Gema Sacristán*
Las energías renovables dejaron hace tiempo de ser las energías del futuro para protagonizar la actual tendencia energética de muchos países. El crecimiento de la demanda, los recursos fósiles escasos y de precios volátiles, y la concienciación sobre el cuidado del medio ambiente han propiciado la apuesta por fuentes de energía limpia. Las energías renovables permiten una mayor resiliencia al cambio climático y más independencia energética. Uruguay, que en 10 años ha conseguido ser un ejemplo perfecto en el cambio de matriz energética, lidera el uso de energías renovables en Sudamérica. China no sólo encabeza la implantación de estas energías limpias a nivel mundial, sino que, favorecido por su demanda interna, se ha convertido en el mayor productor y exportador de tecnología de renovables.
Parece imposible comparar al gigante asiático de 1.300 millones de personas y un Producto Interno Bruto (PIB) de US$ 11,2 trillones, un 15% de la economía global según Forbes, con el pequeño país sudamericano de 3,4 millones de habitantes y un PIB de US$ 52,4 billones en el mismo año (datos del Banco Mundial para el año 2016). Sin embargo, ambos comparten una estrategia común que les acerca: su decidida apuesta por las energías renovables. El potente ejemplo de Uruguay y la relevancia de China, como generador y consumidor de energía, convierte a ambos países en referencias para el futuro de estas fuentes de energía limpia.
Una referencia relevante porque es una energía llamada a cubrir el aumento de demanda energética en los próximos años. La Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés) estima que la demanda aumentará un 30% desde hoy hasta 2040, lo que equivale a añadir otro China e India a la demanda energética mundial, y lo hará sobre todo en los países emergentes. Para ese año, la IEA prevé que las energías renovables sean las responsables de un 40% del total de la electricidad generada, mientras que el carbón, que en estos momentos contribuye con un 67% de generación, caerá hasta un 40% en el mismo periodo de tiempo.
Tanto, que un tercio de la capacidad mundial de energía generada a través del viento y el sol está instalada en China, que es también responsable del 40% de la inversión global en coches eléctricos (datos de la IEA) como parte de su apuesta por el desarrollo de tecnologías menos contaminantes. El gigante asiático, por tanto, ha entrado en una nueva fase de su desarrollo económico. De hecho, el presidente chino, Xi Jinping, hizo un llamamiento a la "revolución energética" en su discurso de principios de este año en el Foro Económico Mundial en Davos. Habló también de la "lucha contra la contaminación", y resaltó que la transición hacia un modelo económico, basado más en servicios, está guiando al sector energético chino en una nueva dirección: electricidad generada a partir de gas natural y tecnologías limpias altamente eficientes.
Hasta hace poco, su economía orientada a la exportación exigía una economía intensiva en carbón y petróleo que, durante los últimos 15 años, ha favorecido el desarrollo y el crecimiento acelerado del país. Ese desarrollo económico, sin embargo, ha dejado tras de sí un legado de problemas ambientales de importantes efectos, entre otras que solo el 2% de la población de China respira aire que cumple con los lineamientos de partículas de la Organización Mundial de la Salud y que la contaminación del aire causa casi 2 millones de muertes prematuras al año en este país.
Las consecuencias económicas de la contaminación atmosférica también han sido analizadas. La consultora RAND Corporation estima que suponen una reducción anual en el PIB chino de 6,5% debido a la pérdida de productividad de las fábricas, que se ven obligadas a frenar o parar su actividad para mejorar la calidad del aire. Una cifra económica importante si tenemos en cuenta que la economía china genera más de 11 trillones de US$ al año.
Por ello prioriza la inversión en energía renovable, cuyos costos decrecientes están jugando un papel fundamental. Según el informe de RAND Corporation, las expectativas apuntaban a que la energía solar fuera la fuente más barata de China en nuevas adiciones de electricidad, superando al gas natural en 2020 y al carbón en 2030. Sin embargo, las últimas subastas que se han producido en Chile y México vaticinan unos plazos más cortos.
Actualmente, China ya es el mayor fabricante mundial de energía eólica y solar. Según este mismo informe, cuatro de las cinco mayores inversiones internacionales de energía renovable fueron realizadas por empresas chinas en 2016. A principios de 2017, cinco de las seis mayores empresas de fabricación de módulos solares del mundo y el fabricante de la turbina eólica más grande eran chinos. También a comienzos de este año, la Administración Energética Nacional de China (NEA en sus siglas en inglés) y la Comisión Nacional de Desarrollo y Reformas (NDRC por sus siglas en inglés) anunciaron que el país invertiría US$ 360 mil millones en energías renovables y se crearían 13 millones de puestos de trabajo en el sector para 2020.
Igualmente, se informó que había sido descartada la construcción de 85 plantas energéticas de carbón. Además, y completando esta estrategia, el presidente Jinping declaró que China está comprometida con "una política fundamental de apertura", lo que los analistas han identificado con mantener las puertas de este país abiertas a la inversión extranjera y a una mayor integración económica con el mundo.
Esta misma política de apertura, junto a la estabilidad económica, es lo que ha dado como resultado el "milagro" de las energías renovables en Uruguay. La constitución de un marco político integrado y comprometido con el cambio de matriz energética a largo plazo y las inversiones extranjeras han resultado fundamentales. Pese a ser uno de los países más pequeños de América Latina, en una década ha logrado algo que parecía inimaginable: convertirse en el país con mayor proporción de electricidad generada a partir de energía renovable en la región (cuidado con esta afirmación, creo Costa Rica tiene este título), y uno de los principales en términos relativos a nivel mundial.
Con ello el país ha reducido su vulnerabilidad al cambio climático (a la dependencia de importaciones de combustibles fósiles) y a las crecientes sequías que afectan las represas hidroeléctricas. Según datos del Ministerio de Industria, Energía y Minería de Uruguay (MIEM), en 2016 el 95% de su energía se produjo a partir de fuentes renovables y, en 2017, el 30% de su abastecimiento energético habrá sido generado a partir de la energía eólica.
Es una cifra llamativa si se tiene en cuenta que en 2005 Uruguay no registraba infraestructura para la generación de este tipo de energía y que, en 2015, ya contaba con una capacidad instalada de 580 MW y una proyección de crecimiento de 2.000 MW para 2020. Gracias a este desarrollo, Uruguay no sólo ha dejado de importar energía, sino que exporta su excedente energético a Brasil y Argentina. De hecho, a finales de 2017, el gobierno uruguayo espera que este mercado de exportación haya generado unos ingresos récord de US$ 120 millones para el país.
El factor determinante es la planificación de la política energética a 25 años. El Plan Nacional de la Energía 2005-2030 fue aprobado por el gobierno Uruguayo en 2008 y respaldado por el Congreso, como política de Estado apoyada por todos los partidos políticos con representación parlamentaria, en 2010.
Este hecho, que ha resultado determinante para la evolución de todo el cambio energético, está considerado un referente mundial de cómo los intereses sociales y climáticos son absolutamente compatibles, y costoefectivos, en el fomento del desarrollo sostenible. Esta planificación a largo plazo busca diversificar la combinación energética, reducir la dependencia de los combustibles fósiles, mejorar la eficiencia energética y aumentar el uso de recursos propios renovables.
Su puesta en marcha aportó el marco de estabilidad legal necesario para implementar políticas público-privadas, que estimularon los intereses de inversores nacionales y extranjeros. Entre otras particularidades esta legislación se basa en realizar subastas mediante licitaciones, asegurando a los oferentes la compra de la energía producida por periodos de 15 a 20 años. También se han otorgado subvenciones a la importación de tecnología para renovable.
El principal impulsor de esta saludable asociación público-privada es la compañía nacional de electricidad: UTE. Esta empresa, propiedad del Estado uruguayo, adjudica directamente los contratos de subasta a los licitantes y tiene el mandato de comprar todo el exceso de electricidad de la microgeneración al precio minorista.
La efectividad de esta estrategia ha recabado el apoyo de Instituciones como el Grupo BID, que propiciaron la entrada de inversores extranjeros y apoyaron la estructuración de operaciones financieras novedosas. Como resultado de esta facilitación se han realizado proyectos de gran relevancia para el país, como los parques eólicos de Palmatir y Carapa, las plantas solares de La Jacinta y Yarnel, o la construcción del parque eólico de Campo Palomas.
Otro de los efectos de la legislación es la obligación de que los proyectos tengan un mínimo del 20% de componente nacional, con lo que el desarrollo de las energías renovables también beneficia a la industria local. Este efecto va desde el diseño de obras civiles hasta estudios sobre medición de viento o la utilización, en lugar de torres de acero, de torres de hormigón fabricadas localmente.
De esta manera, a partir de la aplicación de estos beneficios y del desarrollo de una economía que es percibida como estable y próspera por el resto del mundo, es cómo Uruguay consiguió incrementar exponencialmente su porcentaje de generación eléctrica a partir de energías renovables. Actualmente, cuenta con 19 parques mayores a los 10 MW que alcanzan factores de capacidad de entre 40% y 50% (mientras que, en Estados Unidos, por ejemplo, los parques eólicos funcionan a una capacidad del 34%).
La diversificación de la matriz energética ha permitido al país, según datos del MIEM, satisfacer cerca del 94% de su electricidad a partir de energías renovables y que sólo el 6% de la electricidad sea de combustibles fósiles en 2016. Con ello ha conseguido una de las metas que estuvo presente desde un principio: adelantarse a las posibles sequías que reducen la efectividad de las hidroeléctricas y aumentar la resiliencia del país ante los efectos del cambio climático.
Uruguay es uno de los mejores ejemplos de Latinoamérica, que se perfila como una de las regiones más atractivas para la inversión en generación de energías limpias. De hecho, el Centro de Colaboración para la Financiación del Clima y Energía Sostenible de UNEP (el programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas) destaca que, durante 2015, y por primera vez en la historia, los países en vías de desarrollo destinaron más dinero a proyectos de energías renovables que los países desarrollados.
Además, como se trata de un territorio con gran diversidad económica, social, ambiental y geográfica, las condiciones de inversión y la disponibilidad de recursos naturales varían de un país al otro, permitiendo explotar distintos tipos de generación energética. En este sentido, es importante destacar que los costes de la tecnología para las energías renovables han caído drásticamente en los últimos años gracias a la maduración y competitividad de los mercados emergentes como China, India y Latinoamérica.
La evolución de la fabricación China será definitiva, pues la mayoría de la tecnología es producida allí y exportada después al resto de mercados. Sin embargo, los intereses de China en Latinoamérica no son sólo como exportador, sino también como inversor. Su inversión en el desarrollo de las energías renovables es visto como una oportunidad de expandir mercado en la región y encontrar nuevos aliados estratégicos.
El logro de los objetivos climáticos globales dependerá, en gran medida, del desarrollo de los países emergentes, entre los que se encuentran China y Uruguay. También de la evolución del sector energético, que es responsable de gran parte de las emisiones contaminantes. Según la EIA, si China tarda solo una década más de lo esperado en la transición a un camino energético más limpio, la demanda de carbón y petróleo aumentaría hasta generar 2.7 billones de toneladas de emisiones de carbono en 2040 (una cantidad que necesitaría una compensación equivalente a plantar 70 billones de árboles durante una década).
En cambio, si se tarda una década menos, se evitarían alrededor de 5,3 billones de toneladas de emisiones de carbono. Por lo tanto, la apuesta firme y decidida por las energías renovables es clave para la sostenibilidad energética y para lograr los compromisos de la Cumbre de París. China y Uruguay pueden afirmar ya hoy que se encuentran en el camino adecuado para conseguirlo.
*Directora General de Negocios de BID Invest.