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POLÍTICA Y ENERGÍA
Fidanza: Adiós luna de miel. Aulicino: Control de daños
18/07/2016
LA POLÍTICA ONLINE

IGNACIO FIDANZA

El cacerolazo es el despertador que el gobierno de Mauricio Macri estaba necesitando. La gran duda es si sabrá escucharlo. Sufrir una protesta nacional y espontánea con apenas 217 días de gestión no sólo revela que la Luna de Miel terminó, sino que la lluvia ácida de la exposición real y forzada de la corrupción kirchnerista, ya no alcanza para cubrir el malestar social.

La dinámica de lo impensado encuentra al Gobierno con la guardia baja en lo político, pero algo más grave: Con el programa económico mostrando sus primeros indicios de desguace. Se impone un golpe de timón.

La mala praxis del equipo de Macri en el diseño del tarifario sorprendió porque se suponía que lo de ellos era el Excel. Se podían esperar algunos coscorrones en la política, pero era impensado imaginar que la primer crisis seria la iba a producir una falla de gestión técnica.

Hay por eso un doble desencanto: De los ingenuos que creyeron que era posible ordenar el desastre heredado sin ajustar y de aquellos más realistas, que se ilusionaron con una gestión eficiente de ese proceso necesario. Si el modelo intuido es la construcción del típico país “exitoso” y desigual de Latinoamérica, como Colombia, Chile, Perú o México, lo que todavía no se ve es la parte exitosa.

Hay un doble desencanto, de los ingenuos que creyeron que era posible ordenar la economía sin ajustar y de los realistas que se ilusionaron con una gestión eficiente de ese proceso.

La macroeconomía sigue arrojando números incluso peores que los que dejó el kirchnerismo. Se entiende la idea del dólor necesario, como antesala de la recuperación. Pero los números son ineludibles. Inflación, destrucción de empleos, caída de la actividad y déficit están igual o peor.

Frente a esto se apela a una exposición de la corrupción kirchnerista, combinando revelaciones impactantes con medias verdades forzadas. Es notable ver como ante cada situación crítica de gestión o malestar social, aparece un nuevo video, testimonio, arrepentido o impactante medida judicial. Y si no surge nada nuevo, se refrita hasta el cansancio lo que hay. Creando así una agobiante nube de escándalos, que acaso el Gobierno debería mirar con menos entusiasmo.

Es que la Argentina ya vivió un proceso de estas características, que al final del día terminó generando un coctel explosivo de malestar social por las dificultades económicas, combinadas con una indignación general contra la clase política. En algún punto, en la cabeza del ciudadano hastiado, se pueden mezclar en una tormenta perfecta, el tarifazo, los bolsos de López, las cajas de Cristina, las cuentas offshore de Macri y las acciones de Shell de Aranguren.

Es muy sintomático de este riesgo, lo que ocurrió con el flamante intendente de Cambiemos de General Rodríguez: En menos de dos meses pasó de héroe de la noche en la que apareció en la madrugada en el momento preciso de la detención de José López, al escrache violento que sufrió este miércoles por el tarifazo.

Los aprendices de brujos que juegan a manipular climas sociales, suelen terminar con las manos quemadas.

 

El peronismo agazapado

 

Sergio Massa entendió acaso mejor que nadie en esta etapa, que la sociedad argentina se maneja con liderazgos: Oficialistas, pero también opositores. Con esa convicción se subió a la agenda del momento y día a día se va convirtiendo en el hecho consumado del peronismo, que se empieza a resignar a su conducción o al menos a su candidatura.

Como ya se quemó con leche, Massa demora definiciones y propone para este año construir puentes sólo en base a acciones legislativas. Como la ley para las policías locales que cerró con los intendentes peronistas que lidera Martín Insaurralde o los beneficios a Pymes quefestejó con Pichetto. 

El peronismo encuentra hoy en Massa, aún a disgusto, esa voracidad por el poder, esa irreverencia, esas ganas de protagonizar, que por distintos motivos, Cristina, Scioli y Randazzo no quieren o no pueden asumir. En el tic tac del cambio social que disparó Cambiemos, el diputado aparece como el contrapeso mejor situado.

Y este es el otro dato central: Macri no sólo tiene que zarandear su gobierno y darle un mando claro al área económica, que hoy empieza a pasar la factura ante las fisuras del experimento de atomizarla en cinco ministerios y dos coordinadores. Macri debería también revalorizar de manera urgente la política.

El tornado que se está edificando ante sus ojos es transparente: Massa, más Stolbizer, más un grupo de intendentes fuertes, apoyados en un discurso que apunta a quedarse con los peronistas, los náufragos del kirchnerismo y los desencantados de Cambiemos, es promesa de una elección complicadísima. Y si se pierde la provincia, se perdió el país. Escenario que si llega a cristalizarse, hará al Gobierno extrañar estos días aciagos. 

El control de daños domina la política

CLARÍN

EDUARDO AULICINO

No sólo las expectativas económicas para el segundo semestre se fueron convirtiendo en módicas: también se tornaron moderadas las especulaciones acerca de los ritmos políticos para esta época del año, pensando ya en las elecciones de 2017. Es curioso si se quiere, pero el mayor avance en el corto plazo fue anotado por el sindicalismo, un jugador poderoso pero que hace rato corre al margen de los políticos o de lo que se define como política, más allá de su origen mayoritariamente peronista. El oficialismo, que imaginaba comenzar a perfilar desde ahora sus estrategias y nombres sobre todo en la provincia de Buenos Aires, está tomado por la coyuntura, básicamente por las tarifas y la inflación. Y el peronismo, en sus distintas vertientes, regula y cambia velocidades frente a ese panorama, pero sin poder sacarle la vista a las imágenes hirientes y obscenas de la corrupción en la era kirchnerista. Podría decirse que el control de daños se convirtió en un elemento determinante y marca los tiempos.

Apenas pasado el verano, los principales operadores oficialistas coincidían en un par de puntos sobre el escalonamiento de objetivos. En primer lugar, se trataba de armar un esquema sólido de relación con los gobernadores, atendiendo a urgencias financieras y el ordenamiento y revitalización de la obra pública, para consolidar así el vínculo con los jefes partidarios reales, especialmente del peronismo, en esta etapa de reacomodamiento político. En paralelo, se apuntaba a generar puentes razonables para garantizar en minoría el funcionamiento del Congreso: Miguel Angel Pichetto se afirmó como pieza clave en el Senado y ese lugar en Diputados fue ocupado por Sergio Massa –también, en la Provincia–, con Diego Bossio en un segundo escalón. En esa dirección y con una mirada económica excesivamente optimista, el segundo semestre debería sumar como elemento político destacado la estrategia electoral para Buenos Aires.

Es cierto que han comenzado a circular nombres, desde Elisa Carrió hasta Esteban Bullrich, pasando por algún intendente. Y es sabido además que el esquema más aceptado parece ser el de la migración: el antecedente exitoso es el de María Eugenia Vidal, con imagen afirmada y al menos por ahora resistente a los problemas de la economía y otras inclemencias. Su fortaleza es vital para Mauricio Macri y, en la perspectiva del primer test electoral, para quien resulte candidato. Pero esa definición hoy no es sencilla: los nombres de posibles postulantes son medidos con insistencia, a la par de los sondeos encargados para evaluar la marcha de la gestión oficialista y sus efectos sociales: inflación y tarifas concentran la atención. Y cuesta proyectar planes frente a esos nubarrones, densos, según admiten fuentes del oficialismo.

El tema tarifario generó espacio para el cuestionamiento y la diferenciación de los jefes opositores, de todos modos a distancia prudente de la algarabía K. Y pareció acelerar algunas jugadas, hasta el momento más sugerentes que efectivas. Lo más notorio fue el andar de Massa. Se mostró públicamente con Pichetto, Juan Manuel Abal Medina e integrantes del bloque de Bossio. Antes, había estado con el gobernador Gustavo Bordet y su antecesor, Sergio Urribarri. Y en los útimos días, agregó nuevos contactos con intendentes bonaerenses: puro ejercicio con el PJ. Difícil amalgamar esas movidas y su trabajada relación con Margarita Stolbizer. Massa, con todo, intenta regular esos movimientos: sabe, y admite, que concentrarse en ese tipo de señales y fotos desperfiló su mensaje y le generó costos antes que beneficios políticos en la campaña presidencial.

El peronismo orgánico, en proceso de alejamiento del kirchnerismo, también expresa idas y vueltas que no serían ajenas a la evaluación constante de los daños causados por los impactantes casos de corrupción K. Una muestra: el Consejo del PJ –una conducción claramente de transición– ya postergó un par de veces la convocatoria a gobernadores para resolver cómo encolumnar a sus legisladores o, dicho de otra forma, cómo romper con el kirchnerismo duro. Cualquier cita nacional podría tener como telón de fondo algún capítulo judicial grave de ex funcionarios, o tal vez algún reclamo kichnerista de solidaridad con su jefa. Un riesgo en esta etapa.

Lejos de esos vaivenes, los jefes sindicales se encaminan a la reunificación de la CGT, con conducción tripartita. El PJ lo mira con expectativa, aunque hace mucho lo marginó de su juego: difícil proyectarse en ese espejo de negociación y más difícil aún suponer que los gremios acepten operar en función de un peronismo difuso.


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