Ernesto Tenembaum
Ciertos episodios son tan dramáticos que sus fechas merecen transformarse en un símbolo de algunos cambios de época. Eso sucede, por ejemplo, con el 22 de febrero de 2012, el día que sucedió la tragedia de Once. Cristina Fernandez había sido, pocos meses antes, reelecta por una mayoría abrumadora. "Cristina eterna" era la consigna del momento. Todo eso se esfumó rápidamente debajo de los cadáveres, los hierros retorcidos, el dolor infinito de los familiares y las respuestas cínicas de quienes conducían el país. Desde entonces, surgió de la nada un poderoso movimiento de resistencia civil, muy motivado por una consigna muy cierta que, en Once, se pudo corporizar: la corrupción mata. Nunca hay un solo motivo por el cual las cosas cambian, pero algunos hechos son determinantes.
El responsable político de lo que ocurrió en Once se llama Julio De Vido. La política de Estado que derivó en esa tragedia fue sostenida por él entre 2003 y 2012. Esto no es una arbitrariedad: son las conclusiones a las que llegaron todos los fiscales y tribunales de Justicia que investigaron el tema. En abril de 2016, De Vido fue procesado por un juez, en respuesta a una orden directa del Tribunal Oral que había entendido en el caso. De Vido gritó, pateleó, amenazó, dijo que la historia lo absolverá, sostuvo que era víctima de una persecución fascista. Pero jamás se avergonzó ni pidió perdón: una persona de bien habría perdido el sueño para siempre, al menos ante la sensación de no haber hecho lo suficiente.
Cristina Fernández encabeza en estos días una inteligente campaña que consiste en exponerse lo menos posible para que no se discuta su Gobierno sino el actual. Sin embargo, el caso De Vido permite inferir cuánto reflexionó de todo lo que sucedió, qué autocríticas realizó, qué cosas diferentes haría si le tocara volver al poder.
Julio De Vido, Cristina Kirchner y José López (Télam)Este miércoles la Cámara de Diputados de la Nación decidirá si expulsa a De Vido. Ese debate nunca hubiera sucedido si no ocurría un hecho previo: la inclusión del ex ministro como candidato a diputado en las elecciones de 2015 por Buenos Aires. Y eso ocurrió por la decisión de una única persona. Así como hizo candidato a presidente a Daniel Scioli, o respaldó la candidatura a gobernador de Anibal Fernández, fue Cristina la que decidió proteger a Julio De Vido, al incluirlo en una lista sábana. Si el bloque de diputados kirchnerista no lo expulsó de su seno, y si el miércoles votará para salvarlo, vuelve a ser decisión de una persona: Cristina Fernández.
Para los familiares de las víctimas esa decisión fue un cachetazo, uno más. El culpable de las muertes de sus hijos, hermanos o padres sería premiado con una diputación. Desde el mismo 22 de febrero de 2012, Cristina acumula gestos ofensivos hacia las víctimas: primero el prolongado silencio, luego el "vamos por todo" en su primera aparición, en Rosario, más tarde el chistecito en Once ("Vámonos rápido porque viene una formación y nos lleva puestos") y nunca una autocrítica, ni un gesto piadoso. La inclusión de De Vido en las listas en 2015 fue una nueva parada en ese camino tan cruel: ¿qué dice de Cristina el paraguas que abre sobre su ex ministro en estos días?
Para quienes son legisladores, existe en la Argentina un sistema de protección muy aceitado. Hace veintitrés años, Tato Bores lo explicó de esta manera: "Vos podés ir en cana por cualquier motivo. Incluso podés ir en cana sin ningún motivo. Pero por corrupto, jamás. El que sí va en cana es el ladrón de gallinas. Pero el otro, el grande, el grande nunca: pilas de denuncias, montones de defraudaciones, procesados a carradas, ¡y un solo tipo en cana! ¡Uno solo! Y si alguien opina que un preso es poco, los voceros del Gobierno explican que los ilícitos denunciados están en manos de la Justicia que, como todo el mundo sabe, ¡es sacrosanta!
Con lo cual están convirtiendo a Tribunales en una especie de gran tacho de Manliba donde llevan lo que está podridito para que ahí le pongan una tapa, no sea cosa que se desparrame el olor. Y como mientras la señora Justicia no se expida, son inocentes, no importa si están procesados, sospechados o imputados. Ellos siguen como funcionarios o incluso pueden ser ascendidos".
En ese sistema, cumple un rol central la Cámara de Casación Penal. Sus jueces no son conocidos. Y se especializan en cajonear causas sensibles. Otra vez, la tragedia de Once sirve para entender. En diciembre de 2015, un tribunal oral condenó a empresarios y altos funcionarios por ese hecho. Desde entonces, el expediente no se mueve. Muchos de los condenados tienen enorme poder económico. No los absuelven, no los condenan: dejan que pase el tiempo. Y se trata de 51 muertos. Uno puede imaginarse lo que ocurre con los delitos menores.
Por eso, si alguien poderoso quiere proteger a un socio, a un cómplice, o a un amigo, lo incluye en una lista de legisladores. En provincias pequeñas se eligen dos o tres diputados y todos son visibles. En cambio, en las numerosas listas bonaerenses se cuela cualquier cosa: el responsable político de la tragedia de Once, por ejemplo. Nadie lo votó. Solo está ahí por decisión de Cristina. Y por eso mismo, mientras ella se mantiene en silencio, su gente se esmera por protegerlo.
Lo llamativo del caso es la obediencia, que entre los kirchneristas bate records: pocos movimientos políticos en la historia ha sido integrados por gente tan propensa a agachar la cabeza. Los dirigentes de La Cámpora, por ejemplo, se ven a sí mismos como los líderes de una fuerza destinada a transformar la sociedad. Pero ahí están: protegiendo a De Vido. Axel Kicillof, entre sus méritos, cuenta el de haber desarmado muchos negocios armados por Julio De Vido. Él, más que nadie, sabe de qué se trata. Jorge Taiana es un hombre con un recorrido propio, inclusive en el área de derechos humanos. Todos obedecen y callan.
El 22 de febrero de 2012, la Tragedia de Once dejó más de 50 muertos: la Justicia señala a Julio de Vido como responsable
El 25 de mayo de 2003, en su discurso de asunción, Nestor Kirchner hizo un fuerte alegato contra la corrupción. "No habrá cambio confiable si permitimos la subsistencia de ámbitos de impunidad. Una garantía de que la lucha contra la corrupción y la impunidad será implacable, fortalecerá las instituciones sobre la base de eliminar toda sospecha sobre ellas", dijo. El miércoles pasado, en medio del debate sobre De Vido, Diana Conti tuvo un rapto de sinceridad. "Dan asco -gritó Conti-. Me da asco cómo nos tiramos en la cara indignidades y desprestigiamos a la política. El que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Somos nosotros mismos, los dirigentes políticos, los que queremos estar en el mismo lodo y hacerle creer a la opinión pública que ese lodo enloda solo a un legislador nacional. Todos sabemos que es mentira". O sea: hay que proteger a De Vido porque todos los demás son como él. Conti es una mujer inteligente: es raro que no se dé cuenta quién, en realidad, construye la antipolítica.
De aquel discurso de Kirchner a este de Conti se puede percibir la degradación de un sueño, si es que este existió alguna vez. En el camino, es posible recordar frases como ecos. "La política es así: denunciar la corrupción es la antipolítica". "Todos los gobiernos tienen ladrones, no hay que sorprenderse por ello". "La verdadera corrupción es la del poder económico". "Si nuestros políticos no robaran, la política sería solo para los poderosos". "El que denuncia la corrupción es cómplice de la dictadura". "Si un juez no condena, quiere decir que el acusado es inocente; pero si el juez condena, quiere decir que el juez es culpable". Los argumentos para defender la corrupción se han transformado en un verdadero corpus teórico que el kirchnerismo incorporó a la cultura política argentina.
Lo que está ocurriendo en estos días puede tener derivaciones. Dentro del oficialismo: ha crecido mucho la figura de Elisa Carrió y, con ella, el discurso contra la corrupción y las mafias. A falta de otros logros, Mauricio Macri machaca por ahí. Eso podría generar un efecto en cascada. Si le da rédito, Macri tendrá que ser fiel a su discurso, con una presencia muy estricta a su lado, la de Carrió. Muchas personas perderán su tranquilidad. Los jueces sentirán esa presión. Alguna vez las cosas cambian y lo hacen de manera sorpresiva: nadie sabe cuándo va a suceder. O también que se repita un clásico. En su libro La conspiración de la fortuna, el méxicano Hector Aguilar Camín escribió: "Cada cierto tiempo, después de una revuelta fallida, de un motín o de un cambio de Gobierno, el país y sus gobernantes sentían la necesidad de quemar un puñado de infidentes en la hoguera de la indignación pública. Los dueños del poder daban así una prueba de rigor contra el abuso, con bajo costo para ellos y alto para sus rivales".
Sea como fuere, el caso De Vido -como también su respaldo a la represión en Venezuela- explican por qué, para CFK, la mejor estrategia de campaña consiste en pasar desapercibida, no decir lo que piensa, disimular lo más posible y que la torpe gestión de Macri haga lo suyo.