La evolución de la ciencia ha modificado no solo el conocimiento del mundo que nos rodea, sino también la mirada sobre nosotros mismos en el universo.
En todas las áreas de las ciencias, el conocimiento se ha multiplicado geométricamente. El cúmulo de información científica es inabarcable. El especialista, en el campo que sea, cubre apenas una milésima del conocimiento sobre su propia área de investigación. Se han expandido los horizontes del espacio y del tiempo en escalas que van desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande; desde la milmillonésima de segundo a los miles de millones de años.
Los científicos trabajan acaloradamente en parcelas mínimas de una rama de las ciencias logrando apenas, como nos recuerda Newton, gotas de sabiduría en un océano de ignorancia. Los paradigmas se desploman y surgen nuevos modelos acompañados por las poderosas herramientas de la informática. Telescopios espaciales, colisionadores de hadrones, microscopios electrónicos, satélites, internet, instrumentos ópticos y electrónicos, detectores físicos de ondas y partículas, entre otras maravillas tecnológicas, apuran y multiplican el avance del conocimiento en una carrera vertiginosa. Aristóteles y Ptolomeo hicieron valer sus teorías por 1.500 años.
Sin embargo, en los últimos cinco siglos, de ser el centro del universo pasamos a ser una mota en el espacio, de la concepción de un mundo joven creado en siete días, 4.004 años antes del obispo Ussher, pasamos a una Tierra de 4.566 millones de años y un universo de 13.700 millones; de creernos los reyes de la creación pasamos a descubrir que somos apenas una rama lateral del homo; de la "eternidad" de las montañas y la inmovilidad de los continentes derivamos a exactamente todo lo contrario; de la seguridad de un mundo protegido por los arcanos pasamos a descubrir que estamos expuestos a catástrofes cósmicas, geológicas o climáticas que pueden borrar la civilización de un plumazo
El filósofo e historiador americano Will Durant lo dijo en forma terminante: "La civilización existe por consentimiento geológico". En el siglo XVII la Geología nació como una manera de abrir los campos con respecto a la Teología, estudiando una las cosas de la "tierra" y reservándose la otra las cosas del "cielo". Desde entonces los enfoques sobre la Tierra fueron cambiando tanto en su concepción interna, como en su origen, evolución y su lugar espacial y especial en el sistema solar.
Las geocienciasLa palabra geología se quedó corta y fueron germinando las geociencias con un más amplio espectro y una integración e interrelación de conjunto. Lo cierto es que surgieron y surgen todos los días neologismos para definir y describir los objetos y los fenómenos asociados. El idioma de la ciencia va alcanzando un grado de complejidad tal que solo unos pocos iniciados pueden leer un texto científico, incluso de su propia disciplina.
Ahora bien ¿puede el conocimiento quedar encerrado en un claustro? ¿Cómo se logra irradiar y democratizar ese conocimiento para que alcance a todas las capas de la sociedad?
Hay una sola manera y es a través de la divulgación científica, preferentemente escrita por los propios científicos. Decenas de revistas, secciones de diarios y programas de televisión instalan en la agenda colectiva los temas de relevancia sobre cada nuevo avance o descubrimiento que se logra en las ciencias del Cosmos, de la Tierra o de la vida. Pasaron los tiempos en que un autor podía escribir una enciclopedia o diccionario de su ciencia, técnica o arte.
Estoy pensando en esa obra monumental que es el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora, la Enciclopedia Biográfica de Ciencia y Tecnología de Isaac Asimov, el "María Moliner", o entre nosotros el "Cutolo" o el "Abad de Santillán", muchos de ellos obras de una vida entera. Por ello encarar hoy un diccionario de actualización del conocimiento no deja de ser una tarea titánica, aun cuando se deba recurrir a múltiples colaboradores.
Precisamente esto es lo que hizo la doctora Irina Podgorny, académica de la Universidad Nacional de La Plata e investigadora del CONICET quien acaba de dar a luz su "Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina" (Archivo Histórico del Museo de La Plata, Prohistoria Ediciones, Rosario-La Plata, 2016). Un volumen de 400 páginas, a doble columna, en papel ilustración y láminas al uso, ponen en valor una amplia variedad de temas del mundo de las geociencias, tanto históricos como actuales. El libro surgió como un proyecto dentro del CONICET y convocó a 73 autores, artistas y diseñadores, pertenecientes a numerosas universidades e instituciones científicas y académicas, nacionales y extranjeras. El diccionario, ordenado alfabéticamente, tiene entradas que a su vez remiten a otras entradas lo que va enriqueciendo la lectura por la concatenación de textos. Gran parte de esta labor de hilado fino estuvo a cargo de la doctora Alejandra Pupio del Museo de La Plata, mientras que la composición y diseño se deben al prolijo trabajo de Agustina Martínez Azpelicueta.
La obra está dedicada (In memoriam) al eminente científico profesor doctor Horacio H. Camacho (1922-2015). En el diccionario se pueden encontrar referencias a instituciones tales como academias de ciencias, sociedades y asociaciones científicas, exposiciones universales, universidades, museos, organismos estatales (SEGEMAR, DGFM, CNEA, YPF, YCF, etc.); temáticas técnicas como geología y paleontología antártica, catástrofes naturales (erupciones volcánicas, inundaciones, terremotos), paleoclimas, cosmologías indígenas, glaciaciones, meteoritos y cráteres de impacto, minerales argentinos nuevos para la ciencia, etc.; disciplinas como Astrobiología, Climatología, Geofísica, Yacimientos Metalíferos, Oceanografía, Geoquímica, Hidrogeología, Mineralogía, Suelos, Petrología, Sismología, Volcanología, etc.; temas mineros relacionados con aguas minerales, azogue (mercurio), carbón, geología médica, minerales medicinales, legislación minera, minería precolombina, petróleo, rocas de aplicación, etc.; instrumental de uso en ciencias de la Tierra. Una de las secciones más rica es la biografía de los grandes sabios que influyeron en el conocimiento de nuestra región. Un total de 41 científicos, entre hombres y mujeres, extranjeros y argentinos, a veces desconocidos para el gran público están tratados en la obra colectiva.
Entre ellos Florentino Ameghino y su menos conocido hermano Carlos que lo secundó en la búsqueda de fósiles; Juan Keidel que le aportó información clave a Wegener para su teoría de la deriva continental; el Dr. José María Sobral que pasó a la historia como "alférez"; Juan José Nágera (entrerriano) y Franco Pastore (cuyano), los dos primeros geólogos argentinos cuyas bibliotecas son el núcleo de la biblioteca de Geología de la UNSa; la Dra. Edelmira Mórtola, madre de los mineralogistas argentinos; Leopoldo Arnaud que descubrió el petróleo de Tartagal en la expedición Victorica al Chaco; los italianos Feruglio, Frenguelli, Fossa- Mancini y Bonarelli; los alemanes Stelzner, Doering, Bedenbender, Groebber, Hauthal, Windahausen, Rassmuss; los franceses D'Orbigny, Bravard y Tournouer, entre muchos otros.
El diccionario contiene además 23 entradas a paisajes clásicos argentinos, muchos de ellos parques nacionales o lugares de gran interés turístico tales como Cataratas del Iguazú, Talampaya, Quebrada de Humahuaca, Salinas Grandes, Ischigualasto, Glaciar Perito Moreno, Cerro Aconcagua, Esteros del Iberá, etcétera. Precisamente la foto de tapa, tomada por Adriana Miranda, muestra una escena típica del Valle de la Luna en San Juan, un paraíso de los dinosaurios triásicos. El Diccionario, que podrá adquirirse en las librerías del país, fue presentado por la Dra. Podgorny en el Museo de La Plata en septiembre de 2016, en el marco del Cuarto Congreso Argentino de Historia de la Geología.