La producción cae, las pérdidas siguen y la deuda crece. Pemex, la gran petrolera estatal mexicana, vive horas bajas. La compañía ha tenido que recurrir nuevamente al endeudamiento para seguir operando. El último envite ha sido la colocación de 80.000 millones de yenes (771 millones de dólares) en bonos a 10 años. Con esta emisión, la deuda largo plazo se sitúa ya en 65.000 millones de dólares, casi la mitad del pasivo total.
Esta búsqueda de recursos de Pemex es un reflejo de sus graves problemas financieros. Desde el inicio de mandato de Enrique Peña Nieto, su producción no ha logrado remontar y, con la crisis del crudo, las pérdidas de la empresa han alcanzado su máximo histórico: 40.000 millones de dólares en 2015.
El golpe ha sacudido a todo el Estado. La caída de ingresos de Pemex, que soporta una carga fiscal del 70%, ha reducido drásticamente la aportación al erario. En un año el petróleo ha pasado de representar el 30% de los ingresos públicos al 20%. Y el descenso se ha agudizado en los últimos meses.
Para frenar este desplome, el Gobierno puesto sobre la mesa todo su arsenal. El director general ha sido sustituido por un financiero experto en reflotar barcos hundidos, la empresa ha sido sometida a un recorte de 5.500 millones de dólares y el Ejecutivo no ha dejado de ajustar su gasto.
Los efectos de la cura aún no son visibles. Pese a las medidas, adoptadas las previsiones de crecimiento de México se han oscurecido y ahora rondan el 2%, menos que el año pasado. En este escenario declinante, la petrolera busca desesperadamente un salvavidas. “La deuda se ha duplicado desde el inicio del mandato de Peña Nieto. Cae la producción, caen los ingresos y no se ven soluciones a corto plazo. Sobran juegos contables y se requieren avances reales”, señala el experto David Shields.
A falta de ingresos, la compañía ha recurrido al endeudamiento. Esta senda no genera tranquilidad. Las agencias de calificación han advertido del riesgo que representa si no viene acompañada de “incrementos sostenidos en producción o eficiencias operativas”. Es decir, los bonos son un respiro a corto plazo, pero un peligro al largo. Todo ello redunda en un círculo vicioso: la alta presión fiscal, la caída de la producción y el desplome del barril reducen la generación de efectivo, lo que a su vez limita la capacidad para invertir en exploración y producción. Y vuelta a empezar.
Las salidas que se ofrecen son pocas. El uso de la deuda va camino de alcanzar su tope. Y los despidos masivos son un tabú. Con 150.000 empleados y 100.000 jubilados, la compañía se enfrenta a un momento crítico de su existencia. Nadie cree que pueda ir a la quiebra. Pero su deterioro afecta a todo el aparato estatal. La ecuación es evidente. Si la compañía no remonta y el Estado no obtiene nuevos recursos, la víctima final será México.