Hubo un tiempo en que a la tecnología nuclear se la relacionaba sólo con las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki. El lanzamiento de la serie de ciencia ficción “The Six Billion Dollar Man”, que por estas latitudes fue conocida como “El hombre nuclear”, hizo que el fenómeno se volviese más popular. Hoy, eso que entonces era ficción científica tiene contactos con la realidad: el uso de los desarrollos nucleares en áreas como la medicina, el agro, los alimentos y la industria es moneda corriente en varias economías desarrolladas y también en la Argentina.
Aunque quizás la más conocida (y codiciada en un país que importa energía) es la energía eléctrica que se produce en las plantas nucleares. No tienen la mejor prensa: llegan a los titulares de los diarios cuando se produce un accidente como las explosiones en Chernobyl o Fukushima en 1986 y 2011 respectivamente. Pero el sector es más que plantas nucleares, explosiones de bombas y Homero Simpson comiendo hamburguesas en una planta. Hoy los desarrollos científicos y la innovación del sector le ofrecen al país una posibilidad ganadora: la de convertirse en una fuente de ingresos por la exportación de tecnología y de know-how local.
La Argentina es uno de los 33 países que al día de la fecha cuentan con capacidad nuclear a escala global, entre los que se encuentran los líderes como Estados Unidos, Francia, Japón y Rusia y también Brasil y México. De hecho, este último es el único país de América latina — junto con la Argentina—que dispone de plantas nucleares aunque Brasil tiene dos reactores funcionando mientras que la Argentina tiene tres, un número relevante si se comparan los tamaños de las dos economías.
Aunque los datos son de público conocimiento, el desarrollo nuclear argentino — líder en su aplicación pacífica— parece más un secreto que una razón para inflarnos el pecho. Comenzó de manera novelesca en 1949, con el austríaco Ronald Richter que le propuso al entonces presidente Juan Domingo Perón desarrollar la producción de energía por medio de la fusión controlada de energía nuclear, la misma que se utiliza actualmente. El proyecto obtuvo luz verde y se trasladó a la Isla Huemul. De más está decir que todo terminó muy mal para Richter: en 1952 una comisión integrada por los doctores José Antonio Balseiro, Mario Báncora, Manuel Beninson, Pedro Bussolini y Otto Gamba visitó la isla y dictaminó que lo que Richter les había vendido era una sola cosa: humo. Este último cayó en desgracia aunque siguió viviendo en la Argentina, disfrutando del Cadillac que le regaló el entonces presidente argentino, hasta su muerte en 1991.
Sin embargo, el affaire Richter tuvo efectos positivos a la larga: en 1950 fue creada la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) a través del decreto 10.936/50, en un principio para colaborar con el austríaco, pero cuando este cayó en desgracia tomó la posta de la investigación nuclear en el país. Se buscó desarrollar las bases necesarias para construir reactores nucleares, incluidas todas las áreas científicas conectadas, como la formación profesional, la creación de laboratorios y todas aquellas actividades relacionadas(radioquímica, metalurgia nuclear y minería de uranio).
El físico y dos veces premio Konex Mario Mariscotti fue parte de la CNEA durante 28 años, donde inició nuevas líneas de investigación básica. Además, fue el primer presidente de la Agencia Nacional de Promoción Científica, entre 1997 y 1999, publicó más de 100 papers en física nuclear, historia de la ciencia, política científica, física aplicada y hasta un best-seller local, “El Secreto Atómico de Huemul”. “La CNEA ha sido una institución de mucho éxito que ha hecho aportes y contribuciones al bienestar del país con capacidades propias”, explica.
Esto demuestra “que en la Argentina se pueden hacer desarrollos propios, en un país en el que estamos acostumbrados a pensar que todo lo que es tecnológico tiene que ser importado”, subraya. “Somos un país desarrollado en base al conocimiento.” Mariscotti hace una breve historización del recorrido de la CNEA: primero desarrolló un reactor nuclear de investigación en 1958, el RA-1 (1958), después siguió un reactor nuclear de potencia, Atucha I (1974). Los siguió la central Embalse y hace poco se finalizó Atucha II (luego de un largo interregno durante la década de 1990). Con Jorge Sábato a la cabeza, además, se llevaron a cabo investigaciones que hicieron que la CNEA provea servicios tecnológicos a la industria metalmecánica local. El especialista destaca que la Argentina logró dominar el ciclo de combustible nuclear (en 1983, cuando el entonces presidente Raúl Alfonsín anuncia que consiguió enriquecer uranio en la planta de Pilcaniyeu, provincia de Río Negro) sin apoyo del exterior.
Todos estos desarrollos, con los años, dieron lugar a algunos éxitos de carácter internacional. En 1978, primero, y luego en 1988, la Comisión vendió dos reactores de investigación a Perú (el segundo fue con la colaboración estratégica de la compañía estatal INVAP), uno a Argelia (1989), otro a Egipto (1997) y otro Australia (2007). Por su parte, la empresa Dioxitek, también estatal, exporta parte de su producción de cobalto-60 (útil para la medicina nuclear y aplicaciones industriales) y el molibdeno-99 que produce la CNEA.
Osvaldo Calzetta, nuevo presidente de la Comisión (asumió el pasado 16 de septiembre), ubica la energía nuclear en la cima de un cluster tecnológico, uno de los “más desarrollados de la Argentina” junto con el agrotecnológico. En 1997 se promulgó la Ley 24.804 que le quita a la CNEA la responsabilidad de conducir todo el sector nuclear argentino, crea un organismo regulador —la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN)— y la empresa Nucleoeléctrica Argentina (Na-Sa), que a partir de ese momento se encarga de la operación de las centrales nucleares. La Comisión siguió dedicándose a la investigación básica y aplicada. La idea del gobierno del ex presidente Carlos Menem era privatizar el sector pero al final esto no ocurrió.
Estos movimientos complicaron la comprensión del sector nuclear argentino para el ciudadano de a pie. En la punta de la pirámide están la CNEA, la ARN y Na-Sa. Luego se ubican una serie de empresas que producen bienes fundamentales para el funcionamiento del sector.
Combustibles Nucleares Argentinos (CONUAR, 1981) tiene como accionistas a Pérez Companc en un 67 por ciento y a la CNEA en un 33 por ciento. Su negocio es fabricar los elementos combustibles que les dan vida a todas las centrales nucleares del país, tanto a las que proveen energía eléctrica como a las de investigación.
Existe también Fabricación de Aleaciones Especiales (FAE, 1986) que se dedica a la producción de los tubos de zircaloy, un elemento clave para la fabricación de combustibles. El 68 por ciento de las acciones están en manos de CONUAR y el restante 32 por ciento pertenece a la CNEA. Producen además tubos de alloy 800 y 690 para generadores de vapor nucleares, tubos de titanio para la industria aeroespacial y otras aleaciones de níquel, dúplex y circonio. Es el único productor latinoamericano de estos productos que exporta a los Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Italia y Alemania, entre otros.
Quizás la más conocida sea Investigaciones Aplicadas (INVAP, 1976), una empresa surgida de un acuerdo entre la CNEA y la provincia de Río Negro, que tiene la totalidad del capital accionario de la misma. Ha diseñado y fabricado varios reactores de investigación y producción de radioisótopos (todos los que fueron vendidos al exterior como los reactores de investigación RA-6 y RA- 8). Además se dedica a la fabricación de satélites (como los Arsat), radares y centros de terapia radiante.
Otra sociedad anónima estatal es Dioxitek (1996), propiedad de la CNEA, que se encarga de suministrar el dióxido de uranio necesario para la fabricación de los elementos combustibles que requieren las centrales nucleares argentinas.
Del agua pesada se encarga Empresa Neuquina de Servicios de Ingeniería (ENSI, 1989), un insumo importante que se utiliza como moderador y refrigerante en los reactores nucleares que utilizan uranio natural como combustible. Es propiedad de la provinciade Neuquén en un 51 por ciento y de la Comisión, el restante 49 por ciento.
Si bien las empresas privadas han tenido lugar dentro del esquema nuclear argentino, por lo general (con excepción del rol que juega Pérez Companc en CONUAR-FAE), ha estado centrado en obras de ingeniería de carácter civil o como distribuidor de radiofármacos. Sin embargo, pueden nombrarse dos empresas que fueron más allá: una es Tecnonuclear, que tiene su planta dentro del Centro Atómico Ezeiza y es dueña del primer generador nacional de molibdeno-99/tecnecio- 99m. Esta empresa fabrica y comercializa kits para marcar con molibdeno-99, radiofármacos y agentes terapéuticos.
La otra es Nuclearis, que comenzó su recorrida en 2008 con una idea: desarrollar la fabricación de un componente crítico para el sellado del núcleo de los reactores Atucha I y II, el “anillo de cierre”. La empresa nació como un emprendimiento de garaje de los ingenieros Mecánicos Santiago Badrán (Universidad Tecnológica Nacional) y Eduardo Remis (Instituto Balseiro): los dos lograron crear una máquina que permitió automatizar y estandarizar la fabricación de estos anillos, que funcionan como una de las barreras de contención del circuito primario en los canales refrigerantes de los núcleos de los reactores de diseño alemán.
En 2011 consiguieron su primer contrato con Na-Sa y hoy sus anillos se utilizan en las dos Atucha. Además, tienen una planta en Caseros, oficinas en Vicente López y en Bariloche. Están trabajando en la ingeniería básica de detalle del proyecto Carem-25. De hecho, señala Badrán, son “la primera empresa privada argentina en hacer ingeniería básica para un reactor nuclear”. Además, están trabajando para obtener la certificación Asme (Asociación Americana de Ingenieros Mecánicos, por sus siglas en inglés) como Material Organization: la idea es proveer materiales con certificación nuclear a cualquier parte del mundo. Serían la primera empresa de América latina en obtener esta certificación obligatoria para Estados Unidos y Canadá.
Ante la pregunta de por qué no hay más actores privados en el sector nuclear, Badrán comenta que no es fácil tener la mentalidad, “el concepto de la calidad y la seguridad nuclear” que ellos adquirieron tras trabajar 10 años en CONUAR. El salto de calidad, de pasar a ser un proveedor de anillos y de ingeniería básica para apuntar a proveer materiales nucleares con certificación Asme, se produjo con el cambio de gobierno. “Hubo un corte de presupuesto y se frenaron los proyectos”, recuerda el ingeniero. “Yo respeto esa decisión y me parece bien porque estaba todo desorganizado, pero como empresario Pyme me mató.” Entonces decidieron dejar de depender del Estado como único cliente.
El primer paso fue buscar la citada certificación, que están cerca de lograr. Más allá de las dificultades, esta empresa que en 2011 tenía dos empleados y hoy cuenta con 27, vio crecer su facturación más del 40 por ciento entre 2014 y 2015, pero esperan doblar ese número en 2017. Este camino, que combina know-how específico con espíritu emprendedor, es una ruta a seguir para posibles nuevos participantes del sector.
Un tercer ejemplo digno de ser mencionado es el de la metalúrgica Impsa, del Grupo Pescarmona, que realizo trabajos tanto en Embalse como en Atucha II. De hecho, en el actual proceso de extensión de vida de la central ubicada en la provincia de Córdoba, la compañía de origen mendocino (que hace poco cerró un acuerdo positivo con la mayoría de sus acreedores) entregó hace poco más de un mes los últimos dos de cuatro generadores de vapor que son parte de este proceso. Se trata de piezas de 130 toneladas de peso y 13 metros de largo cada una. Enrique Pescarmona, presidente del Directorio de la metalúrgica que nació en 1907, en charla exclusiva con INFOTECHNOLOGY , señala que estos generadores permitirán que la central produzca entre siete y 10 por ciento más de energía. “Nuestras soldaduras han sacado honores porque han tenido menos fallas que las de otros grandes”, puntualiza orgulloso. “La mano de obra local es extraordinaria”.
Esta especie de gestión tripartita del sistema, entre CNEA, Na-Sa y ARN, había dejado al sector sin una entidad que piense el desarrollo nuclear de manera estratégica. Es en ese sentido que debe comprenderse la creación de la Subsecretaría de Energía Nuclear dentro del ámbito del Ministerio de Energía de la Nación. Julián Gadano, exvicepresidente de la ARN, fue colocado al frente de esta nueva repartición oficial.
El funcionario explica que la creación del área específica implica coordinar un sistema “que es muy complejo, con organismos públicos, empresas públicas, privadas y mixtas para ser capaces de invertir de la manera más racional”. Gadano coloca como prioridad número uno el desarrollo, por parte de la CNEA, del reactor prototipo Carem-25 para el cual se invertirán $ 2.000 millones durante 2017. El proyecto Carem —que comenzó en 2014 y finalizará en 2019— siempre tuvo como Norte la fabricación de centrales nucleares de media y baja potencia y se espera que, cuando se empiece a comercializar en 2022, genere ingresos de US$ 3.000 millones anuales.
Gadano comenta que para comercializar el reactor se creará la empresa Carem S.A., que espera capturar al menos el 20 por ciento del mercado mundial de este tipo de reactores. La nueva empresa tendrá que ser “dinámica, pequeña y eficiente para trabajar en la ingeniería básica del proyecto y, a la vez, que pueda vender el producto final” en el mercado mundial y permita generar “recursos genuinos” para el país. “Vamos a necesitar un socio financiero para esa empresa, con espalda internacional”, afirma. “No estamos haciendo un prototipo para estar orgullosos sino porque pensamos que el país puede participar de un mercado muy promisorio.”
“Lo innovador del Carem —señala Calzetta, quien hasta asumir como presidente de la Comisión fue el líder del proyecto—es que el reactor integral está dentro de la vasija del reactor, incluido el sistema de mecanismo de barras. Esto limita la posibilidad de accidentes. Otro aspecto innovador es que todos los sistemas de seguridad son pasivos, es decir que no necesitan de tensión alterna para operar y te da un tiempo de respuesta bastante largo en caso de falta de electricidad.”
En su fabricación participa Impsa, que está fabricando el recipiente de presión del prototipo, que estará ubicado en Lima (Buenos Aires). “Somos la única empresa en América latina con certificación Asme para construir reactores de potencia”, asevera Pescarmona y agrega que este desarrollo y su posterior comercialización son “una oportunidad bárbara para la Argentina, porque es un reactor de 25 megawatts que puede ser rápidamente ampliado a 150 o 250 megawatts”.
Otro proyecto prioritario es la finalización del RA-10, un reactor de investigación multipropósito orientado a la producción de radioisótopos para el diagnóstico de enfermedades. El año que viene, según Gadano, se invertirán casi $ 1.700 millones para integrar la obra civil y los primeros montajes en lo que será “el reactor multipropósito más moderno del mundo”. Por su parte, INVAP venderá un reactor así a Brasil en US$ 35 millones.
Se está llevando a cabo la ya mencionada extensión de vida útil de la central nuclear Embalse, en la provincia de Córdoba, para que pueda operar por 25 años más. El año pasado comenzó la tercera etapa de este proceso —conocido como revamping— durante la cual se detuvo la actividad de la planta para realizar el recambio de los componentes de la central, entre ellos, los tubos de presión del reactor y los generadores provistos por la empresa Impsa. Estos trabajos necesitarán, hasta finalizar, de 3.000 puestos de trabajo y supondrá una inversión de US$ 2.150 millones. Se espera que vuelva a funcionar en 2018.
Y, claro, está la construcción de la cuarta y quinta central, ambas —presumen los involucrados—con financiamiento chino. Atucha III (que es la cuarta central nuclear del país) será construida en el mismo predio que la I y la II, en Lima, provincia de Buenos Aires; mientras que la quinta central aún no tiene un emplazamiento firme y tampoco fecha de construcción. Atucha III utilizará tecnología Candu (de origen canadiense, la misma que existe en Embalse) y significará una inversión de US$ 5.000 millones, entre la obra civil y el equipamiento nuclear.
En este momento se están terminando de rediscutir los términos del contrato con China ya que, según Gadano, “eran muy malos para la Argentina”. El presidente del Directorio de Impsa, por su parte, señala que, en cualquier caso, las empresas argentinas están capacitadas para fabricar desde cero una central nuclear: “En lugar de hacer un reactor de 1.200 megawatss —dice—, podríamos hacer varios reactores Carem de 150 o 200 megawatts y tendríamos la misma potencia pero los podríamos colocar en diferentes lugares, más cerca de la red”. Aclara, por supuesto, que no es una decisión que está en sus manos sino que debe decidir “el gobierno nacional” pero que sí esperan participar “fuertemente” de la construcción de las nuevas centrales.
“Este gobierno —declara el subsecretario— va a generar una revolución de energías renovables y eso hay que acompañarlo con energías limpias de base.” El funcionario señala, en este sentido, que el proyecto de presupuesto 2017 para el área supera los $ 7.600 millones, lo que constituye al menos un 40 por ciento más que lo que se dedicó el año pasado, que supera cualquier cálculo de inflación.
Más allá de los distintos matices de cada gobierno, aquí la buena noticia es que el desarrollo nuclear llegó para quedarse. Y no sólo es buena por las necesidades cortoplacistas de energía eléctrica sino porque implica, con el tiempo, el desarrollo tanto de la ciencia básica como la aplicada, ya que —en palabras de Jorge Sábato, el creador del Curso Panamericano de Metalurgia, donde científicos de todo el continente se instruyeron y se instruyen en los últimos avances en la materia— el programa atómico ha contribuido a la “autonomía de la Argentina como nación soberana”. Para que este desarrollo de décadas, y que se vio revitalizado en estos últimos años, tenga sentido, es necesario que se cierre el círculo virtuoso y que los privados se conviertan en un actor de peso dentro del sector nuclear argentino.