ALIETO GUADAGNI
A fines del año pasado las familias, el comercio y la industria recibían fuertes incentivos para aumentar el consumo de energía. El nivel tarifario para gas y electricidad era notablemente bajo, en particular para quienes residían en la ciudad de Buenos Aires o el Conurbano.
Las disparidades entre nuestras tarifas y las vigentes en otros países de América Latina eran muy grandes, baste decir que una familia chilena pagaba el gas 7 veces más que nosotros y una brasileña 10 veces más. Las tarifas para el gas de uso industrial eran en estos dos países el doble que las nuestras.
Si el lector se sorprende con estas cifras, tome nota de las diferencias existentes en nuestras tarifas eléctricas en el Área Metropolitana, para un consumo de 300 KWH mensual a fines del año pasado. En Ecuador y Brasil eran 10 veces mayores, en México 11, en Chile 13, en Perú 15 y en Uruguay 20 veces. Todos sabemos que estos subsidios energéticos no fueron gratis, ya que fueron financiados por todos nosotros con el impuesto inflacionario creado por un gran déficit fiscal.
Fue grave, desde el punto de vista del medio ambiente, el hecho de que cada 100 KWH que aumento nuestro consumo eléctrico desde el 2003, nada menos que 91 fueron contaminantes, o sea que los combustibles fósiles contaminantes han cubierto casi totalmente la gran expansión del consumo alentada artificialmente en los últimos años por muy bajas tarifas. Es preocupante que nuestras emisiones de CO2 asociadas con la generación eléctrica aumentaron 272% desde el año 2003.
Nuestra situación ambiental es crítica ya que, por más de una década, hemos dedicado una gran cantidad de recursos fiscales no en promover la expansión de las nuevas energías limpias (eólica y solar), sino en subsidiar consumos energéticos contaminantes de origen fósil. Estos subsidios absorbieron una enorme cantidad de recursos que debieron haber sido orientados no solo a la expansión de las energías limpias, sino también al financiamiento de inversiones para cambiar la matriz de consumo energético, promoviendo iniciativas tecnológicas capaces de reducir el consumo de energía contaminante. Nuestro atraso ambiental es notorio, no cuando nos comparamos con los países nórdicos, sino con otros países latinoamericanos, como el Uruguay que ha promovido exitosamente la generación eléctrica de origen eólico.
Los subsidios energéticos no solo alentaron el consumo excesivo, sino que además desalentaron muchas nuevas tecnologías que hubieran permitido reducir el consumo con inversiones en estas modernas tecnologías conservacionistas, pero que no podían competir con energía fósil barata y subsidiada, alentando así un consumo ambientalmente irresponsable. Al subsidiar el consumo de las energías fósiles se perjudico considerablemente la expansión de las nuevas energías limpias, porque los subsidios al consumo no solo agotaron los recursos fiscales, sino que además quitaron competitividad a estas nuevas energías limpias que sufrían la competencia desleal de tarifas políticamente determinadas muy por debajo no solo de los costos económicos, sino también de sus grandes costos ambientales.
Esperemos comenzar a transitar ahora por otro sendero, caracterizado por la responsabilidad ambiental. No olvidemos que el mundo enfrenta la grave amenaza de la contaminación global, alentada por las crecientes emisiones de CO2. La última reunión de 195 naciones, convocadas en Paris a fines del año pasado por las Naciones Unidas, puso de manifiesto la gravedad de la situación a escala planetaria. El mensaje fue claro: Hay que reducir las emisiones contaminantes causadas por la utilización del carbón, del petróleo y del gas.
Esta es la deuda que tenemos con nuestros descendientes que tienen derecho a vivir en un mundo sin amenazas ambientales. Llego la hora de comenzar a avanzar por un nuevo sendero ambientalmente sustentable, dejando de alentar el consumo excesivo de energía y concentrando los recursos fiscales en las energías limpias y en las nuevas tecnologías capaces de reducir el consumo energético sin sacrificar el crecimiento económico.