Un recorrido por dos de las centrales nucleares que posee la Argentina. Las imágenes más ilustrativas, los datos que mejor describen su operación, la historia del sector resumida en sus hitos más importantes y los proyectos para el futuro.
Pocos kilómetros al norte de la ciudad bonaerense de Lima, recostados sobre el río Paraná, se erigen dos indisimulables domos, en cuyo corazón -nunca descansando- albergan los reactores que dan vida a las centrales nucleares Atucha I y Atucha II -oficialmente denominadas Presidente Perón y Presidente Néstor Kirchner desde 2014.
Una hacia adelante cuando se ingresa al predio; la otra, caminando a la izquierda; las dos destacan por su magnitud y la precisión científica con que todo allí funciona. Los trabajadores -en su amplia mayoría, hombres- se desplazan de un lado a otro, cumpliendo con sus respectivas tareas, todos vistiendo los zapatos reglamentarios y llevando consigo los cascos de seguridad que estar aquí requiere.
Atucha I es la más anciana de las dos, y la poseedora de una historia más prolija. Su construcción comenzó en 1968, bajo la presidencia de facto de Juan Carlos Onganía, y fue inaugurada seis años más tarde. Considerando las fechas, no es de extrañar que, al recorrer los pasillos de esta central, uno se sienta transportado a otras épocas.
No sucede lo mismo en Atucha II, cuya impronta da cuenta de su mayor modernidad. Su historia, en contrapartida, fue una secuencia de marchas y contramarchas que dotaron a la industria de una percepción negativa que en muchos casos hoy persiste.
Su construcción comenzó en 1981 con ingeniería y tecnología alemana (emulando el caso de Atucha I, cuyo principal constructor fue la empresa Siemens AG, de dicha nacionalidad), pero se detuvieron 10 años después y aún sin finalizar entraron en una pausa que se prolongó hasta 2007, cuando se retomó, con el relanzamiento del Plan Nuclear Argentino un año antes. Su finalización estuvo a cargo de la estatal Nucleoeléctrica Argentina. Pasarían siete años más antes de su primera reacción en cadena, la cual se registró el 3 de junio de 2014, y algunos meses más para que pudiese alcanzar su máxima potencia, hito al que llegó en febrero de 2015.
Una junto a la otra, aunque con 40 años separando el inicio de sus funciones, las Atuchas a primera vista son similares, pero internamente diferentes entre sí, siendo una más moderna y potente que la otra.
Los números hablan por sí mismos para retratar la distancia existente entre las centrales. Mientras la setentista cuenta con una potencia eléctrica neta de 342MWe, la millennial alcanza los 692MWe. La potencia en las terminales del generador, por su parte, suman 362MWe y 745MWe, en cada caso; y la térmica del reactor es de 1.179MW y 2,161MW, respectivamente.
Otros rasgos salientes de estas centrales dan cuenta de lo mismo: similar estructura y tecnología, pero con una Atucha II que se impone como casi el doble (en potencia y tamaño) que la primera.
¿Qué hay del famoso sector 7G? Los aficionados a las desventuras de Homero Simpson y familia recordarán que es allí donde muchas de las peripecias de este personaje tomaban lugar, al menos cuando de trabajo se trataba. Lejos de las secuencias de eventos desafortunados que la serie de Matt Groening relata, las salas de control de las centrales limeñas funcionan cual engranajes de reloj suizo.
Si bien, una vez más, la de Atucha II supera en tamaño a la de su hermana mayor, es la que aquí reside la que más llama la atención, dados sus mecanismos analógicos y fuerte impronta vintage.
Ahora bien, más allá de los tamaños, las luces y los controles, en las dos es posible encontrar -cada hora de los 365 días del año- a cinco personas: un jefe de guardia, un ayudante y tres operarios, uno de sistema primario, uno de sistema secundario y otro de máquina de carga (recambio de combustibles). A ellos se suman otras 20 personas ubicadas en diversos puntos de la planta. Por jornada, son tres los turnos que se ocupan de la sala de control. Y, en total, siete las guardias con las que cuenta cada central para garantizar que este espacio esté ocupado 24x7. No por nada quienes trabajan en Atucha llaman a este espacio el cerebro de la central. Todo lo que sucede aquí se registra, se controla y se analiza. La seguridad de todos nosotros de ello depende.
Pero no solo de reactores de potencia está compuesto el potencial nuclear argentino. Sumado a los tres de potencia que posee actualmente, existen cinco reactores de investigación activos en el país, a saber: el RA 0, en la Universidad Nacional de Córdoba; el RA 1, en el Centro Atómico Constituyentes; el RA 3, en el Centro Atómico Ezeiza; el RA 4, en la Universidad Nacional de Rosario; y el RA 6, en el Centro Atómico Bariloche.
Paralelamente, se encuentra bajo construcción el reactor multipropósito RA 10, también de investigación, cuya principal función será la producción de radio fármacos para el diagnóstico y tratamiento de enfermedades. De acuerdo a datos aportados por la Secretaría de Energía Nuclear de la Nación, su avance actual está en un 30%.
En este punto, por otro lado, es menester destacar el posicionamiento argentino en la materia. El país no solo posee esta tecnología, sino que, además, a través de la empresa de investigación aplicada INVAP (compuesta por la Comisión Nacional de Energía Atómica, CNEA, y la provincia de Río Negro), la exporta: Perú, Argelia, Egipto y Australia son algunos de los países que cuentan con reactores de investigación con sello nacional.
Basto parece ser el camino que la Argentina tiene para recorrer de cara al futuro. Entre los proyectos ya confirmados, se incluyen una cuarta y quinta central nuclear. La primera de ellas comenzaría a construirse antes de fin de año en el mismo predio que las Atuchas (es, de hecho, conocida como Atucha III y tiene asignación presupuestaria en la Ley de Leyes 2017). Para la segunda, recién se colocaría la piedra fundamental en 2019 y, si bien su localización aún no está definida, sí se sabe que implicaría un salto cualitativo para la Argentina.
En este sentido, con la quinta central, se pasará de un funcionamiento a base de uranio natural y agua pesada (es el caso de las existentes) a uranio enriquecido y agua liviana
Ahora bien, entre los proyectos que hoy ocupan a la industria nuclear nacional, el que más atención parece contar es el Carem 25, cuyo prototipo está en proceso de construcción en el mismo predio que alberga a Atucha I y II, y es la gran apuesta que el país está haciendo hacia adelante, con una asignación en el Presupuesto Nacional 2017 de $ 2.140 millones.
También este es un reactor nuclear de potencia, pero su caso se distingue por muchas razones. Por un lado, es el primero en contar con tecnología e ingeniería nacional. Por el otro, es de baja potencia, y conllevaría no solo una operación más sencilla, sino, además, sistemas de seguridad más avanzados. Conocidos como Small Modular Reactors (SMR, Reactores Modulares Pequeño), estos diseños contarán con potencias de entre 300 y 500MW, instalables en módulos (por lo que su cantidad y potencia total serán flexibles).
El entusiasmo que rodea este nuevo reactor -que, según las estimaciones oficiales, podría estar listo para 2019 y puesto a crítico para 2020- se basan en que busca abrir un nuevo mercado de exportación, uno que, es más, todavía no existe.
En este nicho en gestación, cuya valuación se calcula en el orden trillones de dólares, de momento también estarían con intenciones de participar Corea del Sur, los Estados Unidos y Rusia (y quienes se sumen de aquí en más). De todos modos, la Argentina mantiene una posición privilegiada, al ser el único de los potenciales competidores que está construyendo el prototipo.
Ahora bien, el camino por delante es largo. El prototipo en cuestión es de 32MW, y permitirá testear que la tecnología (de seguridad pasiva, esto es, se trata de un reactor que no necesita bombeo para enfriar y en operación) verdaderamente funcione. Así, de superarse algunas incógnitas comerciales, solo habría que esperar que el mercado tome forma.
Otra de las novedades que podría traer 2017 para la Argentina es su ingreso a la Nuclear Energy Agency (NEA) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicosb, lo que la convertiría en el segundo país de América latina -luego de México- en lograrlo.
De concretarse, algo que podría suceder a antes de que termine este semestre, la Argentina accedería otra de las esferas decisorias de la energía nuclear a nivel mundial y a un espacio de colaboración con países desarrollados que se alzan como potencias en la materia.