CARLOS PAGNI
Cristina Kirchner lanzó anteayer su nueva agrupación, Unidad Ciudadana, en Sarandí, Avellaneda. El sur del conurbano. Ahora, su lugar en el mundo. Pertenece a la tercera sección electoral, la más leal. En ese mismo territorio acaba de producirse una novedad de primera magnitud. Las fuerzas de seguridad hicieron estallar La Salada.
Quedaron detenidos los principales cabecillas de esa enorme feria que se extiende a lo largo de 18 hectáreas de Ingeniero Budge, Lomas de Zamora. Un gigantesco mercado de indumentaria que se ofrece a bajo precio, gracias a la esclavización de quienes la producen, la circulación de dinero negro y la adulteración de marcas. Los rivales de la ex presidenta se desviven por desnudar cada contradicción de su discurso. Pero la refutación más contundente del paraíso social que ella se atribuye haber creado, y por cuya desaparición derrama lágrimas, llegó desde las orillas del Riachuelo. Allí su régimen ofreció protección rentada a ese gigantesco antro de explotación social.
La concentración que la ex presidenta organizó en el estadio Julio Grondona fue, como no podía ser de otro modo, un homenaje a sí misma. Y un homenaje a Mauricio Macri. Alcanza con repasar algún video del cierre de campaña de Cambiemos, el 19 de noviembre de 2015, en Humahuaca, para detectar esa inspiración escenográfica.
El candidato en un escenario central, rodeado de feligreses con los que conecta a través de sentimientos. Como hace Macri todas las semanas, obedeciendo a una técnica inmemorial en las iglesias evangélicas, ella también presentó a los testigos que encarnan sus tesis. La melodía es distinta en cada caso. La propaganda oficial muestra al Presidente hablando con argentinos que todavía no ganaron, pero que esperan poder hacerlo. Gente para la cual el país es todo expectativas. La propaganda de Cristina presenta argentinos que acaban de ser expulsados del edén. Gente para la cual el país se convirtió en una amenaza. Igual que para ella, aunque por razones muy distintas.
No hace falta que, como sugirieron muchos macristas, Cristina Kirchner haya leído a Jaime Durán Barba para que adopte algunos de sus trucos de campaña. Vinicio Alvarado lo leyó por ella. Ecuatoriano como Durán, Alvarado fue el estratega electoral de Rafael Correa y de su heredero, Lenín Moreno. En 2015 se acercó a Daniel Scioli por consejo de Eduardo "Wado" de Pedro. Fue la primera vez que Durán lo derrotó. Ahora conversa con la ex presidenta. Alvarado es experto en pintar con una paleta tenebrosa la perversidad constitutiva de los candidatos "de derecha". Es lo que se escenificó en la cancha de Arsenal.
La simetría entre Macri y su antecesora excede el marketing. Ambos están hechos a imagen y semejanza de su tiempo. No por el culto a la personalidad, que es tradicional en la Argentina, sino por la pretensión de sepultar las organizaciones clásicas. Pro es hijo de la crisis de 2001. Es decir, del derrumbe del radicalismo.
La secreta ambición de Macri es quedarse con la sociología radical. Eso explica por qué no hay Cambiemos allí donde la UCR descubre un candidato competitivo, como Martín Lousteau. O por qué al principal representante de ese partido en las listas de la provincia, Facundo Manes, lo eligió María Eugenia Vidal, y no el anquilosado Comité Provincia. El mejor aporte de los radicales a la coalición es desistir. Y agradecer: "Eran una especie en extinción y los han transformado en una especie protegida", bromea un consultor de la familia presidencial. Esta tensión se ha desatado en estos días. Macri rediseña su gabinete y no aclara si respetará el cupo radical.
Unidad Ciudadana puede expresar una intuición sagaz de Cristina Kirchner: que el PJ bonaerense, que lideró entre 1987 y 2015 una aterradora decadencia, se volvió una marca tóxica. Una idea que a Florencio Randazzo todavía no se le ocurrió.
La plataforma conceptual de la nueva aventura de la señora de Kirchner es conocida: los derechos sociales adquiridos fueron arrasados por la llegada de un gobierno neoliberal. Para una observación ingenua, esa construcción es muy creíble. El kirchnerismo no terminó, como el alfonsinismo o el delarruismo, en un estallido. Por eso Macri debe justificar sus ajustes en un contrafactual: "Si no corrigiéramos las políticas heredadas, seríamos Venezuela". Pero no fuimos Venezuela. Con una ventaja para Cristina Kirchner: la mejoría actual todavía está cifrada en el power point de los economistas. No en el humor social. Como la crisis del kirchnerismo, la resurrección de Macri también es asintomática.
Por segunda vez, la ex presidenta saca ventaja del desfase entre los indicadores técnicos y la temperatura de la calle. Durante años se ufanó de que ella y su esposo sacaron al país del desastre de 2001. Una falacia. Cuando recibieron el poder de Duhalde, en 2003, la recuperación ya era irreversible. Pero eso lo sabían los expertos. La mayoría seguía esperando el fin de la tormenta. Ayudada por esos espejismos económico-sociales, Cristina se presenta como "la candidata de los pobres". El autor del eslogan podría haber sido Alvarado. Pero fue Durán Barba. "Wado" ya está imprimiendo los carteles.
Esa caracterización, muy provechosa para una dirigente conurbanizada, tuvo ayer un percance. Un operativo de seguridad sacó a la luz el submundo de La Salada. Cayeron las bandas de Jorge Castillo, de su sobrino Adrián y la de Leonardo Gaitán, jefe de "los Cucos". Esas organizaciones administraban el mayor mercado negro de indumentaria del continente, que estuvo siempre bajo la lupa de los Estados Unidos. A sus 7800 puestos llegan multitudes desde todo el país para comprar ropa a bajo precio. La feria siempre se sostuvo con mano de obra esclava, piratería del asfalto y lavado de dinero. Los Castillo y Gaitán también extorsionaban a los puesteros y controlaban a las "mecheras": ladronas a las que aplicaban castigos físicos si se las sorprendía trabajando por su cuenta. La Salada daña al kirchnerismo porque desmiente que pueda haber justicia social con corrupción.
Elisa Carrió denunció esta trama mafiosa el 21 de mayo ante el Senado provincial. Señaló ramificaciones hacia Lanús, que gobierna Néstor Grindetti. En Conurbano infinito, que acaban de publicar Rodrigo Zarazaga y Lucas Ronconi, hay un artículo de Matías Dewey y otro de Jorge Ossona con muchísima información sobre esa feria. Es obvio que alguien ofrecía impunidad a los Castillo y a Gaitán.
Jorge Castillo se hizo conocido como apóstol de Guillermo Moreno, quien en 2012 lo exhibió como un ejemplo ante los angoleños. Una curiosidad: la causa por la que cayó Castillo fue alimentada por Gustavo Vera, de La Alameda. Moreno y Vera hoy comparten una lista en el PJ porteño. La afinidad de Castillo con el ex secretario de Comercio quedó en evidencia en 2013: cuando Martín Insaurralde criticó al Indec, Castillo le imputó haber sido cajero del juego clandestino. Como Jésica Cirio no había llegado aún a su vida, Insaurralde fue defendido por Enrique Antequera. Es otro de los "administradores" de La Salada y estuvo cerca de Pro. Es curioso: hasta anoche no había caído. "Está en otra causa, con unos barrabravas de Boca", se excusaron en la bonaerense. Carrió querrá saber qué abogado defiende a esos barras: hace tiempo puso en la mira a Marcelo Rechetti, que trabaja en el Ministerio de Seguridad. Antequera acompaña a Mario Ishii, en la interna del PJ contra Randazzo. En 2015 estuvo con Julián Domínguez.
En las cajas fuertes de los Castillo puede haber nombres resonantes. Ojalá aparezcan antes del cierre de listas, para evitar problemas. Además de sus conexiones con el PJ, Castillo registra una vieja militancia radical. Hay quienes esperan un estallido en la interna de Cambiemos. Las fechorías de los "saladeros" eran amparadas por la Justicia y la policía. En febrero pasado, por ejemplo, el fiscal Sebastián Scalera denunció al juez Gabriel Vitale por anticipar por TV un procedimiento.
Mucho antes, el ministro de Seguridad de Daniel Scioli, Ricardo Casal, entregó el control de La Salada al comisario Roberto Castronuovo, exonerado por sus vinculaciones con dealers de la droga. El sucesor de Casal, Alejandro Granados, creó la dirección general de Lomas y puso al frente al comisario Leandro Bastida, de estrechísima relación con el kirchnerista Insaurralde. Granados pagó el alojamiento de los Insaurralde durante su noche de bodas. Bastida pudo haber sido otro regalo.
La Salada explica las miserias del kirchnerismo desde muchos ángulos. Esa feria no se entiende sin la corrupción que creció bajo su amparo. Tampoco existiría sin los niveles absurdos de protección comercial y especulación inmobiliaria que clausuraron el mercado del vestido para los sectores de bajos recursos. Una falta de competitividad que también se debe a la insoportable presión impositiva. Cristina Kirchner no hablará de todo esto. Y guardará silencio sobre las mafias. "Candidata de los pobres", levantará la voz por los que ahora no saben adónde ir a comprar ropa. Lo demás son problemas del PJ.