GONZALO ZEGARRA MULANOVICH
Diversas y opuestas reacciones causó la arenga del presidente electo Pedro Pablo Kuczynski (PPK) para que los habitantes de La Oroyamarchen al Congreso a exigir la prórroga del régimen legal que autoriza el intento (aún estéril) de revivir la fundición.
Algunos han visto en esto una suerte de jugada maestra que anticipa la astucia política del futuro gobernante y que le permitirá neutralizar la supermayoría fujimorista en el Parlamento. Otros, por el contrario, han denunciado una suerte de traición de PPK a la ortodoxia tanto política —por agitar las calles— como económica —por defender privilegios empresariales—. El miedo a un PPKpopulista y/o mercantilista parece atormentar de verdad a algunos opinadores. Dicho sea de paso, una buena parte de ellos—no todos para ser justos— perdonaron o pasaron por alto comparables coqueteos durante la campaña electoral cuando era Keiko Fujimori su protagonista.
PPK podría por cierto estarse equivocando. Pero no tanto porque la jugada suponga un alejamiento de los imperativos categóricos de un imaginario superyó de la ortodoxia libertaria, sino principalmente porque arriesga capital político en un proyecto de difícil viabilidad. Y eso podría dañar su gobernabilidad. Pero sólo el tiempo dirá si valió ese riesgo.
En cualquier caso, resulta entretanto ingenuo formular las objeciones en términos de pureza ideológica. En primer lugar porque PPK nunca la ha ofrecido. “Keynesiano de centro-derecha” lo llamó John Lee Anderson en un artículo en hace unas semanas. Pero, además, como he escrito antes —la última vez a propósito de la polarización de la campaña (SE 1511)— porque ya viene siendo hora de que salgamos de la bipolaridad conceptual.
El jurista alemán Rudolf von Ihering soñaba con un “paraíso de los conceptos jurídicos” en el que éstos existían en su estado puro. Luego renegó de ese conceptualismo y desarrolló una aproximación más sociológica y pragmática. En el Perú a veces parece que el debate económico funciona con categorías equivalentes a las de Ihering; como si hubiera un olimpo de los conceptos económicos que determinara metafísicamente la universalidad e infalibilidad de las leyes que rigen la asignación de los recursos. Esto vale para la izquierda y la derecha; cada cual idealizando sus propias leyes, claro. Un ejemplo que se me viene a la cabeza es la idea del ‘modelo económico’. Ya sea para satanizarlo —los izquierdistas— o para sacralizarlo —los derechistas—, el concepto es mentado como si tuviera una verdadera ontología que lo hiciera inequívoco, intocable y terminado; cuando en realidad es una metáfora aproximativa que admite un montón de variantes (y mejoras).
Con lo anterior no pretendo defender la heterodoxia económica, sino enunciar la complejidad de la realidad que no puede ser reducida a un único ‘modelo’ ni a un conjunto de leyes sociales siempre predecibles. El Perú, como cualquier país, no tiene por qué comprarse una solución preestablecida en otros lugares o por ciertos teóricos. Tiene que mirar lo que ha funcionado en otros sitios y adaptarlo a su realidad. Creo que forzar la continuación de La Oroya no va a funcionar —como no iba a funcionar la compra de Repsol por el Estado peruano (SE 1359)— y que ambas medidas merecen ser combatidas (SE 1405), pero con argumentos prácticos. PPK puede ser muchas cosas, pero puritano de los dogmas económicos no parece ser una de ellas ■
EN SUMA. Es legítimo criticar todo lo que PPK arriesga al arengar una marcha por La Oroya, pero reprocharle impureza ideológica es un poco ingenuo, porque nunca se presentó como un puritano de la ortodoxia.