RICARDO ALONSO
Medio siglo atrás nuestro país carecía de una idea acerca de cuál era su verdadero potencial minero. Si bien la minería se remonta mucho antes de los incas y luego a lo largo de la colonia y el periodo independiente, con sus clásicos altibajos de acuerdo a la demanda de los mercados, el territorio podía considerarse aún virgen si se exceptuaban los avances con el oro de los jesuitas, la avidez de metales durante las guerras mundiales, el hierro de Savio, el carbón de Río Turbio, el uranio de Perón y Castro Madero, el petróleo de Mosconi y otros hitos, también importantes, como los mármoles de Córdoba, los boratos de la Puna, el plomo, zinc y plata de Jujuy, las cales de la industria cementera, las arcillas de la industria cerámica, por mencionar algunos.
Parecía un contrasentido que Chile, con el que se comparte una cordillera, estuviera rebosante de minerales metálicos valiosos, mientras que del lado argentino solo se conocían retazos aislados de filones pobres.
Ya lo habían advertido, sin ser escuchados, científicos y prácticos en el rubro de la prospección minera, tal el caso de Federico Benelishe, que en 1887 señalaba: "... conociendo yo con antecedentes las riquezas metalíferas que han hecho tan ricas a las Repúblicas de Chile, Perú y Bolivia, y convencido que esas riquezas habían surgido de las mismas Cordilleras, que dividen la República Argentina solo que ellas están en la parte occidental y la Argentina en la parte oriental, hay aquí los mismos panizos, las mismas rocas donde existen los metales de esos países". (Al respecto y para mayor información véase mi reciente libro: Alonso, R. N., 2017. Minería en La Rioja. Las memorias de Federico Benelishe y su descripción del Famatina en 1887. Prólogo de Dr. Florencio Gilberto Aceñolaza. Mundo Gráfico Salta Editorial, Salta).
Lo cierto es que había una clara asimetría entre Chile como país minero y Argentina con un potencial incógnito, no ya en las clásicas vetas que habían explotado los españoles, sino en los grandes depósitos de minerales diseminados conocidos como pórfidos de cobre y oro.
A mediados de la década de 1960 se pensó en un ambicioso plan exploratorio a lo largo y ancho del territorio argentino, que sería llevado a cabo en algunas provincias por el Servicio Nacional Minero Geológico y en otras por la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM), en todos los casos con el apoyo de las Naciones Unidas, de la Organización de Estados Americanos (OEA) y del Servicio Geológico Alemán. A Salta y Jujuy les correspondió el Plan NOA I Geológico Minero a cargo de Fabricaciones Militares.
Los trabajos comenzaron en 1969, pero recién en 1972 se promulgó la ley 4506 que aprobaba el acuerdo firmado por el gobernador de Salta Ricardo J. Spangemberg y el director de la DGFM, Alberto N. Roccatagliata.
Salta fue designada sede del Plan y la jefatura le fue otorgada al coronel ingeniero Ernesto Oscar Jimeno, a cargo desde enero de 1970, que puso todo su empeño en el éxito de la misión. Por las Naciones Unidas se designó como director técnico al ingeniero Gerald A. Moorhead, de amplia experiencia anterior en las Guayanas. Unos 55 profesionales y técnicos formaron parte del equipo, de los cuales 35 eran geólogos o técnicos argentinos y unos 20 eran profesionales asesores de las Naciones Unidas, de la OEA y del Grupo Asesor Minero Alemán (GAMA).
Dado que se trataba de un plan geológico minero la mayoría de los profesionales eran geólogos economistas, fotogeólogos, geoquímicos, ingenieros de minas, metalogenetistas, geofísicos, mineralogistas y petrógrafos.
Los primeros resultados se dieron a conocer en 1972, luego de cuatro años de investigaciones y fueron realmente espectaculares. Había cambiado el mapa minero del norte argentino.
En ese ínterin se habían seleccionado y estudiado 34 áreas mineralizadas de interés en Salta y Jujuy, se habían elaborado 195 fotomosaicos con detalle de la red de drenaje, 195 mapas geológicos regionales a escala 1:50.000 y otros 20 mapas a escala 1:200.000, un mapa de megaestructuras de la Puna por P. Stock, además de centenares de informes técnicos y geoquímicos. Entre los profesionales argentinos que tuvieron un rol preponderante merece destacarse al Dr. Inocencio Osvaldo Bracaccini, de gran actuación en el país, y a los doctores Víctor O. Viera, Rodolfo Amengual y Jorge R. Daroca, que luego fueron profesores de la Universidad Nacional de Salta. También otros geólogos notables como Vicente Méndez, Aldo Navarini, Mario Chabert, Carlos S. Lurgo, Carlos H. Morello, Eugenio L. Ramallo, Carlos A. Mir, Juan C. Zanettini, Jorge Mancini, M. I. Cuttica y Lita Orce de Cuttica. La lista se completaba con Adrián Soto, H. Cécere, R. Centeno, F. Carpio, N. Pancetti, O. Maté, C. A. Ricci, E. F. Ordóñez, F. Maldonado Bauman, R. O. González Amorín, H. R. González Laguingue, R. A. Velo, E. E. Pérez, C. Giuliani, A. Pavón, David C. Plaza y el jefe del laboratorio químico A. E. Rosales. Entre los profesionales extranjeros y pertenecientes a Naciones Unidas se encontraban, además de su director Gerald Moorhead, J. Carman, M. Ricci, C. W. Schmith, I. Nicol, I. Saint Amant y quien llegaría a ser un científico de fama mundial el Dr. Richard Sillitoe. Por la OEA se encontraban R. Barthelemy, W. Brewer y A. Ortiz. Por el grupo asesor alemán (GAMA), N. Dekowski, Schmidt Eisenlohr, G. Kraus, J. Wippern, M. Kulms, Y. Ivanovic, W. Wetzentein, P. Stock, W. Hennig, H. Zaidler; y, W. R. Griffitts, este último del Geological Survey.
Todos los nombrados y personal técnico, administrativo y de apoyo logístico pudieron llevar a cabo una tarea mayúscula y pocas veces vista en nuestro país, en donde se recopiló la información bibliográfica previa, se realizaron vuelos fotográficos que permitieron obtener unas 11.000 fotografías aéreas, se recorrió y mapeó un área de 120.500 kilómetros cuadrados, se recolectaron en el campo 32.100 muestras de rocas y sedimentos de rí os las que fueron analizadas por cobre, plomo, zinc, molibdeno, níquel y estaño, lo que dio por resultado unas 160.000 determinaciones químicas útiles para la elaboración de los mapas geoquímicos sobre los fotomosaicos de drenaje. A ello debe sumarse el estudio al microscopio de 3700 mues tras de rocas y minerales.
La geografía difícil del norte argentino los llevó a utilizar, además de vehículos especiales y tropas de mulas, dos helicópteros Fairchild Hiller FH 1100 para la logística de personal y equipos. En algunas de las áreas seleccionadas se realizaron perforaciones a diamantina con extracción de testigos los que totalizaron unos 11.000 metros de sondeos para 1972. Estos y muchos otros resultados surgieron de la aplicación de técnicas modernas de prospección y de la aplicación de nuevos modelos conceptuales sobre la metalogenia. Asimismo se reconocieron las relaciones entre las mineralizaciones y el volcanismo, se mapeó una vieja estructura magmática no reconocida anteriormente que se designó con el nombre de “Faja eruptiva de la Puna Oriental”, se identificaron miles de fallas que fragmentan a las provincias geológicas de Puna, Cordillera Oriental y Sierras Subandinas, se descubrieron cientos de alteraciones hidrotermales portadoras de potenciales mineralizaciones ocultas, entre otros aspectos.
El plan NOA I Geológico Minero cesó en 1976. Muchos yacimientos hoy emblemáticos como Taca Taca, Quevar, Santa Inés, Inca Viejo, Organullo, Pancho Arias y La Poma - Esperanza en Salta, así como Pumahuasi, Orosmayo, Pairique, Pan de Azúcar y Rinconada en Jujuy, tuvieron un avance notable en su conocimiento geológico integral durante esa época. Al cesar el plan NOA I, el valioso cúmulo de información lograda fue entregado a distintas organizaciones gubernamentales desde donde, lamentablemente, se desperdigó en unos casos y en otros se perdió para siempre.