Ricardo De Lellis*
En un mundo lleno de incertidumbres e inestabilidades, muchos gobiernos, hombres y mujeres de negocios están poniendo su atención en Latinoamérica. Y parece no ser casual. A pesar de los enormes desafíos y déficits que todavía tiene la región, sigue ofreciendo atractivos que en otras partes del mundo no son muy comunes. Tiene un mercado real de más 600 millones de personas, muchas de las cuales aún tienen necesidades y consumos rezagados. Posee cuantiosos recursos naturales todavía con importante margen de explotación: minería, petróleo, alimentos y turismo, son algunos de los ejemplos.
Pero también es una región de paz, sin conflictos armados históricos ni étnicos que suelen instalar odios permanentes ni tampoco crisis inmigratorias que desestabilizan países. Se podría afirmar que en América Latina todavía hay mucho por hacer.
Por eso no es menor el dato de que este año el World Economic Forum (WEF) sobre América Latina se haga en Buenos Aires. Uno de los desafíos más importantes en esta coyuntura de la región es atraer la inversión mundial para financiar proyectos de infraestructura que den soporte a un desarrollo económico y social sostenido en el tiempo. Para el caso de la Argentina, en la última larga década registra una crisis estructural que hoy es uno de los principales lastres de su despegue.
Y la puesta en marcha de proyectos impostergables se produce en un contexto de profundos cambios mundiales en el sector infraestructura. Un reciente informe realizado por KPMG acerca de las principales tendencias globales en esta materia extrae como una de sus principales conclusiones que las prácticas proteccionistas tienen como una de sus peores consecuencias el aumento de los costos de los servicios de infraestructura que terminan generando activos de baja calidad al eliminarse la competencia. En este sentido, en nuestro país una mayor apertura al mundo junto con la reciente ley de Participación Público-Privada (PPP) que permite que haya transparencia en los procesos de adjudicación y control de las obras, sin dudas ayudará a corregir esta problemática.
El informe titulado “Diez tendencias emergentes en 2017” indica que en los últimos 50 años hubo un cambio sustancial en los parámetros de planificación del sector. Las tecnologías modificaron las costumbres de los consumidores y usuarios en interacción con la infraestructura que utilizan. Por ejemplo, los llamados “millennials” (jóvenes de entre 20 y 35 años) están impactando en el sistema de transporte. No ven la necesidad de tener auto y cuando lo poseen, en general es compartido. Y utilizan aplicaciones de tránsito en tiempo real para seleccionar el camino que tomarán hasta la ciudad.
Es decir, no planifican. En Asia, el aumento de los ingresos y la rápida expansión de la clase media generaron una demanda masiva de pasajes aéreos, con los trastornos que ellos implican en aeropuertos. Y en África, el desarrollo de la energía solar redujo la demanda de inversiones en distribución eléctrica. Así, los gobiernos están analizando la influencia de estos cambios en la demanda futura de infraestructura. Se espera que se adopte un enfoque “de abajo hacia arriba” tomando las exigencias cambiantes de los usuarios actuales y de las futuras generaciones.
En la Argentina, KPMG efectuó un relevamiento de las principales inversiones en infraestructura en los últimos años ya sea realizadas, o que están en ejecución o proyectadas. Sobre la base de casi medio millar de planes, proyectos y obras relevadas en todo el país, se pudo establecer que representan en su conjunto una inversión potencial que supera los 200.000 millones de dólares, con el efecto multiplicador que ello impone. Y muchas de estas obras están relacionadas a las necesidades de complementación económica, comercial y social con los países vecinos de la región.
Está claro que Argentina debe hacer un esfuerzo enorme para poner en marcha una economía sustentable en el tiempo que pueda bajar en forma permanente los niveles de pobreza. En ese camino, poner como objetivo principal modernizar su infraestructura es central porque es imposible pensar en el desarrollo si antes no se invierte con decisión para recuperar el autoabastecimiento energético, dotar de trenes, rutas, puertos y aeropuertos modernos para que nuestros productos primarios y manufacturados tengan costos logísticos competitivos con los internacionales. Y es esencial incorporar las nuevas tecnologías de las telecomunicaciones para estar integrados al sistema de países que lideran el desarrollo económico-social y el conocimiento mundial. Estas inversiones impactan directamente en la actividad económica generando nuevos espacios de trabajo que permitirán sacar a millones de personas de la marginalidad del sistema.
Pero el modelo de infraestructura de la Argentina para las próximas décadas no debe ser visto solo como resultado de una necesidad económica coyuntural. Debe ser la plataforma y la matriz que contenga, además de los actores económicos y financieros, a las necesidades regionales, sociales y culturales del país, reflejando los valores compartidos por la comunidad toda. Porque infraestructura es, en definitiva, la visión que tiene un país de su propio futuro.
*Socio Director ejecutivo de KPMG Argentina