Juan Bosch*
Argentina está dando sus primeros pasos para transformar su sistema eléctrico obsoleto, extraordinariamente caro y contaminante. Al hacerlo, puede capitalizar experiencias que otros países implementaron varios lustros atrás. Entre otras opciones, asoma la generación distribuida de fuentes renovables como una herramienta poderosa para lograr eficiencia técnica y económica, al tiempo que se mejora la sustentabilidad.
La generación distribuida complementa y enriquece al modelo tradicional. Hoy el sistema eléctrico está conformado por centrales eléctricas de gran escala (de todo tipo de fuentes térmicas, hidroeléctricas, nucleares), grandes líneas de transmisión que atraviesan el país, y líneas de distribución en ciudades y centros de consumo. A este modelo, que tiene naturalmente ciertas ineficiencias y requiere adaptaciones, los sistemas eléctricos modernos le han agregado mayor permeabilidad y dinamismo a través de recursos energéticos dispersos, como la generación distribuida.
Precisamente en los centros de consumo, en las propias instalaciones de un consumidor industrial, comercial e incluso de un hogar, se han instalan pequeñas unidades de generación eléctrica como paneles solares, aerogeneradores, mini hidro, aprovechamientos de biogás o biomasa. La energía producida es aprovechada en parte por el propio consumidor, y los excedentes son inyectados a la red. El consumidor deja de ser un actor pasivo del sector eléctrico y se transforma en “prosumidor”, es decir un consumidor que además aporta energía y servicios a la red en determinados momentos.
Los beneficios son múltiples. Tanto a nivel macroeconómico por la gran actividad que genera, especialmente a nivel pymes, como a nivel ambiental al lograr una mucho más dinámica y ágil penetración de las energías limpias, y en el sistema eléctrico. Abunda bibliografía en la materia; sirva como ejemplo que en enero de este año el NYSO (operador del sistema eléctrico de Nueva York) publicó un extenso reporte sobre el estado actual de los recursos energéticos distribuidos y su plan de acción para darles más relevancia y mejor aprovechar los múltiples efectos positivos que traen. Entre ellos: reducción de los picos de demanda y los riesgos de falla, menor nivel de emisiones, y caída de precios y costos eléctricos.
En Argentina varias provincias adelantaron acciones al aprobar regímenes especiales de generación distribuida como Santa Fe, Salta, Entre Ríos, Mendoza, entre otras. El Congreso Nacional está trabajando activamente en un proyecto de Ley que regula la materia. De hecho, amparados en la Ley de Energías Renovables 27.191 (de septiembre de 2015) muchos consumidores comerciales e industriales –conocidos como Grandes Usuarios- comienzan a implementar soluciones de esta naturaleza incorporando en sus propias plantas o edificaciones paneles solares u otras soluciones que abastecen parte de sus necesidades eléctricas.
Los incentivos para procurar esta solución son diversos. Las empresas que necesitan reducir su huella de carbono ven con preocupación que el sistema eléctrico argentino duplicó las emisiones de CO2 en los últimos 15 años y es necesario implementar soluciones concretas y prácticas para lograr sus objetivos de sustentabilidad. Por el lado de los costos, el aliciente no es menor: dependiendo de la región, ya se ve con claridad que la opción de autogeneración trae importantes ahorros.
El proceso que recién inicia tiene excelentes perspectivas. Una gran cantidad de desarrolladores, empresas de ingeniería e instalación de soluciones energéticas, agregadores de demanda, proveedores de energía, trabajan en esto. El sufrido sistema eléctrico argentino está ante la oportunidad de transformar su matriz rígida, obsoleta, ineficiente y contaminante en un sistema moderno, eficiente, dinámico y menos contaminan
*Presidente de SAESA