Sería mejor si el presidente estadounidense se empeñara en apaciguar las tensiones atómicas con Corea del Norte, mientras el país persa cumple sus compromisos.
Donald Trump tuvo dos berrinches nucleares este verano boreal, aunque quizás se tenga conocimiento de uno sólo. El presidente norteamericano advirtió a Corea del Norte que enfrentará "fuego y furia como el mundo nunca ha visto" si sigue amenazando a Estados Unidos, y dejó al mundo preocupado frente a la posibilidad de una guerra nuclear como consecuencia de sus actos. El ex director de inteligencia nacional James Clapper aseguró que no hay nada que evite que Trump concrete un primer ataque, a lo que describió con toda razón como algo "bastante escalofriante".
También es escalofriante la decisión de Trump de reabrir otra disputa nuclear que fue resuelta en 2015, gracias a la hábil diplomacia de su predecesor Barack Obama.
No se enfurece tanto con Irán como con Corea del Norte, pero Trump odia el acuerdo nuclear iraní, el cual reduce el programa de enriquecimiento de Teherán a cambio del levantamiento de sanciones internacionales. Cada vez que el Departamento de Estado confirma que Irán está cumpliendo con el mismo (el Congreso pide esa información cada 90 días), el presidente tiene un ataque.
Este verano boreal, según medios norteamericanos, durante un episodio de ésos, Trump ordenó a sus tenientes que para el próximo informe inventen una razón por la que Irán esté incumpliendo el acuerdo. Los observadores de política exterior sostienen que frente a esa actitud les viene a la mente la obsesión que tenía George W Bush con Saddam Hussein y la resultante politización de la inteligencia sobre armas de destrucción masiva para justificar la invasión a Irak. Las consecuencias de esa aventura equivocada todavía circulan en las venas iraquíes y norteamericanas.
La semana pasada, Trump envió a Viena a su embajadora ante la ONU, Nikki Haley, para que se reúna con la Agencia Internacional de Energía Atómica. Era razonable suponer que allí ella presionaría a la agencia sobre sus inoportunos informes del cumplimiento iraní.
Haley, por supuesto, negó que ésa fuera su intención e insistió en que la administración simplemente trata de investigar lo máximo posible porque le importan los "hechos". Sin embargo, ella también insinuó la verdadera posición de la Casa Blanca diciendo que el acuerdo con Irán no debe convertirse en algo "demasiado grande para fracasar".
Resulta ser que el acuerdo de Irán no encaja en la categoría "demasiado grande para fracasar", particularmente bajo la supervisión de Trump. Eso no es para argumentar que el acuerdo ha hecho mucho para transformar el revoltoso régimen de Irán: en la manera en que trata a su propio pueblo o en su intromisión en países vecinos, el comportamiento de Irán sigue preocupando.
Además, el mismo acuerdo nuclear está lejos de ser perfecto, especialmente porque expira diez años después de su firma. Pero si Irán está causando problemas en otros lugares, retirar los únicos medios para impedir que adquiera armas aúnmás peligrosas es una forma absurda de intentar controlarlo.
Con la creciente crisis en Corea del Norte que, a diferencia de Irán, sí tiene armas nucleares garantizar que el programa nuclear iraní se mantenga inactivo durante una década es bastante tranquilizador. Si bien las circunstancias y la naturaleza de los regímenes de Corea del Norte e Irán son diferentes, se necesitará de la misma meticulosa diplomacia multilateral que produjo el acuerdo con Teherán para resolver el estancamiento con Pyongyang de manera pacífica.
Trump no es muy afecto a los detalles. Y hay algunos hechos relacionados con Irán que la Casa Blanca ignora de manera deliberada. El primero es que fue Washington, y no Teherán, el que insistió en limitar las negociaciones con Irán al programa nuclear. Algunas figuras de la República Islámica estaban a favor de un acuerdo más amplio mediante el cual esperaban intercambiar cooperación política por un continuo enriquecimiento de uranio. La administración Obama, que presentía alguna trampa, rechazó ese enfoque.
El segundo hecho es que si bien habría sido preferible forzar a Irán a rendirse totalmente, no era posible. Si hubiera habido un acuerdo mejor, las seis potencias mundiales que participaron de las negociaciones lo habrían negociado.
La administración norteamericana tiene la impresión de que si debilitara el acuerdo nuclear forzaría a Irán a someterse a sus vecinos árabes sunitas. Lo más probable es que suceda exactamente lo contrario. Trump está obsesionado con Irán por motivos equivocados. Sería más útil estudiar el acuerdo nuclear para encontrar lecciones sobre cómo lidiar con Corea del Norte.