El control sobre la producción de petróleo por parte de la Opep ha mermado los inventarios y elevado los precios, pero esta estrategia no durará
La historia del petróleo en Colombia cumplirá un siglo en 2018 y a través de esos últimos 100 años se ha establecido una relación de amor y odio; el amor de las finanzas del Estado hacia esos ingresos y visos de odio en algunas regiones petroleras hacia esa explotación energética. Es una relación agridulce que hace de Colombia un país con petróleo y no un país petrolero.
No es un juego de palabras, no es lo mismo ser petrolero y focalizar el grueso de sus estrategias de explotación y de manejo de recursos derivados del crudo para mejorar las finanzas y desarrollar la economía a partir de esos ingresos, como es el caso de varios países pertenecientes a la Opep (Arabia Saudí) o de los que extraen en el mar del Norte (Noruega), que de Estados como Venezuela o Nigeria que dependen altamente de los vaivenes del precio de este bien primario.
Colombia es simplemente un país con petróleo que ha establecido durante 100 años una relación de amor y de odio con el crudo. De amor cuando se hicieron en décadas pasadas grandes hallazgos como el Cusiana, Cupiagua o Rubiales, y de odio cuando con el dinero obtenido de la venta del recurso energético se malgastó en regalías mal invertidas, pero lo peor fue que la economía dependiera de estos ingresos en una acentuada Enfermedad Holandesa nunca declarada.
Sea el momento para destacar que luego de la estrepitosa caída de los precios del crudo en agosto de 2014, qué le pasó la cuenta de cobro a las economías “petróleo-dependientes”, Colombia salió bien librado y ha sabido sortear el hueco presupuestal dejado por los ingresos vía crudo que nunca llegaron a las arcas estatales. Ahora, casi cuatro años después de haberse cerrado el chorro de los dólares provenientes del petróleo, las cosas empiezan a mejorar en términos de precio y de producción y Colombia deberá aprender la lección que no es lo mismo ser un país con petróleo que petrolero.
Es fundamental planear este nuevo ciclo en que ha entrado la extracción de crudo, una vacas gordas que aún no se ven claramente, pero que son reales en los países de la Opep, pues el control sobre la producción de crudo por parte de los países productores ha mermado los inventarios y elevado los precios, una suerte de minibonanza que no podemos volver a gastar en elefantes blancos, ni mucho menos en soltar a dos manos en regalías muy mal estructuradas, en términos de obras suntuosas o innecesarias.
El cártel del petróleo acordó el jueves pasado extender hasta finales de 2018 los recortes de producción, una noticia que hará respirar tranquilo el último año del actual Gobierno. Los recortes comenzaron hace apenas un año y el final de este 2017 ha sido bueno para la demanda de petróleo, “los inventarios comerciales de los países de la Ocde habían caído a solo 140 millones de barriles más que la media móvil de los últimos cinco años, y habían agotado más de la mitad del exceso de producción anterior. Los recortes han ayudado a impulsar los precios del Brent más de 10% este año”.
Ojalá Colombia haya aprendido la lección petrolera: conciencia de los males que genera en el mapa productivo la Enfermedad Holandesa y que petróleo y politiquería es el peor coctel en las regiones. No podemos olvidar que el país económico dilapidó la última gran bonanza en obras que nunca llegaron.