“Soy enfermera y llevaba dos años trabajando en un hospital cuando me ofrecieron trabajar en Cerro Matoso. Hasta ese entonces, no había mujeres a cargo de maquinaria pesada. Fui la primera operadora de camiones que llegó a la mina. Manejo un camión minero de 100 toneladas. Es una labor que requiere mucha coordinación, ya que el puesto de control se encuentra varios metros sobre el suelo y no ves con claridad lo que pasa abajo”.
Ehilin Assia, operadora de maquinaria pesada.
En un salón con cerca de veinte hombres, esperábamos a Ehilin. Era el final de la jornada y, antes de regresar a casa, se recuperaban del calor –que seguía inclemente a las 4:00 de la tarde– en ese lugar con aire de los hombres antes de que saliéramos-. Esa Ehilin es una verraca”. Al oírlos, ella recuerda su llegada a Cerro Matoso. “No faltó el que comentó que una mujer no iba a ser capaz de manejar esos camiones”. Hoy reconocen sus capacidades y la respetan.
A agosto de 2017, la empresa contaba con 76 mujeres en su nómina de un total de 859 empleados directos. Esto representa un %9 de la fuerza laboral. De esas 76 mujeres, 16 son operadoras, como Ehilin, y técnicas en labores como soldadura y mantenimiento. Para Ricardo Gaviria, presidente de Cerro Matoso, la presencia femenina en los procesos le da a la organización otro enfoque: “Recuerdo que en Cerrejón la gente pensó que iba a ser un desastre el hecho de tener mujeres operando. Hoy en día, ahí están y las respetan. Aquí en Monte Líbano es lo mismo, tenemos mujeres orgullosas, muchas de ellas madres cabeza de familia super comprometidas”.
“Muchas personas me dijeron ‘Usted por qué se metió a estudiar soldadura, eso es trabajo de hombres’, pero otras, como mi esposo, me alentaron, me dijeron que yo era capaz. Tenía un hijo de seis meses que dejaba con mi hermana mientras me iba a estudiar. Caminaba cuatro kilómetros para llegar a clase. Cuando terminé la capacitación, era la única mujer en el área de soldadura en Cerro Matoso. Eso generó algunas complicaciones, por ejemplo, al ser todos hombres, no había un baño habilitado para mí. Hoy me siento feliz por el trabajo que tengo, que consiste en sacar muestras para saber qué porcentaje de níquel tienen. Entrego trabajos bien hechos, bien diseñados, las mujeres somos más delicadas y pulidas en nuestro trabajo”.
Diana Luz de Hoyos, soldadora.
Cerrejón, una de las minas de carbón a cielo abierto más grandes del mundo, fue pionera en la búsqueda de participación femenina para las labores operativas. Una actividad que había estado restringida por la ley: “Las leyes laborales para la minería decían que no podía haber mujeres trabajando bajo tierra, pero Cerrejón es una mina a cielo abierto, así que, en los años 90, se contrataron las primeras operadoras de camión”, resalta Gaviria.
“Soy ingeniera química y antes de llegar a Cerro Matoso mi carrera había estado enfocada en la investigación. Pero cuando uno se enfrenta a la decidimos que él se haría cargo de su cuidado y de las labores de la casa mientras yo trabajaba en la mina. Es muy complejo cuando la familia de uno no corresponde al modelo tradicional. Él no es un mantenido, así como una ama de casa tampoco lo es. Él está trabajando en las labores del hogar que no son labores menores”.
Janneth Ruiz, coordinadora de laboratorio.
El ejemplo lo siguió Cerro Matoso, a cuyas primeras operarias fueron testigos de un cambio tanto cultural como institucional a su alrededor. Desde aspectos técnicos, como la adecuación de baños para ellas, hasta el cambio de uniforme: las mujeres ya no tuvieron que usar jeans enormes y camisa polo, sino prendas más femeninas que se adaptaban a sus curvas.
Pero quizá el mayor reto fue superar su propia incredulidad y la de sus compañeros por desempeñar trabajos poco comunes para mujeres son secretarias, son enfermeras, son asistentes, pero no son soldadoras, no son ingenieras mecánicas, no son mantenedoras y esos son los estereotipos que hay que eliminar –dice Janneth Eugenia Ruiz, una ingeniera química que llegó a la empresa a dirigir un equipo de 25 hombres, que luego ascendió a 40–.
Debemos educar a las nuevas generaciones para que entiendan que todos podemos hacer de todo. Yo jamás he creído que hombres y mujeres seamos iguales. Podemos hace las mismas tareas, pero de forma diferente”. Janneth es coordinadora de laboratorio y se encarga de verificar la cantidad de níquel que hay en cada paso del proceso, para luego emitir un certificado de calidad.
“Hace 5 años trabajo en la planta de beneficio. Siempre he sido de trabajos duros. Soy así, ruda, de pañoleta en la cabeza y caminado ordinario. Soy la única mujer en mi grupo de trabajo y, al principio, cuando me vieron entrar me dijeron ‘usted es machorrita’, pero lo que pasa es que yo toda la vida he trabajado en labores ordinarias, de hombres, en el campo. Además, soy el papá y la mamá de mi hogar. Cuando me fueron conociendo, me gané el respeto de todos”.
Claudia Cecilia Graciano Higuita, operaria Planta de Beneficio II.
Hace diez años Buriticá no era considerado un pueblo tradicionalmente minero. Su gente era de vocación agrícola y ganadera. Pero pronto el rumor se esparció como pólvora. La promesa de que a 118 kilómetros de Medellín brotaba oro de la tierra provocó una explosión demográfica sin precedentes –la población llegó a rondar los 20.000 habitantes–. La minería informal se fue apoderando de la tierra y arrastró también a Claudia Cecilia, quien hasta ese entonces se había dedicado a recoger café, fríjol y maíz, “la gente se encegueció por el dinero fácil de la minería ilegal, ya no querían cultivar porque no era tan rentable”.
escarbando entre las piedras que los mineros iban desechando. Luego de escoger la ‘chatarra’, lavarla y colarla, Cecilia podía reunir fragmentos con restos de oro. En una semana, podía llegar a recibir cerca de 930 mil pesos. “Yo siempre he sido de trabajos fuertes, acá en la mina de Yaragua hago labores como palear, trabajar carga, rastrillar, triturar material”.
Entre los mineros existía la creencia de que las mujeres no podían entrar a una mina de oro. Hace 10 años, si una mujer entraba a un socavón, la veta se escondía o se dañaba, o eso decían. Sin embargo, esta no era la única razón por la cual las mujeres no hacían labores subterráneas. La misma ley ponía trabas: “Esa prohibición estaba y decía que las mujeres no podían ejercer actividades de socavón. Solo en la superficie. Eso cambió con el decreto 1886 del 2015, que ya no hace distinciones entre las labores que hombres y mujeres pueden hacer en el sector minero, salvo que ellas estén en embarazo”, aclara Silvana Habib, presidenta de la Agencia Nacional de Minería.
“Cuando Continental Gold me propuso estudiar el técnico en labores subterráneas, tuve mis dudas. Pero a medida que me iba capacitando, me di cuenta de que la minería moderna es distinta y que las mujeres también podemos hacer parte de esto. Fueron nueve meses de etapa lectiva y vamos para tres meses de etapa práctica, en la que hemos aprendido todo lo relacionado con la operación dentro del túnel, perforación, voladura y también el manejo de maquinaria pesada”.
Diana Betancourt, estudiante de técnica en labores subterráneas.
Debajo del caso y los lentes de Diana Betancourt se atisban rastros de maquillaje: sombras, pestañina, brillo en los labios y un ligero rubor. Ella hace parte de un grupo de 60 personas, de las cuales el 50% son mujeres, que se están capacitando en minería moderna de alta tecnología a través del SENA y con la ayuda de Continental Gold. Ellos serán los encargados de operar la mina de oro que iniciará labores en un año y medio.
“Somos una empresa que apenas está en construcción, pero no nos podíamos dar el lujo de construir la mina y luego salir a buscar los trabajadores. Nuestra decisión fue capacitarlos desde ahora. El primer grupo ya acabó la parte lectiva y se encuentra en periodo de prácticas en la mina Yaragua. En la medida en que la tecnología nos va ayudando, vamos desmontando la idea de que la minería es para machos. No estamos hablando de la tradicional minería de socavón, donde uno tiene que meterse a darle duro con el pico y la pala. La minería moderna es una cosa diferente en la que la mujer tiene una participación enorme, ya que no se trata de un ejercicio de fortaleza, sino de agilidad e inteligencia, y en eso la mujer tiene, a mi juicio, gran ventaja”, explica Julián Bernardo González, vicepresidente de sostenibilidad de Continental Gold.
“A mí me trajeron a Muzo a los 9 años. Soy de Uvita, un municipio al norte de Boyacá. Así que desde que era niña comencé a echar pala. Fue algo que heredé de mis padres. A ellos siempre les fue regular, hacían lo del diario no más, no había esmeralda para salir de pobres. Tengo 37 años y durante 27 fui guaquera. Hoy soy malacatera. Llevo 28 meses trabajando en Minería Texas de Colombia. Mi trabajo consiste en operar un malacate, una canasta donde baja y carga personal al interior de los socavones”.
Adriana Isabel Pérez, malacatera.
El pasado de Adriana es el común denominador entre los habitantes deMuzo y sus alrededores. Todos ‘echaron pala’ y ‘lavaron tierra’ durante años,en busca de la esmeralda que les trajera fortuna. Algunos lo consiguieron,aunque la riqueza no les durara mucho; otros siguen, en las mediacionesde las minas y con el peso de los años encima, en busca de, al menos, unachispita que les dé de comer los próximos días. “Es como una adicción –comenta–. Todos los días uno se levanta pensando en que ese será el díaen el que Dios nos va a poner una esmeralda en el camino para podercomprar una casita. Es una ilusión que pasa de generación en generación.Si yo no me hubiera salido de la guaquería, mi hijo estaría en las mismasen las que estuve hace algunos años”.
“Junto a mi socia Andrea Pilar Álvarez tenemos un taller de confección llamado ‘Confecciones Monalisa. Después de muchos años y esfuerzos tratando de consolidar una empresa que comenzó con solo dos máquinas, y la ilusión de no depender más de la guaquería, hoy somos un equipo de quince mujeres y cuatro hombres, encargados de hacer los uniformes.
Luz María Pinilla, representante legal de confecciones Monalisa.
De los 15 a los 48 años, Luz María Pinilla fue guaquera. Un día se dedicaba a lavar ropa para poder sostener a su familia –es madre soltera de tres hijos– y al otro día se iba en busca de esmeraldas, desde las 4:30 de la mañana hasta las 6:00 de la tarde. Así durante 33 años y nunca encontró nada. Pero ella volvía porque quizá la próxima vez… “La gente viene aquí y piensa que va a encontrar esmeraldas brotando del piso, porque Muzo es la capital mundial de la esmeralda, y eso es mentira. En este pueblo ha habido mucha violencia y mucha pobreza. Hay esmeralda, sí, pero no es para todo el mundo”.
A lo largo de este recorrido por Muzo, Buriticá y Monte Líbano, la sensación fue la misma. Cuando se les preguntó a las mujeres si llegar a un entorno el mismo nivel de compromiso, carácter y conocimiento que sus compañeros, el sexismo, los cuestionamientos y las dudas desaparecen.