RICARDO ALONSO*
El imperio incaico fue la más avanzada de las civilizaciones en la América del Sur. Mucho se ha escrito sobre su evolución y desarrollo que, irradiando desde el Cuzco, abarcó un espacio entre el Ecuador y Mendoza.
Cuzco o Qosco era el ombligo del mundo según la cosmovisión de los antiguos peruanos.
Los incas fueron un pueblo de altura y desarrollaron una impresionante vialidad a lo largo y ancho de la cadena andina, especialmente en los espacios montañosos e intermontanos. El avance del imperio, según el historiador inglés Arnold Toynbee, estuvo relacionado al alcance y adaptación de la llama. Resulta admirable el manejo que hicieron del aprovechamiento de los recursos naturales, la utilización de las rocas y los metales, la topografía en las construcciones, sembradíos y andenería, o la imponente vialidad que aún asombra por su avanzado desarrollo. Para lograr todo ello contaban con sus sabios o amautas que cumplían roles semejantes a los arquitectos, ingenieros, geólogos, topógrafos, además de astrónomos, estadistas, religiosos, militares y los famosos médicos kallawayas. Se ha señalado que no conocían la rueda ni tampoco el hierro. Sin embargo para desplazar grandes bloques rocosos utilizaron un sistema de rodillos con troncos de árboles que no deja de ser un símil de la rueda. Una limitante fue la falta de tracción a sangre ante la carencia de bueyes, mulas o caballos que recién fueron introducidos por los españoles. De allí que todo el esfuerzo era realizado por los propios hombres.
En cuanto al hierro no pudieron colarlo por el alto punto de fusión que tiene ese metal. Pero sí fueron hábiles para fundir menas de metales cobrizos y lograr aleaciones de gran dureza.
Numerosas clases de bronces muestran características que les servían para usos muy diferentes entre sí. Pedro Cieza de León da cuenta de un galpón en Cuzco donde contabilizó unas trescientas barretas de un bronce duro que eran utilizadas en las faenas mineras. Precisamente fue en la minería en donde los incas lograron grandes avances. Explotaron con profusión metales en estado nativo como el oro, la plata y el cobre con los cuales fabricaron extraordinarias piezas de orfebrería. Los museos del oro de Perú y Ecuador, entre otros, muestran algunas de esas finas piezas del arte incaico.
El rescate en oro exigido por Pizarro para la liberación de Atahualpa da una idea del aprovechamiento que se había logrado de ese metal. Las momias del volcán Llullaillaco, en Salta, estaban acompañadas de hermosos objetos de oro y plata. Se cuenta que el templo de Coricancha en Cuzco tenía bloques tallados revestidos con finas láminas de oro en homenaje al dios Inti (Sol) y láminas de plata en homenaje a la diosa Quilla (Luna).
En el Valle de Ollantaytambo se da una condición peculiar. Los "astrónomos" necesitaban construir un observatorio sobre una de las laderas del valle.
Pero resulta que allí las rocas eran unas pizarras astillosas de pésima calidad. Sin embargo del otro lado del valle, los "geólogos" incas, ubicaron un pórfido de muy buena factura. Es increíble el trabajo titánico que hicieron para abrir la cantera, cortar los bloques, bajarlos por la ladera, cruzarlos a través del río a fuerza de hombres, sogas y rodillos y, finalmente, subirlos a la cara opuesta del valle donde se construyó el observatorio cuyas ruinas aún subsisten. Es interesante notar asimismo el sistema de encastre de los bloques, con juntas de encaje lisas y sin ningún uso de mortero o argamasa. Pero aún más notable es comprobar que el sistema de construcción era sismo resistente. Efectivamente las construcciones estaban preparadas para soportar los fuertes sismos que asolan a la corteza andina.
Los españoles removieron esas construcciones y erigieron encima sus catedrales y edificios civiles y militares que ante los fenómenos telúricos se derrumbaban con facilidad. Esto se ve muy claramente en Cuzco. Precisamente tienen allí al Taytacha o "Señor de los Temblores" análogo paralelo al Señor del Milagro de Salta.
Otro tema de interés sorprendente fue el manejo de las laderas de montañas y el sistema de andenerías para la siembra de papa, maíz y otros granos alimentarios.
La exquisita topografía, con un impecable manejo de las curvas de nivel, les permitió trazar prolijos andenes para sus cultivos. En donde había suelos naturales los aprovecharon en forma directa y en otros casos crearon suelos artificiales con una estratigrafía interna de gravas, arenas y arcillas, estos son materiales sedimentarios de diferentes granulometrías, permeables e impermeables que tenían como misión controlar el agua en los suelos, almacenándola o drenándola según fuera el caso.
La ecóloga Bárbara D'Achille, mártir peruana de la ciencia, fue quién prestó especial atención a los suelos de las andenerías. Dio a conocer un lugar que era una especie de laboratorio para suelos y cultivos. Incluso sabemos por Garcilaso de la Vega que utilizaron como fertilizantes los guanos fosfatados de las aves marinas que se encuentran sobre la costa desierta del Pacífico. La vialidad incaica es un tema muy estudiado. No solamente tuvieron que trazar las sendas para que se muevan llamas y humanos, entre ellos los veloces chasquis, sino que además les cupo hacer numerosas obras de arte para sortear obstáculos, tales como puentes, drenes, alcantarillas, defensas y terraplenes.
Más aún, todas estas obras, de las que aún quedan registros, fueron diseñadas con habilidad hidráulica para evitar los fenómenos de escorrentía, aluviones y erosión comunes por las fuertes pendientes y las crecidas violentas.
Tanto en la andenería como en la vialidad hubo un excelente y preciso manejo de la topografía.
Entre otros métodos y sistemas al parecer utilizaron unos platos de cerámica a los que se les colocaba agua que actuaba como un espejo y luego se podía mirar a través de dos agujeros opuestos para seguir una determinada línea. Seguramente contaron con técnicas y mucho otro instrumental del cual no llegó registro hasta nosotros. Estudiaron y utilizaron con provecho muchas de las aguas termales con fines terapéuticos, descanso y relajación. Se conocen decenas de ejemplos de aguas termales donde hay construcciones incaicas para su beneficio. Tuve la oportunidad de investigar numerosos sitios en los departamentos de Tacna, Moquegua, Arequipa y Puno en el Perú. Pero también supieron aprovechar las aguas termales en nuestro país caso de Incachule en la Puna salteña, Puente del Diablo en La Poma (Salta), Puente del Inca en Mendoza, entre otras. La farmacopea de los kallawayas utilizó distintas clases de minerales, especialmente sales, vitriolos y caparrosas. Sus fines medicinales se conocen en algunos casos y en otros se han perdido irremisiblemente. Muchos son aquellos investigadores que se han ocupado de la ciencia en el incanato.
Sobre el tema tengo una deuda de gratitud con mi fallecido amigo Franklin Pease (1939-1999) con quién atesoré largas horas de conversaciones en España y Perú, especialmente en las correrías por las librerías anticuarias de Lima donde dábamos rienda suelta a nuestra pasión de bibliófilos. Especialmente en “El Virrey”, un templo del libro que atendía el anticuario Eduardo Sanseviero. Fue un hallazgo saber, además, que Franklin fuese amigo de juventud del Dr. b, nuestro gran experto en la enfermedad de Chagas-Mazza en la Universidad Nacional de Salta. La ciencia inca en general y la que se refiere a la geología en particular, parte del acervo heredado imperecedero de los viejos pueblos americanos.
*Doctor en Geología