Los nuevos materiales utilizados en smarphones, autos eléctricos e impresoras 3D, como el litio, el grafito y el cobalto utilizados en distintos tipos de baterías produce una demanda significativa por estos recursos. El litio, en especial, genera una enorme expectativa. Se calcula que a partir de su uso masivo en baterías a las que ayuda a cargar y acumular energía, la nueva industria automotriz puede demandar once veces más litio que el que se consume ahora, en apenas diez años, para 2025.
El dato no es irrelevante para nuestro país. Está explorado y demostrado que 90% de las reservas mundiales de litio se encuentran en el triángulo de encuentro entre Argentina, Bolivia y Chile. En especial sobre inmensos salares. Cada batería de un auto eléctrico demanda entre 40 y 80 kilos de litio. Así reza al menos la teoría. Pero también es cierto que en diez años, la innovación tecnológica puede transformar la forma en que se hacen estas baterías e incluso los insumos esenciales que demandarán.
Todo el sector minero, que obliga a inversiones importantes y de largo plazo, enfrenta el desafío que supone la acción incesante de la tecnología. Algunos materiales clásicos no desaparecerán, pero perderán relevancia. Como en cualquier revolución, habrá ganadores y perdedores.
La clave para la expansión en el uso de estos productos básicos es lograr una reducción en su costo de producción, una perspectiva que tortura desde hace tiempo al mercado del titanio. Al principio era vital en la industria militar estadounidense, especialmente en la construcción de los aviones-espía de la Guerra Fría. Ahora, con nuevos aportes tecnológicos, el costo de producción se ha reducido en 50%.
Algo parecido puede ocurrir en el campo de las baterías. Hoy, los autos eléctricos representan 3% del total. En una década, esa proporción crecerá hasta 25%. Hay estimaciones de que los costos se reducirán a la mitad. Lo cierto es que el efecto perturbador de la tecnología cambia el panorama de modo incesante. Es difícil acertar con cuáles habrán de ser las materias primas que se preferirán y cuáles serán descartadas.
Precios altos para un metal, supone la búsqueda inmediata de reemplazo más económico. Un buen ejemplo es el cobalto, un mineral que ya es caro, pero que sí se lo utiliza intensamente en baterías de todo tipo, puede obligar a encontrar sustitutos para después de 2025.
En definitiva, la tecnología es como una terrible lotería. Habrá metales y minerales cuyo consumo aumentará por las nuevas virtudes que se les descubra, y habrá impacto devastador sobre aquellos que resulten desplazados. Otro mineral estratégico es el titanio. Más fuerte que el acero, 45% más liviano, y más resistente a la corrosión. Ideal para condiciones extremas, sea en el espacio, sea en el fondo del océano.
Si su uso es limitado, ello se debe al alto costo que tiene extraerlo. La impresión en 3D puede cambiar la ecuación ya que la fabricación de partes con este método, no produce residuos o desperdicios, costosos. Si se impone, puede tener éxito singular en la industria automotriz para reducir el peso de los vehículos. Si la tecnología permite en el futuro extraerlo de modo más económico, la ventaja es que se lo encuentra en todas las latitudes del planeta.
En cuanto al cobalto (del alemán kobold, personaje grotesco de leyenda, malévolo con los seres humanos), usado de modo principal como complemento del cobre, 50% de la producción mundial viene de la República Democrática del Congo, en África. China compra la mayor parte. Pero como es un componente costoso en la producción de baterías para autos, se está a la búsqueda de un pronto reemplazo.
El grafito, una de las formas más puras del carbón, se usa también en baterías eléctricas por su conductividad excelente. Alrededor de 60% es extraído de la tierra. El otro 40% es de origen sintético elaborado por el hombre. China es, en este caso, el gran productor mundial.