derecha que tiene la manguera de agua.
(Paréntesis: que el oficialismo no haya incluido un bono para bancar el "empalme" entre los dos sistemas ANTES de la sesión de ayer muestra la incapacidad de medir políticamente la situación. De igual modo, la estrategia K no hubiera cambiado en nada).
En cuanto al gobierno de Mauricio Macri, es evidente que la sensibilidad social no es lo suyo. El presidente busca a toda costa cerrar la brecha del déficit y en el camino no mira detalles. Ahorrar con los magros haberes de los jubilados es una opción si, simultáneamente, se le saca a los que mejor están. Aquí es donde se es de izquierda o de derecha, dos categorías en desuso. En esto nada ha cambiado.
Macri es "progresista", aseguró Jaime Durán Barba. Si no hay dinero para repartir, solo se puede ser progresista desde el discurso, en la oposición. La realidad del poder obliga a tomar opciones, permanentemente, volviendo al teorema de Raúl Baglini. Si para las brevas están primero los que comen todos los días, es sesgo es evidente.
El gobierno sostiene que primero hay que crear riqueza para poder repartir, lo que también es una falacia. Los recursos existentes se pueden repartir con equidad. Y para esto los ejemplos, aunque no tengan mucha influencia en el Presupuesto, siempre son importantes. El Estado sigue gastando mal, lo que provoca notorias injusticias. Hacerlo más eficiente no significa, necesariamente, tirar por la ventana a miles de trabajadores que no son responsables del "status quo" sostenido por todos los gobiernos. La reducción de la planta política, tanto nacional como de las provincias, sería un gesto en el sentido correcto. Pero ningún maquillaje va a tapar la verdad: el país padece un déficit crónico que todos patean para adelante. Macri quiere detener la bola de nieve y, como los sectores más duros descreen de los resultados de su gradualismo, decidió apretar el acelerador después de su reciente victoria electoral. Los inversores y la derecha más rancia son el objetivo de estas reformas. El problema es que escucha más a los Mario Quintana -porque piensa igual que él- que a los que tienen un mínimo de "feeling" político.
El papelón de la sesión de ayer mostró cuerda a Lilita Carrió. Toda una postal.
* Director de gacetamercantil.com